La usina que fogonea el pánico y las mentiras por las redes sociales

La usina que fogonea el pánico y las mentiras por las redes sociales

Caso 1: comienza a circular por Whatsapp un audio que alerta sobre supuestos secuestradores de niños. Habla de una banda que se moviliza en un Corsa negro y hay fotos de los supuestos delincuentes. Las imágenes corresponden, en realidad, a una organización mexicana que fue desarticulada hace tiempo.

Caso 2: Lourdes Álvarez fallece un día después de dar a luz. Se había sometido a una cesárea en el hospital Avellaneda, sufrió una descompensación y debieron trasladarla a la Maternidad, donde murió a las pocas horas. Por las redes sociales empieza a circular la versión de que los médicos habían dejado un bisturí en el cuerpo de Álvarez. Fue la pareja de la víctima, Alejandro Calderón, quien desmintió esta versión.

Caso 3: llueve en Tucumán y de inmediato salta a las redes la noticia de que el túnel de la Córdoba está completamente inundado. En una foto aparece gente subida a una camioneta, atrapada por lo que se adivina como una laguna. La imagen corresponde, una vez más, a México.

Caso 4: las fotos del cadáver de Juan Viroche vuelan por Whatsapp, Facebook y Twitter. Se lo ve mutilado, lo que abona la hipótesis del homicidio. El propio abogado de la familia Viroche, Pedro Escobar, subraya que esas imágenes están trucadas. “Son barbaridades que se hacen para afectar la investigación”, sostiene.

Si la historia de la humanidad está cruzada por el poderoso efecto de los rumores como elementos de disgregación social, la que vivimos es una edad de oro para quienes se encargan de generarlos y propalarlos. La usina de rumores debió aguardar miles de años para encontrar las más formidable de sus herramientas: las redes sociales. Lo que hubieran dado los operadores de esta usina, desde el despuntar de la civilización hasta fines del siglo XX, por disponer de una cadena de Whatsapp.

Uno de los estudiosos de este fenómeno es el alemán Hans-Joachim Neubauer. Escribió un libro altamente recomendable, llamado “Fama, una historia del rumor”. Afirma Neubauer que un componente siniestro del rumor es que el relato que transmite encuentra en sí mismo la fundamentación para hablar de los demás. “Los rumores son sugerentes y plausibles, y en ello se parecen al chisme, tienen poder. Con frecuencia influyen más en el comportamiento y las opiniones de las personas de lo que pueden hacerlo las informaciones contrastadas”, escribe. A la argumentación, las redes le dan la posibilidad de agregarle imágenes. El relato se potencia con la presunta evidencia.

El fenómeno se cimenta en la credibilidad que la opinión pública puede conferirle a una cadena de Whatsapp. Cualquiera se da cuenta de que esa foto no es del túnel de la Córdoba, pero lo que quiere verse es una inundación, para reforzar la certeza de que la zona -pase lo que pase- está condenada a quedar bajo el agua. Si ocurre en la próxima tormenta la falsa cadena de Whatsapp alcanzará la categoría de profecía autocumplida.

Infundir pánico en la sociedad (“están secuestrando chicos”), indignación (“dejaron un bisturí en el cuerpo de una mujer”) o rabia (“miren lo que le hicieron al padre Viroche”) es tan sencillo como deslizar el dedo por una pantalla. Los diques de contención -el sentido común, el pensamiento crítico, un mínimo de decoro- no están funcionando en Tucumán.

La difamación también cabe bajo este paraguas. Cuando se produjo el escándalo en la puerta de la Casa Histórica -la instalación artística destruida por un vecino que se sintió ofendido- en las redes clamaron por el desplazamiento de la directora, Patricia Fernández Murga. El de la funcionaria fue uno de los discursos más atinados e inteligentes que se escucharon en medio de esa polémica, pero desde el anonimato cualquiera se arroga el derecho de constituirse en juez. Porque los rumores se construyen con (mala) intencionalidad, pero también desde la ignorancia. En el caso de las fotos de Viroche se trata, sin más vueltas, de un delito.

“La gente corriente, los políticos más poderosos y los grandes artistas han intentado conjurar el rumor con prácticas culturales de diverso signo -advierte Neubauer-. Hay algo que podemos dar ya por sentado: en la era de Internet continuará siendo lo que ha sido siempre, un fatal compañero de la historia”. El problema se profundiza cuando las sociedades parecen ávidas por alimentarse de esa clase de voces.

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