

“Animate al cambio”. Es una frase de moda. Te la dicen en las empresas, en la política, en los best-sellers de superación personal. Y seguramente alguna vez lo pensaste. Para ganar calidad de vida, para disponer de más tiempo. Para darle un flor de timonazo a tu vida y hacer lo que tanto soñás.
Algunos se harán los tontos con eso que les hace ruido. Otros precipitarán “el acto”. En general, miramos con admiración a los que se animaron a patear el tablero. La gran mayoría no lo haría. Lo dicen las estadísticas: sólo entre un 10% y un 20% de la gente logra cambiar algo, de acuerdo con una investigación realizada por Estanislao Bachrach, doctor en Biología Molecular y autor del libro “En Cambio”.
El culpable de que no nos atrevamos a cambiar, según Bachrach, es nuestro cerebro. Él nos boicotea. Es conformista, temeroso, cobarde, egoísta. “Es feliz cuando corre pocos riesgos. No quiere que pienses, le encanta que repitamos. Así se augura la supervivencia del día”, dice el experto. La clave -remarca- es aprender a diferenciar la mente del cerebro: la mente debe hablarle al cerebro, convencerlo de que le preste todos sus recursos para poder cambiar, subraya Bachrach en una nota con la agencia Télam.
El especialista sugiere entrenarse antes de producir una gran transformación. Hay que empezar con pequeños cambios. Por ejemplo, un día decidir no gritarle a tus hijos o que te vas a bajar tres paradas antes del colectivo para caminar. Son pasos importantes porque el cerebro se va animando a seguir haciendo modificaciones.
“¿Por qué es tan difícil cambiar más allá de los propósitos que cada uno haga de lograrlo? Porque al interior del psiquismo humano existen fuerzas contrarias en lucha permanente, que se oponen a toda modificación. El psiquismo tiene que luchar con una cierta inercia, como si se dijera ‘más vale malo conocido que bueno por conocer’. El psiquismo humano es muy conservador, teme lo nuevo, teme la sorpresa, teme toda modificación de un estado conocido, aún cuando ese modo de funcionar nos cause problemas”, explica a LA GACETA Juan Eduardo Tesone, de la Asociación Psicoanalítica Argentina, y autor del libro “En las huellas del nombre propio”.
Los motivos del deseo de cambio pueden ser muy variables, señala Tesone. Pueden aparecer por una enfermedad, por la muerte de un ser querido, o a veces por la edad. “El éxito del cambio comienza porque sea un deseo propio, o si la propuesta viene del entorno, que la persona la haga propia. Nadie cambia para el otro”, especifica.
El especialista pone como ejemplo las clásicas crisis matrimoniales. “Muchos matrimonios infelices perduran en el tiempo por el temor a la incertidumbre de un cambio, que ante la no certeza de ser mejor, paraliza e inhibe todo intento de modificación”, explica.
Y deja en claro algo: “no hay cambio sin cierto duelo, al menos el duelo del estado anterior, no hay transformación sin un sufrimiento, tributo necesario de pagar para sentirse mejor”.
También las modificaciones requieren coraje. No es tarea fácil resistirse a la inercia, sobre todo cuando a la persona no le va particularmente mal. Hay que estar convencido del deseo de cambiar, y por otro lado, reconocer la fragilidad de cada uno ante el esfuerzo que requiere ser distinto. “Detrás de cada pedido de cambio psíquico persisten las fuerzas opuestas de no cambio, siempre activas y contemporáneas al auténtico deseo de transformación”, dice el experto. Y hace una aclaración final: “ante todo, el cambio es un cambio al interior de uno mismo”. ¡Menudo programa!

Lo que quiere la gente
“La gente quiere empezar a disfrutar más de su trabajo, sentirse bien pero no sólo a partir de las seis de la tarde, sino todo el día. Las personas están interesadas en ser más eficientes y en hacer las cosas bien por el sólo hecho de hacerlas bien, no por tener un sueldo detrás”, describe el popular científico Estanislao Bachrach.








