El especial sonido de los trapiches de palo

Por Sebastián Rosso - LA GACETA.

TRAPICHES DE MADERA Dos máquinas en el patio de un ingenio. Esta fotografía, sin fecha, fue publicada en el libro “La Argentina en marcha”. Posiblemente antes de 1880. Artefacto casero (abajo) en un rancho en pleno campo tucumano. la gaceta / archivo TRAPICHES DE MADERA Dos máquinas en el patio de un ingenio. Esta fotografía, sin fecha, fue publicada en el libro “La Argentina en marcha”. Posiblemente antes de 1880. Artefacto casero (abajo) en un rancho en pleno campo tucumano. la gaceta / archivo
23 Enero 2016
Los trapiches de madera hacían un ruido característico en época de zafra. Ese “rechinar”, no siempre agradable, era buena información que podía viajar varios kilómetros. “Se distinguían por el timbre de su chillido que se oía a largas distancias, en la ciudad”, recordaba, en 1904, Lucas Córdoba frente al periodista Manuel Bernárdez. “En las plácidas noches llegaban de diversos rumbos, aquellos rechinamientos agudísimos, y el vecindario comentaba: “don Wenceslao (Posse) está trabajando fuerte” o “parece que a don (Vicente) García le va faltando caña”… Por el chillido de la madera no sólo se reconocían sus dueños sino que se seguía, en los corrillos al fresco, la marcha de la cosecha”.

Tecnología

El ex gobernador definía el aparato como “un apareamiento de dos gordos rodillos de quebracho, con un rudo engranaje que para ser bueno tenía que ser del mismo palo”. Tenía que ser movido por “una yunta remolona”, y alimentado “metiendo cañas de a dos, de a tres, de a cuatro”.

Más acá en el tiempo, en 1992, los historiadores Luis Marcos Bonano y Eduardo Rosenzvaig, enfocando el lenguaje y las intenciones, describían esa tecnología primitiva como un aparato “fabricado generalmente en el norte argentino con tres cilindros de madera de quebracho colorado, el mayor o central alcanzaba una altura máxima de 2,70 mts. y unos 70 cms. de diámetro”. Tirado por bueyes o por mulas, correspondía a las primeras fases del desarrollo de la producción de azúcar: la manufactura.

Los datos más antiguos de estos aparatos son de la India, donde ya se usaban pequeños rodillos de madera para prensar los canutos y exprimirles el jugo. Un salto importante se dio en el siglo XIX, cuando ingleses y franceses desarrollaron los mismos principios en máquinas de hierro, movidas por agua o vapor para mejorar el proceso. Mientras las grandes haciendas azucareras cubanas incorporaron pronto la nueva tecnología, los emprendimientos tucumanos se mantuvieron al margen de esas novedades prácticamente hasta el último cuarto del siglo. Para los investigadores, el retraso tecnológico se debió a una escasez de inversiones, tal vez por falta de acumulación de capitales, pero lo que tiene que haber sido determinante, fue que los cubanos producían para el mercado mundial, y los norteños en cambio, “estaban sujetos al mercado interno, y menos aún, apenas a un estrecho mercado regional”.

Aquí, ese retraso sería paulatinamente paliado con la incorporación de trapiches de hierro primero, y luego, con la completa maquinización del proceso, a fines de siglo.

Etnología

Con las limitaciones y traspiés de una economía no exportadora, la industria azucarera, fue una de las primeras del país. “Fue acaso el trapiche la primera máquina que conoció el país” señalaba Ernesto Padilla, y “fue el áspero chirrido de su rústica forma primitiva, hermanado al de la carreta de transporte, el primer ruido fecundo que sacudió y despertó la economía nacional”.

“Trapiches caseros” se llamó un corto de 16 mm. de Jorge Prelorán, gran documentalista y cabeza del cine etnográfico argentino, quien trabajó mucho tiempo para la Universidad de Tucumán. Es de 1965, dura apenas 10 minutos y hay una copia en la Biblioteca de la Escuela de Cine, Video y TV de la UNT.

Su relato muestra una pequeña finca, cerca de Simoca, en Macio, donde Salomón Escobar y su familia tenían unas hectáreas plantadas con caña, Lo particular es que no vendían su caña a ningún ingenio, sino que la molían en su propio trapiche casero de madera. Con esa tecnología, desterrada de los grandes ingenios hacía cerca de cien años en Tucumán, y de casi doscientos en otros centros azucareros del mundo, la familia de Escobar producía tabletas de caña, que se vendían en las ferias, y en los pueblos circundantes. Fue tal vez el canto del cisne de los chillidos de madera. Para esos años, Prelorán contó unos 30 trapiches caseros en territorio tucumano.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios