Desentrañando el enigma Trump

Desentrañando el enigma Trump

Hace apenas algunas horas asumió el 45º presidente de los Estados Unidos. De acuerdo a los antecedentes de la campaña y su ratificación durante el discurso de asunción, es posible plantear un marco conceptual para comprender más y mejor los interrogantes que rodean el futuro de la nación más poderosa del planeta, y la consecuente incertidumbre global, a partir de cuatro dimensiones: la personal, la institucional, la social y la internacional.

Iremos desarrollando cada una de estas dimensiones de forma desagregada en sucesivos artículos; aquí nos detendremos a plantear un marco general del proceso, incluyendo las principales interrelaciones entre dichos factores. Primera, entonces, está la personalidad de Donald Trump: su experiencia de vida, su carácter, el estilo de liderazgo que imprimirá a su presidencia, su visión respecto de los Estados Unidos y del mundo en los últimos 70 años (su edad, y el período en el que Occidente desplegó un orden internacional que tuvo a su país como principal protagonista e impulsor). Tal vez los medios de comunicación se han concentrado hasta ahora en los aspectos más superficiales del empresario: su verborragia en general y en redes sociales en particular, el lujo en sus consumos o los exabruptos con sus competidores y empleados.

Es indudable que el culto a la personalidad que lo caracterizó como magnate inmobiliario y estrella de TV resultó un éxito tanto para la primaria republicana como para la campaña presidencial. Sin embargo, a la hora de gobernar, la capacidad de solucionar problemas, hacer acuerdos o “ganar” no se basa necesaria ni fundamentalmente en el personalismo. Los atributos y habilidades que se requieren en política son muy diferentes a los que predominan en el mundo corporativo, sobre todo en empresas familiares o unipersonales que no cotizan en la bolsa (es decir, carecen de mecanismos de transparencia interna y, muy a menudo, de personal corporativo competente y profesional). Donald Trump descubrirá, más temprano que tarde, que el caudillismo tiene sus límites en el sistema político norteamericano, comenzando por el propio aparato burocrático del Estado, en particular en materia de defensa e inteligencia. Curiosamente, mientras el lema del Foro Económico Mundial de Davos 2017 es “liderazgo responsable y receptivo”, Trump ganó las elecciones gracias a un discurso anti político y anti establishment: una suerte de “voto bronca” de segmentos de clase media y media baja, predominantemente blancos, que prefirieron en todo caso la “autenticidad” a la responsabilidad.

Lejos de la prudencia y la moderación que caracterizaron hasta ahora a todos los presidentes norteamericanos contemporáneos, el estilo temerario para abordar cuestiones delicadas suena refrescante frente a la hipocresía de lo políticamente correcto, pero plantea fuertes interrogantes respecto de la capacidad efectiva de lograr resultados. ¿Cómo reaccionará Trump cuando advierta que la realidad es mucho más compleja de que lo pensaba? ¿Cuándo comprende que los cambios que buscaba implementar son mucho más lentos y parciales a lo que él y sus votantes en efecto aspiraban? La dimensión institucional tiene al menos dos facetas.

La primera, cómo lidiará Trump con el Congreso: qué tipo de acuerdos buscará con la oposición demócrata y cómo atraerá a los republicanos, muchos de los cuales desconfían aún de él. Muchos de los cambios que prometió Trump habrán de afectar de manera negativa, aunque parezca curioso, a sus votantes. Por ejemplo, los cambios en la política de salud podrían dejar sin cobertura a millones de ciudadanos, o implicar un enorme gasto fiscal a los Estados, la mayoría de los cuales son gobernados por republicanos.

En las audiencias de confirmación de los integrantes de su gabinete, senadores de ambos partidos plantearon interrogantes muy serios respecto de la agenda de gobierno sugerida durante la campaña. Esto presagia una relación por lo menos compleja que puede derivar en límites relevantes al ímpetu insinuado por Trump desde el Poder Ejecutivo. Si a esto se le sumo los previsibles litigios que tendrán como protagonista al poder judicial, no puede descartarse fricciones relevantes en el sistema de frenos y contrapesos.

La segunda faceta de la dimensión institucional comprende al propio gabinete y al manejo de la poderosa Casa Blanca. Trump seleccionó una combinación sin precedentes de generales retirados y multimillonarios, con sólo tres mujeres, un negro y ningún latino por primera vez en tres décadas (cuando la población hispana, en el mismo período, creció exponencialmente). Pero lo más importante es que en esas audiencias de confirmación, la mayoría de los secretarios de Estado manifestaron profundas diferencias respecto de su jefe.

Esto involucra cuestiones estratégicas, tanto de política doméstica como internacional. Más aún, algunos de los asesores personales de Trump, que no requieren confirmación del Senado, tienen opiniones diferentes a los titulares de las respectivas carteras. Tal vez el caso más inusual es el del asesor principal Jared Kushner, el joven e inexperto yerno del presidente. Hace 48 horas, en una cena con donantes, Trump declaró que Kurchner iba a lograr la paz en Medio Oriente. El sólo, como si se trata de un permiso para hacer un edificio o una concesión para tener un casino. Supongamos que eso fuera mínimamente plausible, ¿qué papel le queda a Rex Tillerson, el secretario de Estado y ex mandamás de Exxon Mobile? Otro caso preocupante es el Peter Navarro, titular del recientemente creado Consejo Nacional de Comercio, un profesor de economía de la Universidad de California, Irvine, que escribió un libro titulado Death by China, en el que culpa a ese país de los problemas de desindustrialización del viejo complejo industrial del Cinturón Oxidado del medio oeste (donde Trump ganó las elecciones).

