

Las dos fotos tienen la misma historia de base: la tragedia de los civiles sirios expulsados por la guerra. Las dos fueron tomadas durante el año pasado y reflejan de maneras muy diferentes las consecuencias de la masacre de poblaciones que se vieron, y se ven, obligadas a penosas migraciones con la expectativa de una vida pacífica en países vecinos o la Unión Europea. Los atentados del ISIS, la guerra en Siria, pero por sobre todo las miles de personas que pedían amparo a un occidente que no estaba dispuesto a recibirlos, fueron los temas del año que pasó. Esto se vio reflejado en uno de los más importantes reconocimientos periodísticos que se entregan, y aunque muchos esperaban un premio para la fotografía más políticamente efectiva de las últimas décadas, no fue así.
La foto con premio
“Una fotografía no es el mero resultado del encuentro entre un acontecimiento y un fotógrafo; hacer imágenes es un acontecimiento en sí mismo, y uno, que se arroga derechos cada vez más perentorios para interferir, invadir o ignorar lo que esté sucediendo” escribió Susan Sontag, entre tanta luz que virtió sobre las fotos.
El premio de World Press Photo se entregó hace muy poco (LA GACETA, 19 de febrero), y, como dijimos, fue acaparado por la desesperación de los refugiados. El australiano Warren Richardson ganó el primer premio con la imagen de un hombre que pasa, a otros brazos, un bebé a través de una alambrada de púas en la frontera entre Hungría y Serbia. Fue tomada el 28 de agosto y no se publicó en ningún medio.
La imagen, considerada por el jurado como “clásica e intemporal”, está resuelta en blanco y negro, con distintos grados de desenfoque y con raspaduras. Parece ser de noche y que todo se mueve con la premura de la desesperación. La falta de color y lo indefinido de la imagen elevan su dramatismo y nos hacen imaginar la urgencia y el peligro. Pero eso de clásico e intemporal, viene de argumentos que pueden “enfriar” su contenido. Quienes conocen la historia de la fotografía, encontrarán que la foto es un cúmulo de virtudes estéticas que está a punto de caer en el historicismo. ¿Por qué? Porque parece justamente intemporal.
El aura de Capa
Uno de los fotógrafos más importantes de la historia, fue el húngaro Robert Capa. Llevó el fotoperiodismo a sus niveles más dramáticos, con coberturas en los conflictos de la Guerra Civil Española, la Segunda Guerra Mundial y la Guerra en Indochina.
Sus fotos estaban tomadas en el mismo frente de guerra; sus composiciones imperfectas denotaban la muerte, y la suciedad de la imagen parecía salpicada por los acontecimientos. Suya es la foto de un miliciano republicano que cae herido de muerte; suyas son las once fotos del amanecer del 6 de junio de 1944, cuando Capa desembarca en Omaha Beach junto a las tropas aliadas, en el pandemónium de la guerra. No tenía miedo y así murió en Indochina al pisar una mina.
Logró fotografías excepcionales que se inscribieron a fuego en la memoria del siglo pasado.
Es inevitable ver en la foto de Richardson el aura de Capa. Ese es el pequeño problema de su imagen: se ve el referente, se ve la cita, se ve la historia. Se relativ iza el presente. La otra foto no tuvo su premio. Una mañana de los primeros días de setiembre, la fotógrafa turca Nilufer Demir estaba cubriendo el ingreso a playas turcas de migrantes ilegales cerca de Bodrum, en el suroeste de arenas que generalmente albergan turistas.
Entre el trajín del desembarco civil, Nilufer vió algo quieto. Un pequeño bultito con una camiseta roja varado a metros. Después se supo que era Aylan Kurdi, que tenía tres años y que huía de la guerra junto a su familia. Las fotos tomadas fueron varias. En una un guardia lo lleva en brazos; pero la que lo muestra boca abajo, con sus bracitos extendidos y laxos, resultó insoportable. La primera fue publicada en LA GACETA, el 4 de setiembre. Tan horrible era verla, que muchos medios, como el nuestro, desenfocó -en la segunda foto- los pocos rasgos que podían verse de Aylan, como si púdicamente pudiera cubrirlo una mortaja.
Con la sensación de que mostraba algo que no se podía ver, otro fotoperiodista señaló que “fotos como esta se toman todo el tiempo, pero generalmente son tan gráficas, que difícilmente se publican en los medios”. Sin embargo se publicó e inmediatamente se convirtió en la bandera que alzaba el mundo para que los refugiados fueran recibidos y auxiliados antes que esa desgracia vuelva a ocurrir. O, más bien, vuelva a ser mostrada.


El espanto
La de Aylan es una foto muy distinta a la anterior. A diferencia de la del premio, es una foto apacible, sin urgencias. Ya no hay acción. La acción quedó completamente fuera del cuadro, dejando la tan horrible sensación de lo irremediable… es demasiado tarde. Todos los padres del mundo pensaron lo mismo: puede ser mi hijo.
Entre la foto del premio y la foto de Aylan se cruzan la historia de la fotografía y la historia de lo obsceno. En una hay una foto, en los términos en los que los fotógrafos y editores consideran la representación de un acontecimiento; en la otra más bien hay una foto que no debería haber, en los términos en los que un fotógrafo o un editor quiere mantener una humanidad que pende de un hilo.
Sontag afirma, en el texto citado (“En la caverna de Platon”) que “fotografiar es un acto de no intervención. Parte del horror de las proezas de fotoperiodismo contemporáneo (…) proviene de advertir cómo se ha vuelto verosímil, en situaciones en las cuales el fotógrafo debe optar entre una fotografía y una vida, optar por la fotografía”.
Aunque la imagen de Aylan se instala en el presente más inmediato, la obscenidad de la labor fotográfica produjo tiempo atrás otro agujero que fue difícil de ver. En 1994, Kevin Carter ganó el premio Pulitzer por la foto de un niño sudanés abatido, convertido en un manojo que intentaba llegar a un puesto de comida. El hambre no lo dejaba avanzar, mientras un buitre, detrás, esperaba su muerte. El hecho había ocurrido a comienzos del año anterior. Fue una imagen tan espantosa, que muchos acusaron a Carter de inhumanidad ¿Por qué se había mantenido fotografiando cuando podía haberlo ayudado? Carter, que había cubierto las peores hambrunas y masacres del África meridional desde fines de los 80, y que en abril había obtenido uno de los premios más codiciados de su profesión, se suicidaría en julio.







