El Evangelio según López
El día en que se cumplieron 30 años de la muerte del eternamente presente Jorge Luis Borges, el representante tucumano en el Parlasur, José López, fue detenido mientras intentaba enterrar una fortuna (o dos) en la localidad de General Rodríguez. No fue casualidad.

Lo protagonizado por uno de los más trascendentales funcionarios del kirchnerismo es, indignamente, casi una escena borgeana. Hay un convento y un fusil. Una madrugada y varios millones. Hay un hombre buscando su destino en las entrañas de la tierra. Después de 12 años de un parlamento que no parla porque ha guardado voto de sumisión. Después de una década de una Justicia que en lugar de blandir su espada la ha rendido. El ex funcionario intenta empezar a enterrar un secreto, pero en realidad está comenzando a sepultar al kirchnerismo. Un vecino lo ve y lo denuncia; y de todos los nombres posibles, ese delator se llama Jesús...

Lo revelador de ese 14 de junio, en todo caso, no radica en que presenta elementos que tal vez pudieran caber en un texto del autor de Ficciones. Lo estremecedor, más bien, radica en que la vida y pasión de uno de los primeros kirchneristas -eso es López, también- ya fue escrita por Borges. Se publicó en 1970, en el libro titulado El informe de Brodie, bajo el nombre de El Evangelio según Marcos.

El capítulo

El protagonista del cuento de Borges, Baltasar Espinosa, tiene 33 años y ha viajado lejos de su hogar. “Era uno de tantos muchachos -describe el autor de Historia universal de la infamia- sin mayores rasgos distintivos que su facultad oratoria”. Como López, que cuando rozaba los 30 años se fue de Concepción a Río Gallegos y -según reconstruye la periodista Lucía Salinas, de Clarín- fue descubierto por Néstor Kirchner por sus dotes de cantor en una peña del bar Viejo Ciprés.

A Baltasar no le gustaba discutir; prefería que los otros tuvieran razón. Como López, de perfil sumamente bajo, que se ganó un lugar en el riñón K a fuerza de siempre convalidar a Néstor.

Baltasar -describe el autor de Inquisiciones y de Otras inquisiciones- fue aprendiendo cosas insospechadas, como que no se galopa cerca de las casas ni se sube al caballo sino para cumplir una tarea. Como López, que en breve lapso pasó a ser el hombre de la obra pública de Kirchner, y se mudó al centro de la capital santacruceña, y después a la Capital Federal, y más tarde a Tigre, siempre a todo galope.

Baltasar se había dejado la barba; y las lluvias habían hecho crecer el río Salado: ni aunque fuera su deseo -que no lo era- podría volver a su ciudad. Como López, cuya calvicie lo había cambiado tanto que lo apodaron “Pelao”; y que año tras año, durante meses enteros, no podría haber vuelto a Los Guchea ni queriendo -aunque se ve que mucho no quería-. Allí, los caminos devienen lodazales con las lluvias y ni siquiera los parientes de López, esforzados trabajadores de la caña de azúcar, pueden dejar sus cosas cuando arrecia el temporal.

Baltasar resuelve un día leer un relato bíblico a la gente de campo que habitaba la propiedad y se sorprende cuando advierte que lo escuchan. “Acaso las letras de oro en la tapa le diera más autoridad. Lo llevan en la sangre, pensó”, cuenta el autor de El otro, el mismo. Como López, que en 2014 se presentó en Tucumán y comenzó a recorrer el interior, para predicar el “relato K” de la redistribución de la riqueza y para prometer tesoros. Incontables intendentes y legisladores del alperovichato, de inmaculado patetismo, llamaban a Casa de Gobierno con tono de pedir permiso para avisar que organizarían un acto para el secretario de Obras Públicas de la Nación, que les prometió el oro y el moro. No quedó un club del interior al que no le prometiera subsidios, de 1 millón de pesos en adelante. Se podría encender una fogata con las notas que las asociaciones de bomberos voluntarios le cursaron para pedirle equipamiento. Porque López cultivaba ese humor sardónico de los burócratas pejotistas, que consiste responder a los pedidos más necesitados que nunca atenderán con la ignominiosa frase: “Presentame una notita”.

Baltasar abrió la Biblia en el Evangelio según Marcos. “También se le ocurrió que los hombres, a lo largo del tiempo, han repetido siempre dos historias: la de un bajel perdido que busca por los mares mediterráneos una isla querida, y la de un dios que se hace crucificar en el Gólgota”, escribió el autor de El oro de los tigres. Como López, con el libreto “K” , y su recitado de los dos “relatos” troncales: la de un pretendido prócer patagónico que arribó desde el sur a fundar “Un país en serio”; y la de que los medios que no defendían el “modelo”, en “realidad”, estaban mintiendo.

Baltasar, dada la ausencia del patrón de la estancia inundada, había tomado su lugar y daba órdenes menores, que eran cumplidas. Como López, que ante la inminente partida del alperovichismo (ese régimen estanciero de las instituciones) anunció que competiría por la gobernación. Y de pronto se encontró con que muchos le hacían caso. Como el hoy senador José Alperovich, que el 22 de mayo de 2014 respondía: “nadie merece que le cierren la puerta”. Y agregaba: “José es un tucumano que en estos años ayudó mucho a la provincia. Hay que ser agradecido por todas las manos que nos ha dado”. Ahora dice el ex mandatario que compartió la boleta con López porque la entonces presidenta, Cristina Fernández, se lo había pedido. El ex gobernador aclara, también, que no es kirchnerista. No se trata de que no los une el amor, sino de que los divorcia el espanto.

