TESTIMONIO I - GABRIEL CORTEZ
La bitácora tiene poco más siete meses. El lapso que pasó desde que Gabriel Cortez hizo realidad su deseo de hacer el gran quiebre de su vida. Así lo sintetiza: “estaba un 100% absorbido laboralmente; ahora soy el dueño de mi tiempo”. Tiene 40 años, una barba prominente y varios proyectos en mente. Todos relacionados con la infancia y el contacto con la naturaleza.
Acaba de terminar la clase de aikido en un gimnasio del oeste de la capital. Ese el primer sueño cumplido: enseñar el arte marcial a los chicos. Despide a sus alumnos y se encamina hacia la entrevista. Se anima a contar su historia porque sostiene que es un ejemplo de que sí se puede cambiar para ser feliz. Un pequeño de melena dorada, ojos atrapantes y piernas movedizas nos rodea, salta, juega, pide ver las fotos. Es su hijo menor, Simón (5), el que le despertó una interrogación profunda sobre los deseos, sobre lo no hecho, lo pendiente.
“Un día descubrimos que tenía un problema fonológico. Empezamos el tratamiento con especialistas y, entonces, me pregunté ¿qué puedo hacer por él? En ese momento yo salía de casa a las 7 de la mañana y volvía a la noche. Tomaba cuatro colectivos por día. Trabajaba en una empresa del agro, en la parte administrativa, desde hacía 10 años. Me iba muy bien; hasta había conseguido un puesto jerárquico. Me valoraban mucho. Pero lo cierto es que ya me había perdido de ver crecer a mis dos hijas más grandes (ahora tienen 12 y 9 años) y sentía la necesidad de acompañar a mi hijo en este proceso que le tocaba atravesar. Entonces, planteo en la empresa que necesitaba salir antes todos los días porque quería pasar más tiempo con mi hijo y no hubo drama”, relata.
Gabriel decidió hacer una huerta en casa como un proyecto para pasar tiempo a solas con Simón y así ayudarlo en su proceso de rehabilitación del lenguaje. “En poco tiempo habíamos construido una relación muy importante. Yo empecé a ver sus avances. Él no hablaba nada. Si bien entendía todo, no le salían las palabras”, describe.
Pero después de dos años, Gabriel sintió que en su interior estaba germinando la idea de dar un flor de timonazo a su vida. “Aunque pasaba menos tiempo en la empresa tenía las mismas responsabilidades. Necesitaba un cambio”, cuenta. Lo habló con su esposa, Nuri, a quien conoce desde que era estudiante de Ciencias Económicas en la Universidad Nacional de Córdoba. Ella es tucumana y él, sanjuanino. Se enamoraron y están juntos desde entonces. “Ella, por suerte, me entendió y me apoyó mucho en este cambio porque iba a ser una mejora para toda la familia”, cuenta.
Gabriel tomó la determinación sin dar demasiadas vueltas. A principios de 2015 avisó que iba a renunciar a su trabajo en tres meses. Tenía en claro que se iba con una mano atrás y otra adelante. Los dueños de la empresa intentaron retenerlo. Pero él ya lo tenía decidido. “Para el resto de la familia fue como un terremoto. Se preguntaban cómo iba a hacer, me cuestionaban”, detalla.
Cortez aclara que no fue un salto al abismo. No es tan fácil hacerlo con tres hijos y 40 años, aclara. Todo tuvo una planificación detallada en un cuaderno. Le dieron algo de dinero al renunciar y con eso abrió un fondo de desempleo (saca unos pesos por mes, el equivalente a la mitad del sueldo más bajo del mercado, precisa). Además, hace trabajos freelance de lo que más sabe: testear sistemas empresariales. “Con eso también gano algo de plata. Además, mi pareja es psicóloga y tiene empleo. Estamos muy bien. Nos ajustamos el cinturón, pero la pasamos mucho mejor, compartimos tiempo como familia; ahora llevo a mis hijos a la escuela, los ayudo con la tarea, charlo con ellos y los veo crecer”, enumera Gabriel. Además, se sumó a un club de plantación de árboles, participa de la creación de un bosque comestible y proyecta hacer un museo para niños.
Al final, lee lo que lleva escrito en su bitácora: “en siete meses, lo que más gané fue tiempo para conectarme con mi familia y hacer un proyecto con lo que me apasiona, el aikido. No se si me irá bien, pero pongo lo mejor de mí. Sé que resigné un puesto exitoso, un buen sueldo. No me arrepiento. Lo más fácil es no salir de la zona de confort; lo más difícil es enfrentarte a lo que querés. Hay que ser inteligente y planificar; no saltar al abismo Vivimos con estructuras muy rígidas y no nos damos la oportunidad de plantearnos cambios. Yo pensé mucho, y decidí que no quería vivir resistiendo”.