El problema de tipos como Lemmy Kilmister es que el personaje termina devorándose al músico. Entonces la necrológica deviene en un tour de force por su mitológica Disneylandia de excesos, típica colección de anécdotas propias de un ícono del metal. O la pregunta recurrente: con tanto rock and roll encima, ¿cómo hizo para llegar los 70? Injusto para Lemmy, que de jovencito tocó con Hendrix, para saltar a comienzos de los 70 al sonido Hawkwind y convertirse después en la voz y la imagen de Motorhead. Con el bajo y las patillas a cuestas, y la garganta presta para aullar aquello de “...soy un perdedor, eso dijeron, y ahora tengo a sus mujeres en mi cama...” (“Loser”).
Lemmy decía que se acostaba con las chicas más hermosas y amanecía con las más feas. Chiste de salón para quien encontró su lugar en el ambiente y en el escenario sin renunciar a su devoción por la iconografía nazi ni a componer con la compulsión de un Lennon del metal. Las cuatro décadas de carrera de Motorhead -carrera poderosa, irregular, con tantos picos como valles- constituyen el inequívoco legado de Kilmister, que de tan inglés se permitía reverenciar a los Beatles. Toda una declaración de principios sobre el gusto artístico de un músico demoledor, siempre incandescente. Porque Lemmy fue, por sobre todas las cosas, un gran inspirador.