Baltasar se encontró con el capataz de la estancia -escribió el autor de La moneda de hierro- y él le pregunto si Cristo se había dejado matar para salvar a los hombres. La respuesta (cuya trascendencia ignoraba) fue: “Sí. Para salvar a todos del infierno”. Incluyendo a quienes lo habían clavado en la cruz. Como López, que en 2014 repetía que Cristina y Alperovich sólo le pedían “trabajar, trabajar y trabajar” por la gente. Agregaba (sin saber lo premonitorio de su mensaje) que para el peronismo “la única verdad es la realidad”, así que las obras, en tanto realidades, “son nuestras verdades”.

Baltasar despertó de una siesta -prosigue el autor de Los conjurados- y se dio con los que lo habían seguido. “Hincados en el piso de piedra le pidieron la bendición. Después lo maldijeron, lo escupieron y lo empujaron hasta el fondo (…). El galpón estaba sin techo; habían arrancado las vigas para construir la cruz”. Iban a crucificarlo para obtener la salvación. Como a López, a quien los mismos que le pidieron que los “bendijera” con obras, ahora lo maldicen y lo insultan para “salvarse”.

Como Luis D’Elía, para quien López ya no es “el compañero José” sino “un corrupto y un ladrón”, además de un “traidor cómplice de Macri” que “crea las condiciones para la detención de CFK”. Como Hebe de Bonafini, quien -luego de obviar el hecho de López era uno de los hombres de Néstor desde 1987- sostuvo que quien fue durante 12 años el secretario “K” de Obras Públicas es, en “realidad”, un “chorro”, un “estafador” y un “infiltrado” de los medios de comunicación. Como el PJ tucumano, que suspendió a López del consejo provincial al grito de su presidenta, Beatriz Rojkés: “no vamos a tolerar actos de corrupción”. Ayer nomás, durante la campaña electoral, buena parte de los conductores de ese partido habían urdido una imagen de cuasi mesías subtropical en torno de “Josecito”: él era un engranaje central del kirchnerismo al que había que tributarle todos los reconocimientos porque iba a traer grandes obras. Eso pregonaban muchos políticos que esperaban que también trajera grandes negocios. Uno de esos pregoneros, por celular, le habría dicho el martes a Rojkés que debían suspender a López y ella intentó ponerlo en altavoz para que en la mesa del PJ escucharan las razones, pero él cortó. Así que al final, más que suspensión, fue negación. Como la de actores, periodistas e intelectuales “militantes” que aclaran que ellos, “de las cosas que hacía López”, nada sabían. Como si tal cosa fuera posible: no lo de ignorar las maniobras ilícitas de un funcionario, sino asumir que en el Gobierno K “sólo” López lo hacía.

Cuando lo detuvieron, López exclamó ante una monja: “Yo robé dinero para venir a ayudar acá”. Estaba alegando, en definitiva, que roba, pero hace...

Los versículos


Que quede claro: la corrupción del funcionariado “K” de ninguna manera (pero de ninguna manera) puede siquiera intentar ser coparticipada a sus militantes. El kirchnerismo es una expresión política henchida en ciudadanos y dirigentes orgullosamente honestos. Dicho eso, que haya tantos kirchneristas en los medios (más aún que el número de fieles en el Congreso Eucarístico Nacional) poniendo cara de sorpresa frente a la corrupción “K” raya la provocación. No se puede gestionar certificado de “No tenía la menor idea” tras 12 años de investigación periodística y de denuncia de pocos -pero sonoros- dirigentes opositores. En todo caso, no quisieron saber -que es muy distinto- y se dedicaron a demonizar a quienes mostraron las piezas del latrocinio, que forman el rompecabezas de una de las superestructuras estatales más corruptas del Bicentenario.

Durante la década ganada (que empalidece a la década infame), toda advertencia pública sobre las maniobras sospechosas de la obra pública cartelizada, sobrevaluada, dirigida mediante contrataciones directas y embarazada de irregularidades, fue reducida a teoría conspirativa. A campaña sucia y desestabilizadora. A propaganda cipaya y vendepatria. A perorata gorila y golpista. En verdad, a partir de López pescado in fraganti, la única crítica que cabe a esas denuncias es que eran minúsculas.

Pero entonces la ex presidenta se pronuncia a través de Facebook. Y dice: “Creo que palabras como repudiar, rechazar o condenar, no alcanzan. Yo quiero saber quiénes son, además del Ing. López (Secretario de Obras Públicas durante mi gestión), los responsables de lo que pasó...”

El “relato K” prendió en esta tierra no porque fuera una creación discursiva notable (con suerte, llegó a ser masivamente mediocre), sino porque esta tierra es, prácticamente, una ficción. Casi la idea de un demiurgo. Borges, en rigor, nunca escribió El Evangelio según Marcos. Ya estaba ciego cuando lo dictó, luego de -simplemente- haberlo pensado un poco.

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