La locura de las multitudes

La locura de las multitudes

ADVERTENCIA. No hay que subestimar a las multitudes que aún piensan que Trump es el presidente más honesto. foto de Damon Winter para the New York Times ADVERTENCIA. No hay que subestimar a las multitudes que aún piensan que Trump es el presidente más honesto. foto de Damon Winter para the New York Times
12 Marzo 2017
Roger Cohen / The New York Times

La gente pregunta, y es una pregunta razonable, por qué todos están tan enojados, por qué están votando en contra de sus propios intereses, hasta eligiendo a charlatanes como Donald Trump, quien, de hecho, nunca tuvo otra cosa que no fueran pequeñas ideas mezquinas, y ahora dice que va a limpiar el pantano, mientras lo llena de nuevo todos los días.

Preguntan de qué se trata cuando las cifras sobre el empleo son bastante buenas y Warren Buffett, ni más ni menos, dice que la economía estadounidense seguirá desempeñando su milagro de producir riqueza, y el mundo ha conocido un cociente sólido de paz por muchísimo más tiempo del usual; y, no obstante, hay suficiente enojo para que se elija a un estafador que dice que hará que Estados Unidos vuelva a ser grande con “una de las concentraciones militares más grandes en la historia estadounidense”.

Lo que Trump sabe de historia (o, para el caso, de la Constitución) no llenaría una nota en un pósit. Para que conste, las concentraciones militares masivas tienden a preceder a una guerra. Mi apuesta sería que contra Irán, posiblemente antes de las elecciones intermedias. Sin embargo, ese no es el tema aquí, aunque es escalofriante.

El enojo


El tema es el enojo. Es un fenómeno europeo tanto como estadounidense. Llevó a que un pueblo cauteloso en lo general, el británico, se arrojara por los blancos acantilados de Dover el año pasado, en un exitoso intento por salirse de la Unión Europea y satisfacer una necesidad de recuperar a su país (sea lo que sea que eso signifique). Un payaso grandilocuente, llamado Nigel Farage, encabezó este ejercicio de locura de las multitudes y desde entonces se ha convertido en compañero de cena de Trump. Yo supongo que denigran a los musulmanes mientras comen hamburguesas bien cocidas y toman Coca cola. El multilateralismo recibe una carcajada con el helado. Que Dios se apiade de nosotros. Existen bastantes teorías sobre este enojo. No los voy a aburrir con ellas porque ya son muy conocidas a estas alturas, pero se reduce a que muchas personas están muy seguras de que las están engañando. Si ustedes creen que el mundo los timó, van a enloquecer.

Notan que el intento por exprimir hasta el último centavo de ganancias en cualquier operación también ha exprimido el ultimo rastro de sentimiento de lo que le pase a la interacción humana. Ven que la tecnología le sirve a una eficiencia implacable y, en alguna parte de esa eficiencia, la vida se hace triste y precaria la existencia. Notan que los buenos sindicatos, las prestaciones para el retiro, los empleos en las manufacturas, las horas extras y la atención de la salud o se recortan por buscar ese último centavo.

Observan cómo los tipos que juntan cosas, con mala disposición y poca cualificación, pueden ganar un dineral comprando y destripando compañías sólidas que, de hecho, producen cosas, o estableciendo consultorías que intercambian con conexiones en las márgenes de la política donde hay influencia del dinero. Saben que si algo sale mal con el sistema amañado, las pérdidas se “socializarán”. Los estúpidos comunes que trabajan por turnos pagarán, mientras se desentienden los iniciados. Así han sido las cosas desde el inicio del siglo XXI. Todo siempre está arreglado.

Entonces, ¿por qué la gente no debería concluir que ya no existe ningún código moral, ni disciplina, ni habilidades parentales, ni temple, y lo que se necesita es que algún tipo sacuda al sistema, lo explosione y restablezca algunos estándares morales y les recuerde a todos, de cuando en cuando, quién tiene la gran vara y la puede usar para mantenerlo en sus rincones? (Está bien, resulta que el tipo en cuestión es un estudio en inmoralidad, pero si se cree que la lógica es una guía adecuada para la conducta humana, realmente se necesita volver a pensarlo.)

Como observó George Orwell, los seres humanos “no solo quieren comodidad, seguridad, jornadas laborales reducidas, higiene, planeación familiar y, en general, sentido común; también, al menos ‘intermitentemente’, quieren lucha y sacrificio, por no hablar de tambores, banderas y desfiles por la lealtad”. De ahí que una gran concentración militar tras ocho años de un congruente sentido común sin dramas: es uno de esos momentos “intermitentemente” (que por poco se nos pasa).

Están en medio del país, afilando agujas sin filo con limas para las uñas para venderlas en las calles en 25 dólares, o ingiriendo demasiados opioides que se venden con receta médica antes de una presentación, o quitándole la cápsula al opioide para cocinarlo hasta que esté líquido, hacerlo rendir y metérselo de un pinchazo, o tratando de lidiar con una par de chicos de acogida y unos antecedentes penales; y, demonios, el país se ve listo para una sacudida. Realmente es así; y este tipo está enojado a nombre suyo, en contra de todos los intelectuales de pacotilla que no tienen ni idea.

No subestimen ese enojo ni la cantidad de estadounidenses que todavía creen que Trump es el presidente más honesto en la historia. Es poca cosa, pero hice un vuelo corto por British Airways el otro día, de Amsterdam a Londres, y la línea, en su genialidad, quería cobrarme unos tres dólares por una taza de té. ¡Hablando del último centavo!

Ahora, quizá, Alex Cruz, el director ejecutivo de BA, sea un tipo abusado, pero a quien quiera que se le haya ocurrido la idea de cobrarles a los clientes por una taza es un tonto, intoxicado por el balance. Lo siguiente es un cobro por el oxígeno. No es grave, excepto porque el sistema que produce tales estafas está maduro para las furias.

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