Las ideas de Navarro, con las que nuestro Guillermo Moreno o su homónimo Roberto estarían seguramente de acuerdo, se oponen de cuajo a las de Steven Mnuchin, el designado Secretario del Tesoro, un ex socio de Goldman Sachs devenido en exitoso dueño de un fondo de cobertura (hedge fund). ¿Cuál será el grado de consistencia y homogeneidad de la política económica de la administración Trump? ¿Qué dirá de todo esto Wilbur Ross, el nuevo secretario de Comercio, un septuagenario y billionario inversor que hará también sus primeras armas en la política? La forma en que los intereses y las visiones de cada uno de estos personajes se coordinen o entren en conflicto constituirá un dato crítico para comprender los contornos de las iniciativas concretas de la administración Trump. Antes de que el Congreso las procese y modifique en función del poder de los lobbies.

La dimensión social, por su parte, debe también analizarse de forma diferenciada, observando al sector privado, a los propios votantes republicanos y a otros grupos de la sociedad civil con alguna capacidad de movilización. Por un lado, el índice Standard & Poor’s 500 subió un 6,4 por ciento desde la elección y la moneda norteamericana profundizó su fortalecimiento dada la expectativa está alta. Las expectativas corporativas son generalmente buenas, acaso por la esperanza de que la presidencia Trump reduzca regulaciones y baje impuestos, en particular en los sectores de ingresos altos.

Pero hay muchas industrias preocupadas por sus inversiones en el exterior, el eventual impacto del proteccionismo y la dificultad para contratar mano de obra extranjera, crucial en segmentos muy dinámicos, sobre todo la tecnología de la información. En otras industrias, como la farmacéutica, hay estupor por el impacto en el cambio de la política de salud. En síntesis, habrá que evaluar el impacto sectorial de las políticas económicas de Trump, donde las grandes empresas de petróleo y energía, las constructoras y otros sectores muy regulados (como el sistema financiero) aparecen ex ante como los grandes ganadores.

Cuidado con los votantes republicanos: las políticas de su presidente puede ser contraria a sus intereses. El proteccionismo puede de corto plazo generar empleo artificial, pero alimenta una escalada de precios que termina afectando el salario real. Si grandes corporaciones globalizadas sufren los embates de una guerra comercial, eso impactará en su valor en la bolsa, afectando los fondos de jubilación y el ahorro de millones de norteamericanos.

Asimismo, sabemos desde Toqueville que la cultura cívica de los EEUU es uno de los atributos distintivos de esa sociedad. Aunque el Partido Demócrata viva una crisis muy profunda de liderazgo y desorganización, muchos grupos están ya movilizados para defender sus intereses y derechos adquiridos. De este modo, mujeres, negros, latinos, GLTBs, jóvenes, ambientalistas y otras agrupaciones están comenzando a movilizarse de manera espontánea, con la facilidad generada por las nuevas tecnologías de la información.

Muchos artistas y referentes culturales contribuirán a llenar el vacío de liderazgo político que por ahora tienen estos sectores, que más temprano que tarde generarán nuevas voces que, como ocurrió con el Tea Party en la derecha conservadora cuando comenzaba la presidencia de Obama, plantearán ideas y visiones que nuclearán a buena parte de los que se opongan a Trump. Este presidente arranca con apenas 40% de aprobación. Es probable que su techo no esté lejos de esa cifra.

Finalmente, la dimensión internacional se visualiza también como muy compleja. Es la que Trump menos controla y donde podría encontrar desafíos más rápidos y de mayor impacto. Por un lado, el magro crecimiento de la economía global, una gobernanza mundial cada vez más compleja y los esfuerzos por contener el cambio climático. En todas, el presidente norteamericano parece decidido a no contribuir demasiado, incluso, hasta podría revertir el escaso terreno ganado. Luego, el rebalanceo del poder global.

La escalada de animosidades mutuas y amenazas veladas con China, de no mediar un cambio de tendencia, parece destinada a una inevitable confrontación entre Washington y Beijing. La relación con Rusia es opaca y poco clara. El rol de Moscú en las elecciones norteamericanas fue documentado por las agencias de inteligencia, pero eso parece importarle poco al presidente Trump. La amenaza rusa a los países bálticos puede precipitar en episodios similares a los de Crimea, un test sin precedentes para la debilitada OTAN. En cuanto a su política exterior, contrariamente a lo que se argumenta y en contradicción a la política comercial, no existe evidencia suficiente para creer que será aislacionista.

Así como Bush combinó el liberalismo con la fuerza militar unilateral en lo que se dio por llamar neoconservadurismo, Trump parece apuntar a una especie de renovada búsqueda por la primacía global con elementos de nacionalismo militante (habrá que ver si militarista) en los asuntos internacionales.

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