La autoridad de médicos y maestros, en crisis

La autoridad de médicos y maestros, en crisis

Hasta hace unos años nadie los cuestionaba. Eran referentes sociales. Hoy son atacados y amenazados. ¿Qué está pasando?

AGOBIADOS. Así se sienten muchos profesionales de la salud cada día.  AGOBIADOS. Así se sienten muchos profesionales de la salud cada día.
07 Agosto 2016

El bebé estaba grave. Ningún médico podía asegurarle que iba a sobrevivir. Así que el padre quiso dejar algo en claro: “si le pasa algo a mi hijo, los mato”. Eso les dijo a los profesionales de la terapia intensiva del hospital de Niños. No fue solo de palabra. El hombre tenía un arma en la mano.

A veces son amenazas e insultos. Otras, ataques a golpes. Como ocurrió esta semana en un CAPS de San Cayetano, cuando una paciente encerró a su médica y la pateó para que le diera psicotrópicos.

No sólo pasa en los consultorios y hospitales. También la violencia se apoderó de otro lugar que hasta unos años era impensado: las aulas. El mes pasado, al director de la escuela República del Perú (Banda del Río Salí) un alumno lo agredió a pedradas. Villa 9 de Julio es otro caso que alarma: los docentes tiemblan cada vez que deben ir a dar clases.

¿Qué está pasando? ¿Por qué los docentes son cada vez más objetados por los padres y alumnos en el aula? ¿Por qué tanta intolerancia hacia el personal de la salud? Los maestros y los médicos siempre fueron referentes sociales, figuras muy respetadas. Y sin embargo hoy parece que algo se hubiera quebrado. Los cuestionan. Los agreden. La autoridad se les va de las manos.

La socióloga Lucía Cid Ferreira analiza esta realidad desde dos aristas: “por un lado, estamos ante un contexto de mayor violencia interpersonal y social que atraviesa el conjunto de la sociedad. Cuando se analizan las estadísticas criminales del país, notamos que los delitos contra las personas han crecido progresivamente en las últimas décadas”. “Por otra parte -prosigue- podemos señalar el proceso de degradación de las instituciones sociales en el transcurso de las últimas cinco décadas, al menos”.

En primera persona

El pediatra Lorenzo Marcos, que lleva 40 años en el sistema público, opina que en los últimos años algo se rompió en la relación “médico-paciente”. “Se perdió el respeto hacia el profesional”, explica el jefe de la Terapia intensiva del hospital de Niños, sitio en el cual los médicos tuvieron que hacer una “vaquita” para comprar una puerta de hierro para que los familiares de los pacientes allí internados no entren a atacarlos.

La razón de este quiebre, según Marcos, tiene que ver con que desde hace unos 15 años “se hace política con la salud”. “Nos enfrentaron: pusieron a los profesionales de un lado y a la gente de otro”, sostiene. Otros explicaciones son: “el cobro del plus médico, que también atentó contra esa relación, y el mayor acceso a la información. Antes la palabra del médico era ley. Y eso que hasta hace unos años la mortalidad en los hospitales era mucho más alta. Antes había desiformación y ahora tenemos malinformación. Nunca podés llegar a los familiares, ellos ya saben todo porque lo han leído en Google y te cuestionan. Y así te llegan a decir que somos médicos de quinta”, reflexiona el médico de 64 años.

Con menos tiempo de experiencia, Sebastián Pérez Valoy -lleva 13 años ejerciendo- cuenta que comenzó a trabajar justo cuando empezaba a perderse el respeto por la figura del médico, situación que le generó una verdadera desilusión en su vida. “Nadie en mi familia había seguido esta carrera. A mí, entre otras cosas, me atrapaba la profesión porque gozaba de mucho prestigio y admiración. La palabra del médico era sagrada. Pero hoy las cosas son totalmente distintas. En la sociedad hay una violencia generalizada y eso impacta directamente en los hospitales. Hoy la gente llega mal predispuesta, con la idea de demandar al médico”, opina el neonatólogo del hospital Avellaneda. Según él, no todos los pacientes son iguales. “Muchísimas personas son agradecidas, pero claro que daña más si uno de ellos llega con un machete a amenazarte, como nos sucedió el año pasado”, opinó.

El rol del educador

Marina Posse, de 26 años, docente de primaria, ilustra así lo que se vive en las aulas: “hay una historieta de Mafalda que es clarísima. Está la maestra escribiendo ‘Mi mamá me mima. Mi mamá me ama’. En el cuadrito siguiente, la alumna dice: ‘la felicito, señorita, veo que usted tiene una mamá excelente. Y ahora, por favor, enséñenos cosas realmente importantes’. Creo que hoy claramente nuestra autoridad está cuestionada, más que nada por los padres. Y los hijos absorben todo eso en la casa. Afuera hay mucha violencia; los chicos vienen con una carga de soledad tremenda”, dice la joven.

Tanto Marina, como Lucía Daluz (maestra jubilada) coincidieron en que las escuelas no dejan de ser una caja de resonancia de lo que ocurre afuera. Además, sostuvieron que la autoridad docente antes se imponía y hoy se debe construir.

