Un viaje sin retorno

Un viaje sin retorno

El fútbol argentino padece los excesos del “folklore”, el cortoplacismo y la crisis arbitral.

DETENIDO. El hincha que intentó agredir a Arruabarrena recuperó ayer la libertad. dyn DETENIDO. El hincha que intentó agredir a Arruabarrena recuperó ayer la libertad. dyn
10 Noviembre 2015

Walter Vargas - Télam

En el fútbol argentino las excepciones se han convertido en la regla y los disparates en una naturalizada pintura del paisaje, de tal suerte que un partido que se juega sin hinchas visitantes requiere un operativo policial de 1.000 efectivos. A eso se suma que la hipótesis de conflicto generada por otra competencia, la que había concluido el miércoles en Córdoba, demanda que el árbitro y los jugadores de Boca lleguen al Gigante de Arroyito con escoltas propias de las que atañen a los delincuentes.

Así y todo, pese a la prédica del técnico de Rosario Central, y pese a los 1.000 efectivos, un hincha desaforado se las ingenió para entrar al campo de juego con el tácito propósito de agredir al DT de Boca, y si el partido prosiguió de manera “normal”, fue sólo por la buena voluntad del agredido y por la arriesgada apuesta del juez Mauro Vigliano.

Arriesgada, desde luego, porque en el Gigante el aire estaba enrarecido, caliente, en una apreciable medida por lo reciente del arbitraje escandalosamente parcial que había sufrido Central en la final de la Copa Argentina, y en otra medida, significativa, porque en nombre de la pasión, del amor por los colores, por el “folklore”, el fútbol y los hinchas se han alejado tanto de la orilla, que el carácter sublimatorio del juego, de la contienda, cobran visos de pasmosa y penosa literalidad.

Pensemos: que un hincha de Central se haya tomado el paciente trabajo de hacer un cartel de reprobación al “Vasco” Arruabarrena, llevarlo al estadio y exhibirlo con orgullo, ya nos está diciendo que las cosas no están bien; y que otro hincha salte a la cancha a denostar a Arruabarrena y si no lo golpea es sólo porque no dispone de la oportunidad, supone todo un retrato del desmadre.

En ningún caso las hostilidades deberían ser legitimadas, pero, además, ¿cuál es el crimen que cometió Arruabarrena? ¿O no fue él el caballero que declaró que el penal que Diego Ceballos había sancionado en favor de Boca no había sido penal? ¿O no fue Arruabarrena el que, amén de saludar al “Chacho” Coudet en la propia cancha del estadio Mario Alberto Kempes había tenido palabras de elogio para Central?

Que el fútbol invite a confundir un adversario ocasional con un enemigo estructural ya es toda una patología, pero si además se creen ver conspiraciones y deviene enemigo todo lo ajeno, lo contrario a las propias predicaciones, quiere decir que estamos en un viaje sin retorno.

Sellada la certeza de que fue perjudicado en Córdoba, Central no merece que se desconozca o minimice el gran equipo que tiene por la febril hostilidad de unos cuantos de sus hinchas, como tampoco el hincha corriente merece arbitrajes sospechados como el de Ceballos, ni espantosos, como el de Ariel Penel, que en Avellaneda sancionó mano y penal de Leandro Desábato cuando en realidad la pelota había impactado de lleno en su rostro.

El arbitraje argentino está en una crisis sin precedentes, que se inscribe en un contexto amplio y brumoso, que por ejemplo inhibe al autor de estas líneas a abundar en el análisis estrictamente futbolístico de un campeonato, el de los 30 equipos, que después de todo tan mal no ha estado, que tuvo en Boca a un legítimo campeón; en Rosario Central a una grata revelación; en San Lorenzo a un canto a la fragua del mameluco y el sudor, ; en Marco Ruben a su más elevada expresión de delantero de las altas ligas; en Carlos Tevez a un reparador de sueños, y en el egreso de una veintena de directores técnicos la palmaria constatación de que este fútbol cortoplacista, espasmódico, crispado, desgasta al que pierde, al que gana y al que empata.

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