
EN DETALLE. Las cuatro estaciones y la música, se incluyeron en el mural que está en Lavalle y avenida Alem. LA GACETA / FOTOS DE ANALÍA JARAMILLO.-

Hay dos maneras de mirarlo. De cerca se pueden ver en detalle unos 100.000 pedacitos de azulejos, platos, tazas, cerámicos, vidrios, espejos y piezas, como una virgencita de metal, que fueron donados por los vecinos, por los estudiantes que trabajaron allí y por la parroquia San Gerardo. Mientras que de lejos se puede leer la vida del barrio: su arquitectura, economía, religión, naturaleza, pasión. Así, con un mural ubicado en avenida Alem y Lavalle que todavía no está terminado, el arte junto con el color se apropiaron de un espacio gris, en una zona que ha sido noticia en los distintos medios por los frecuentes robos.
En el último año de la carrera de Arquitectura de la UNT hay una materia que se llama Práctica Social. El nombre da una idea de qué es lo que hacen: tienden a mejorar el hábitat con sus prácticas en la comunidad, mezclan el saber técnico con el popular y buscan resolver cuestiones técnicas en viviendas de personas que no pueden tener acceso a arquitectos, según enumera la docente a cargo de la materia, Adriana Assef.
“También trabajamos con la línea de mejora de espacios públicos o potenciación de aquellos en deterioro. Así surge este deseo de plasmar en una pared un mural significativo, identitario del barrio Ciudadela y de la comunidad toda, ejerciendo la participación como clave: de esa forma nos contactamos con referentes de la parroquia y los vecinos, concretamos reuniones buscando cuál sería el mejor diseño. El mural, desde su origen, tiene una clave de participación comunitaria”, describe la arquitecta y docente.
En esos encuentros o talleres de diseño participativo se fueron definiendo las imágenes a plasmar. A simple vista, lo primero que se ven son símbolos religiosos y eso tiene su sentido, ya que el mural se realizó en una pared de la parroquia San Gerardo, que mide 10.5 metros de ancho, por unos 3.30 de altura.
En detalle, se ven signos de la vida barrial, como el Mercado de Abasto, elementos de la plaza Belgrano, que está muy cerca; niños jugando; las cuatro estaciones, representadas por naranjos en sus cuatro estados (hasta plasmaron flores de azahar realizadas con minúsculos trozos de cerámicos); la iglesia antigua y la nueva; y la palabra, que fue representada por un libro abierto, cuyas palabras vuelan como pájaros. ¿Qué más se puede descubrir? Si se toman unos minutos para observar, comienzan a aparecer un unicornio azul (inspirado en la canción de Silvio Rodríguez), un puente amarillo (recuerden el tema “Cantata de puentes amarillos”, de Pescado Rabioso), un sol con los colores del club San Martín, una oveja negra entre otras blancas y un agujero que muestra que detrás todavía hay un mundo. Hay más, pero queda en uno descubrirlo.
“Fue realizado con una técnica que se llama trencadís (en catalán significa “quebradizo o mosaico”) y que queremos dar a conocer, para que pueda ser replicada por cualquier persona en su casa. Es algo que permanece en el tiempo y eso es importante para un mural. Fue para destacar la participación de la gente del barrio: aportaron material que reutilizamos, desde cerámicos hasta tacitas rotas. Y los estudiantes también fueron parte fundamental, que trabajaron de manera voluntaria durante más de un año y más allá de su cronograma académico”, comentó Assef.
Con sol, con lluvia
“Trabajo artístico, comunitario, urbano, necesario, ciudadano, para todos, full time. Estaría bueno que lo conozcan”. Esas son algunas de las palabras escribió en Facebook Gabriel Lemme, un estudiante de Arquitectura y fotógrafo, que durante un año vivió (aunque volvía a dormir a su casa) en ese espacio público tucumano para ser parte importante y fundamental de ese mural de Ciudadela.
Estaba allí, en Lavalle y avenida Alem, hasta cuando llovía o se hacía de noche. Lemme recuerda que ciertos vecinos fueron fundamentales para la realización del mural, como su amigo Nabil, Rosita, que vive en un edificio frente a la obra; o Anahí González, una psicóloga que ofreció su ayuda; o Antonio Ginart, al que consideró como el “santo del mural”; o “el turco” y “pablín”, los cuidacoches que también lo cuidaban a él (“muchas veces presencié robos a unos metros de donde estaba trabajando, pero ellos me cuidaban”).
“Yo me sumé a ese trabajo dispuesto a poner lo que faltara para que sea una obra de arte, es el concepto ‘la patria es el otro’ el que fui a probar, a hacer realidad. El mural significó para mi pasar de las palabras y las ideas a la acción”, destaca Lemme.
Ahí está el mural, para quien quiera verlo y apreciarlo de lejos o de cerca. Todavía espera tener su toque final, porque no está terminado: falta que alguien (¿La municipalidad o la Parroquia?) arregle la vereda que está toda rota y falta iluminación, porque vale la pena que a toda hora pueda apreciarse la historia de La Ciudadela reconstruida en pedacitos.
Piden más presencia policial en la zona
“No han pintado grafittis, ni lo ensucian, ni lo rompen. La gente respeta mucho ese mural”, comenta Raúl Ruiz, encargado de un edificio que está justo frente del mural. Y le sorprende que nadie lo toque, porque opina que esa zona, a la que aprecia porque hace cerca de 30 años que trabaja en la zona, le falta custodia policial por los robos que son una constante. “Estamos contentos porque además de ser algo lindo para todos, cuenta la historia del barrio”, agrega.








