
CONSERVANDO LA TRADICIÓN. Un grupo de trabajadores logró sostener la herencia manufacturera de una fábrica estadounidense, fundada hace 125 años. media.syracuse.com

Stacy Cowley - The New York Times
SHERRILL, Nueva York.- Existen muchos signos de que las fortunas de la planta con un siglo de antigüedad, propiedad de Sherrill Manufacturing, no son los que fueron alguna vez, pero, entre los más duros están las docenas de trozos de concreto descolorido que flanquean un trecho de la enorme planta de la fábrica. Marcan los agujeros de donde se arrancaron los martinetes de forja y se vendieron como chatarra para mantener activa a la compañía.
“Greg me decía: ‘Necesitamos U$S 10.000 para pagar la nómina’ y yo venía aquí y encontraba maquinaria con valor de U$S 10.000 para desechar”, contó alegremente Matthew Roberts, presidente de la compañía, durante una caminata reciente por la planta, refiriéndose a su socio de negocios, Gregory Owens, el director ejecutivo de Sherrill Manufacturing. Ambos fueron dueños alguna vez de 58 martinetes de forja; ahora, solo tienen seis.
Roberts no lamentó la pérdida. Seis son bastantes para manejar las actuales necesidades de producción en la planta, que es el último fabricante nacional de vajillas en Estados Unidos. Hace 20 años, la fábrica, a la sazón propiedad de Oneida Ltd., tenía más de 2.000 empleados que trabajaban las 24 horas del día haciendo cuchillos, cucharas y tenedores por millones. Ahora, trabajan solo 35 personas en la planta.
Tener todos esos es una victoria para Sherrill Manufacturing. Alguna vez, Oneida dominó a su ciudad de origen, de apodo “Ciudad de la Plata”, que tenía aquí sus oficinas centrales. Fundada en 1880, la compañía creció hasta convertirse en el mayor fabricante de servicios de mesa del mundo, con plantas en cuatro países y ventas anuales de más de U$S 500 millones.
Sin embargo, a principios de los 2000, Oneida cayó en declive pronunciado y agudo a medida que las manufacturas asiáticas de bajo costo aniquilaron sus ventas. En 2004, abandonó las manufacturas nacionales y anunció planes de cerrar la planta que había operado en Sherrill durante 125 años.
Roberts, hoy con 51 años, originario de Sherrill y empleado de Oneida durante 14 años, intervino para comprar la fábrica y encontrar una forma de retener al menos una fracción de la fuerza de trabajo. Reclutó para esa causa a Owens, de 52 años, un compañero veterano de las manufacturas al que conoció en Toluca, México, donde trabajaron como gerentes en las instalaciones de Oneida en esa ciudad. El día después de que cerró la planta de Oneida en Sherrill en marzo de 2005, se reabrió -con una plantilla de personal mucho más reducida- como Sherrill Manufacturing.
Por 10 años inestables, el negocio ha avanzado a tientas hacia un modelo que le permitirá operar con ganancias y conservar intacto, al menos, un vestigio de la herencia manufacturera de la ciudad. Ahora, la compañía empieza a tener cierto éxito con un enfoque que espera será sustentable: un negocio de ventas directas, orientado a clientes dispuestos a pagar un poco más por productos hechos en Estados Unidos.
Es un camino que está siguiendo un puñado de fabricantes norteamericanas que han tratado de adaptarse a las realidades económicas mundiales al reestructurarse y presentarse como proveedores de bienes de alta calidad que preservan la herencia local de producción. En el país ahora solo queda un fabricante de silbatos de metal, uno de anuncios de barbero, uno de luces de bengala y uno de tenis, entre otras industrias que están desapareciendo.
El empleo interno en la industria manufacturera ha caído en casi un 30% en las dos últimas décadas, según datos gubernamentales. Alrededor de 12 millones de personas trabajan ahora en el campo.
“Cuando pierdes estas habilidades, no las recuperas”, dijo Owens. Está determinado a apegarse a la experiencia de los artesanos locales, como Eric Lawrence, de 41 años, un grabador que empezó su carrera hace 17 años en Oneida. Ahora diseña los patrones en Sherrill Manufacturing.
La compañía vende sus servicios de mesa por internet como Liberty Tabletop, un nombre escogido en forma deliberada para resaltar el atractivo que tiene la marca de “hecho en U.S.A.”.
El tenedor o la cuchara más baratos cuestan U$S 3,49; los cuchillos son de más del doble de eso, a U$S 7,99 cada uno. “Los cuchillos son duros”, explicó Roberts, a quien le encanta entrar a gran detalle en cuanto a los retos de las hojas forjadas y cómo dentar.
Unos cuantos clientes grandes -más notablemente, el Ejército de EEUU- ayudan a sostener a la compañía. Los pedidos del gobierno federal de alrededor de 500.000 utensilios al año para sus bases en todo el mundo. Los soldados enlistados usan cubertería de la línea utilitaria Annapolis; los oficiales reciben juegos Sheffield más caros, con un patrón Inglés Antiguo de ornato. La compañía también hace trabajo de producción para Cutco, que fabrica algunos de sus propios cuchillos en Olean, Nueva York, pero depende de Sherrill para los tenedores y las cucharas que revende como cubertería estadounidense.
Para operar con ganancias, no obstante, Sherrill Manufacturing necesita construir sus ventas directas. Los dueños creen que es el único modelo que permitirá que su negocio suba a pesar de los gigantes de los servicios de mesa, como Lenox y Oneida, que pueden producir en ultramar por una fracción de los costos de Sherrill.
“Ser un fabricante pequeño, sabemos que no podemos competir cara a cara contra Asia”, dijo Owens. “Las regulaciones laborales, los precios del acero; todo les da una ventaja en costos”, añadió.
En 2010, la compañía se declaró en bancarrota. Se cerró la producción por dos años; mientras los dueños llevaban a cabo el proceso de reorganización. Pero, primero, hicieron una última operación de manufactura, generar el inventario inicial de Liberty.
“Tomé todo el acero que nos quedaba, e hice nuestros propios patrones”, recordó Roberts. Improvisaron un sitio web y empezaron a comercializar la marca Liberty Tabletop, dependiendo de los anuncios en línea y las recomendaciones de boca en boca. Ese primer año, las ventas en línea sumaron U$S 23.000. Este año, va camino a un máximo de U$S 1 millón.








