
FELIPE POSSE.A los 29 años, en el retrato de Fernando García del Molino y Carlos Morel, en Buenos Aires.-

SEBASTIÁN ROSSO / LA GACETA
El personaje se instala apenas a la derecha del cuadro. La pose relajada deja en segundo plano un paisaje que toma el color del crepúsculo. Los ojos celestes se clavan en quien los mira. Las largas patillas, muy a la moda, bordean la quijada pero dejan libre el mentón. Una corbata negra le eleva el cuello. Si tenemos algún interés en la historia de las imágenes, podemos decir que es una pintura del siglo XIX, con todas las características del romanticismo. Excepto, tal vez, para su familia, el retrato que presentamos no debe remitir a ningún nombre. Pues bien no demos más rodeos, digamos que se trata de Felipe Posse, tucumano, pintado al óleo en Buenos Aires en 1835, cuando tenía 29 años. La dedicatoria que sostiene en su mano derecha dice: “Para la Sra Da Águeda Tejerina. En Tucumán”. O sea, para su madre.
Durante mucho tiempo se atribuyó la pintura a Ignacio Baz hasta que, en una restauración, se descubrió un par de firmas debajo de la carta: García del Molino y Morel.
Genealogía
Felipe era hijo de Manuel Posse y la susodicha Águeda. Español su padre, oriundo de La Coruña, había llegado a Tucumán a fines del siglo XVIII. Contrajo matrimonio con una de las damas más acomodadas de esta ciudad. Lo enriqueció un negocio de ramos generales e importaciones, que combinó con otro de fletes de carretas. De los 7 hijos del matrimonio, Felipe nació en 1806. Pasó su infancia entre las conmociones independentistas, durante las que su padre había logrado mantener en pie su fortuna. Una de las más importantes de la región.
Joven aún, en 1834, formó parte de una conspiración contra el gobernador Alejandro Heredia, que terminó rápidamente desbaratada y con los cabecillas condenados a muerte. Por intercesión de Juan Bautista Alberdi, amigo de Heredia, la pena les fue perdonada. Así, nuestro hombre no sólo no fue ejecutado, tampoco la cárcel le duró mucho, si tenemos en cuenta que al año siguiente estaba en Buenos Aires. Allí fue retratado.
Contemporáneos
Al momento de hacerse la pintura, Carlos Morel y Fernando García del Molino tenían sólo 22 años. Portaban el talento suficiente para hacerse valer en una ciudad que despuntaba un pequeño ambiente artístico: Charles Pellegrini, Amadeo Gras, José Guth o Félix Revol eran parte de esa élite de pintores. Entre ellos, casi todos extranjeros y mayores, la aparición de estos jóvenes criollos, debió ser un sacudón.
De padre español, García nació en Chile y llegó a Buenos Aires cuando tenía nueve años, en 1822. Morel nació en Buenos Aires. Casi adolescentes, estudiaron en los Cursos de dibujo, que dictaba el italiano Pablo Caccianiga, en la flamante Universidad de Buenos Aires. Se hicieron amigos y pintaron varios trabajos a cuatro manos. No está claro cuantas pinturas hicieron, ni cuanto tiempo trabajaron juntos. Por lo que se describe, casi siempre realizaron miniaturas, de lo que resulta que este portentoso cuadro sería una excepción. ¿Cuánto tiempo se vieron las caras estos tres personajes? Una tarde, dos… cuatro de posar; luego el trabajo solitario de los pintores, hasta terminar la obra. Felipe volvió a Tucumán y cada pintor continuó se carrera en solitario.
Pintura porteña
Cada quien tomaría su propio camino. Morel ensombreció de muy joven. A fines de la década del 30, hizo célebres pinturas de episodios militares y se mantuvo cercano al régimen rosista. Hizo también un conjunto de litografías costumbristas que se llamó la “Serie Grande”, en el taller de Gregorio Ibarra. Dice el historiador Roberto Amigo que la mayor actividad del taller “coincide con la etapa represiva del régimen ante las campañas militares unitarias. Es sintomático que junto con la difusión en la prensa de la edición de la “Serie Grande” también se promocione el retrato de Rosas realizado por Morel, marcando el carácter de propaganda política”. Para este estudioso del período, Morel es quien “mejor expresa la sociabilidad y el consenso logrado por el rosismo”, incluso cuando “la política represiva del régimen federal afectó a su familia”.
Todo parecía marchar bien en su biografía, hasta que ocurrió algo no muy claro. Las referencias al asunto son abruptas: Para Amigo, “a pesar de su vida longeva, sus capacidades mentales fueron sufriendo merma”. Para María Munilla Lacasa, “su actividad artística decayó a fines de la década del 40, por un progresivo deterioro de sus facultades mentales”. Otro conocido especialista, Jorge López Anaya, dijo que desde 1844 su obra careció de valor “a causa de su declinación mental”. Se sabe que cerca de sus 65 años se dedicaba a hacer retratos en fotografía en la zona de Quilmes, en Buenos Aires, donde vivía con su hermana Indalecia.
Más larga fue la suerte de García del Molino, quien tuvo enorme prosperidad como retratista. Gran parte de la alta sociedad porteña, muy a gusto bajo el dominio del Restaurador, se hizo retratar por García. Casi todos, llevan la divisa punzó en sus ropas. No sólo eso, durante la década del 40 y hasta la caída federal, Fernando disfrutó del apoyo del gobierno, al punto de haber retratado varias veces a Rosas. También con García los historiadores tienen un consenso: Todos lo siguen llamando “el pintor de la Federación”. Al final, esto tuvo su costo. Luego de Caseros y el exilio de Rosas, su pintura fue lentamente olvidada y pasada a desván. Junto al estigma de “federal”, la llegada de daguerrotipos y fotografías fueron fatales con su obra. Hacia 1867 viajó a Londres, invitado por Manuelita, donde realizó un impresionante dibujo de Rosas de perfil, exiliado y viejo. Morel y García murieron en Buenos Aires en la misma década; el primero en 1894, el otro en 1899.
Empresa tucumana
El caso de Felipe fue el siguiente: De los hermanos Posse-Tejerina, cinco fueron políticos y tres industriales azucareros. Felipe, después del acontecimiento que casi termina con su vida, casi no se metió en política de forma directa. Quedó dueño de “los potreros vecinos denominados Santa Bárbara, San Antonio, Cañizo, y uno de unas 300 hectáreas ubicado en la banda oriental del Río Salí”. En 1864, Felipe fabricaba suelas, aperos y quesos, y los exportaba al litoral.
A lo largo de su vida, Posse, se hizo retratar varias veces; por lo que contamos con su imagen en varias técnicas: pintura, daguerrotipo y fotografía. Entre estas últimas, lo encontramos, a fines de la década del 60, en formato carte de visite. Ahí se lo ve más rígido y más grueso que en su juventud. Había pasado ya los sesenta años. En 1870, fundó el ingenio “San Felipe” en un terreno de lo que hoy se conoce como Los Aguirre. Para esas fechas, el mismo fotógrafo que lo había retratado para la carte de visite, Ángel Paganelli, hizo un par de fotos del ingenio que, junto a las del “Esperanza” y el “Paraíso” y varias calles y edificios de la ciudad, constituyen una serie fundamental de nuestra iconografía tucumana. La fábrica finalmente fue rematada en 1888. Felipe había muerto hacía diez años.