Lucía tiene 63 años. Estuvo frente a las aulas durante 27 años. Cuenta que siempre se sintió respetada por sus alumnos y los padres de ellos. Y admite que las cosas han cambiado. ¿Por qué? “El docente ahora está mas preocupado en cumplir con muchas cuestiones administrativas y no tiene demasiado tiempo de observar, detenerse en cada uno de los niños, que reflejan distintas realidades. Yo priorizaba el trabajo de ayudar al niño en la construcción de su autoestima. Un niño al que se le da seguridad y respeto en la escuela, lo devuelve de la misma forma. En cambio, si no se siente mirado ni respetado, no respeta. Si es un docente vulnerable, los padres también pueden reaccionar mal. Un docente firme tiene buen manejo de grupo. Pero también tiene que saber que los directivos guían y colaboran en busca de solución a los conflictos. Este apoyo debe ser justo y ejemplificador”, opina.

Según el diálogo que mantiene con algunas maestras jóvenes, ellas muchas veces se sienten solas. “Los padres tomaron mucho protagonismo al saber que los docentes pueden ser cuestionados mientras que ellos son inimputables. Desde los organismos superiores al maestro se les exigía a aceptar la verdad de los otros. Hay desgaste, cansancio y decepción. Por eso, si el educador se siente agredido busca manejar la situación de una manera más práctica: sin involucrarse”.


En las aulas 
“El peor error fue decir que los hechos violentos eran aislados”


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En las aulas 

“El peor error fue decir que los hechos violentos eran aislados”

La psicopedagoga Silvia Bono, mediadora en hechos de violencia escolar, sostiene que fue un grave error haber querido esconder durante muchos años los sucesos de agresiones en las escuelas. “Preferían caratularlos como hechos aislados o decían ‘es por falta de límites en la casa’. Todo quedaba puertas adentro. Pero poco a poco se comenzó a desdibujar el rol del docente. De este tema se empezó a hablar cuando la situación ya nos desbordaba, cuando ya era imposible tapar el sol con un dedo”, advierte la experta. De acuerdo a su experiencia, en el 80% de las escuelas hay violencia física y psicológica.

“Lo que más se ve son situaciones de violencia si un docente no aprueba a un alumno. No importa si sabe o no, todos exigen que se lo debe aprobar. De otra manera, se toman las cosas de forma personal. Aparecen frases como ‘usted tiene algo con mi hijo, lo está persiguiendo’. Se pierde la mirada del docente, no es una figura a respetar”, insiste Bono. En un contexto de creciente violencia, el desafío hoy en el aula no es solamente enseñar, sino construir la autoridad. “Al docente se lo debe capacitar, ponerles especialistas auxiliares cuando lo necesiten -advierte Bono-. El maestro tiene que pedir ayuda, no tapar los hechos. Y fundamental: una ley que lo proteja en su lugar de trabajo”.

En los consultorios 

“Urge resolver problemas de fondo, como las adicciones”

En las salas de espera de los hospitales hay siempre un clima raro. Especialmente en las urgencias, reconocen los médicos y también los pacientes. ¿Qué es lo que pasa? “Tenés que venir desangrándote si querés que te atiendan”, exclama Belén Solórzano, que había acompañado a su tía a que la revisaran en el hospital Padilla. La mujer se había caído y le dolía mucho la pierna derecha. “Como no entró en camilla, hay que esperar. Hace dos horas esperamos. Enseguida empiezo a gritar”, advierte. “Los gritos son lo de menos. Acá en emergencias vivimos con tensión en forma permanente. El problema es la falta de control. A veces uno vive con mucha angustia. No hay filtros que permitan saber cuándo alguien llega armado”, señala una médica residente que prefiere no identificarse.

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Una denuncia común es que en los hospitales, aunque hay vigilancia privada, generalmente estos efectivos no intervienen y ni siquiera están armados. Las cámaras tampoco sirven porque no previenen hechos de violencia, comenta Adriana Bueno, titular del gremio de los autoconvocados. “Los centros de atención del interior son los más desprotegidos. Lo que vivimos día a día es preocupante -apunta-. Urge resolver problemas de fondo, como las adicciones, porque es la inseguridad de afuera la que se traslada allí”.

PUNTO DE VISTA

El proceso de desvalorización

Por Lucía Cid Ferreira - socióloga, autora del libro “el gran miedo”

Las instituciones educativas y de salud públicas han sufrido un proceso de desvalorización, cuyo registro más evidente son sus carencias materiales, pero que se manifiesta también en los recursos humanos. Esto tiene que ver con la política hegemónica de fortalecer la iniciativa privada y desfavorecer lo público. Lo público se piensa como un servicio destinado a los pobres, y estos, de acuerdo con prejuicios sociales extendidos, deberían conformarse con servicios de baja calidad. Entonces nos encontramos con situaciones violentas al interior de muchas de estas instituciones.

El que haya debido recurrir al hospital público ha experimentado, probablemente, una situación de desesperación ante la demora, la falta de atención y la irritación de los agentes sanitarios (cuyas causas -laborales- también deberían determinarse). Ahora bien, cuando la población percibe la baja calidad del servicio, y por ende el poco valor que el propio Estado le da, toda la institución, incluidos sus agentes, pierden valor. Y por supuesto que en ese proceso pierden también respeto y prestigio.

En la escuela sucede algo parecido. Aunque se haya masificado la escuela (más que nada para obtener buenas estadísticas) se degradó su calidad, a tal punto que los maestros debieron facilitar la aprobación de sus alumnos. En ese proceso los docentes perdieron el respeto de padres y estudiantes. Se degradó la educación, por ende se degradaron sus maestros. Los desafíos les caben tanto a maestros, médicos y enfermeros como al conjunto de la sociedad. Se trata de llevar a cabo una lucha tenaz para defender la educación y la salud pública y llevarlos a los más altos estándares de calidad. Salud y escuela de calidad implican, además de recursos materiales, que los trabajadores de la salud y de la educación sean bien formados y bien remunerados.

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