El panteón cuartetero está “Al rojo vivo”

25 Marzo 2017
De las cinco leyendas del cuarteto nacional, solamente nos queda uno con vida: Carlos “La Mona” Jiménez, el monarca, el rey.

La dueña, Leonor Marzano, fundadora del primer conjunto de cuarteto argentino, murió en 1993. Ahí se fue La Leo, la punta de lanza de esta movida imparable. El cuarteto volvió a desgarrarse el 24 de junio de 2000, cuando una ruta se llevó a Rodrigo “El Potro” Bueno. El pueblo cuartetero parecía ya curtido para recibir la muerte de Gary, “El Ángel”, el año siguiente. Entre la dueña, el rey, el potro y el ángel caído, ¿ha sido Sebastián apenas un monstruo?

Daniel Humberto Reyna, su nombre de nacimiento, no ha sido ajeno a los tropezones del mundo tropical. El escándalo más resonante fue cuando en 2011 protagonizó un accidente en Córdoba; salió ileso, aunque en su vehículo encontraron 14 gramos de cocaína. Pero si ha sido un monstruo, lo fue por la ferocidad con que se comió los escenarios y por las garras que desplegó para hacerle frente al cáncer que terminó por devorárselo. Desde los últimos minutos del jueves, Sebastián descansa en el panteón de los cuarteteros.

Nació en Córdoba, el 14 de agosto de 1953. A los 15 años se subió por primera vez a un escenario, como parte de un trío melódico, nada menos que ante el voraz público mayoritariamente masculino del legendario cabaret Chantecler, en Buenos Aires. Cuentan que nadie pudo sacarle los ojos de encima al debutante que acaparó el escenario. Con su monstruoso apodo a cuestas, Sebastián dio un paso al costado del trío y comenzó a integrar Chébere, su primer cuarteto.

Los Náufragos, Sebastián y los Pobres y Unión Eléctrica eran los próximos conjuntos que lo esperaban. En 1981 decide lanzar su carrera como solista con el disco “Sebastián para vos”. Entre 1981 y 2010, “El Monstruo” editó 25 álbumes de estudio. El más vendido y la catapulta de su éxito fue “Al rojo vivo” (1989). Hasta que la enfermedad le dijo basta, recorrió el país de punta a punta con su música.

En enero de este año había sido internado. El monstruo se convertía en un dócil mortal entregado a la finitud de la existencia física. Fueron 60 días de música con sordina, hasta que finalmente las luces se apagaron en la tierra y se encendieron en los escenarios del más allá.

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