En El Bajo sobrevive el centro comercial más viejo de la ciudad

Comercios tradicionales, ambulantes y un movimiento incesante de personas caracterizan a una zona legendaria de la Capital.

FOTO ÁLVARO MEDINA.- FOTO ÁLVARO MEDINA.-
08 Septiembre 2015

"Es el shopping más viejo de la ciudad", explicó sin vacilar Mario Gutiérrez, mientras acomodaba sobre una sábana ollas y otros enseres de cocina en su puesto de vendedor ambulante sobre 24 de Septiembre al 100. "Al mentisán ya no lo vendo", sonrió mientras apagaba un cigarrillo. En El Bajo, en casas de principios del siglo pasado y veredas angostas coexisten negocios tradicionales, modernos y puestos ambulantes. Es, como calificó otro vendedor, un microcentro cerca del microcentro: "sólo nos falta tener un par de bancos".

La oferta es variada: ropa, calzado, herramientas de trabajo, semillas, electrodomésticos, santería, parlantes, tecnología, celulares, vendas, enseres de cocina, muebles, ferreterías, corralones, supermercados, distribuidoras de fiambres, panaderías, un predio ferial, bares y confiterías conforman un conglomerado comercial que abastece a vecinos de la capital, del Gran San Miguel de Tucumán y de localidades del interior. 

Se trata de un punto neurálgico de tránsito de la ciudad, porque además de la Terminal de Ómnibus, otras quince líneas de colectivos transitan por las calles de esta zona, llamada así por el desnivel de la ciudad cuando el río Salí trasladó su cauce dos kilómetros y medio al este. Al tráfico de líneas urbanas e interurbanas, se le suman los autos rurales: alrededor de 200, según dijeron algunos choferes, se ocupan de unir la capital con localidades y parajes. A veces, hasta son usados como fletes para llevar mercadería. La concentración se justifica en que, tradicionalmente, los comprovincianos que llegaban hasta la estación de tren Tucumán Norte podían abastecerse en pocas cuadras de casi cualquier producto.

La fisionomía varía dependiendo de la cuadra. Las arterias principales son la 24 de septiembre- Benjamín Aráoz, desde Virgen de la Merced hasta Brígido Terán; y Crisóstomo Álvarez - Charcas desde Entre Ríos hasta Brígido Terán; junto a las primeras cuadras de las avenidas Terán, Soldati, Avellaneda y Sáenz Peña. Mientras que en la 24 abundan los negocios de ropa, sobre la Sáenz Peña (frente a la ex Terminal), sobresalen las mueblerías y los corralones.

José Alberto Saguir estaba parado en la entrada de un negocio tradicional de ropa, sobre 24. A su lado, delante de uno de los mostradores, estaba sentada Lucía Saguir, su mamá. Para ellos, El Bajo se integró al resto de la ciudad, porque ahora mucha gente de la capital compra en los locales de la zona, cuando décadas atrás los clientes eran mayoritariamente del "interior". "La zona se fue modernizando bastante. Los clientes vienen aquí porque los precios son mucho más baratos. La gente humilde busca precio, no marca, a excepción quizás de la ropa deportiva", indicó el hombre. La tienda, que funciona desde 1970, conserva los mosaicos pintados y los mostradores de madera antiguos.

"Nosotros nos mantuvimos en el estilo clásico, pero la gran mayoría se modernizó", explicó la mujer. ¿Cuál es la clave para que un local se mantenga por tantos años?, se le preguntó: "La respuesta está en la calle: mirá el movimiento que hay, perece una procesión", respondió Saguir.

"El Bajo tiene cosas que hacen parecer que se ha quedado el tiempo, sobre todo con los frentes de los comercios y la mercadería expuesta cerca de la puerta, porque no hay muchos locales con vidrieras", opinó Miguel Chala, desde la caja de la mueblería San Jorge, sobre 24. Para él, se trata de una zona comercial constituida sobre un punto de interacción entre la capital y vecinos de localidades del interior, que venían hasta San Miguel de Tucumán para hacer trámites y compras, aunque ahora la situación se modificó. "Siempre fue un punto de interacción entre la ciudad y la gente del campo que venía para hacer compras y trámites. Con el paso del tiempo, estos vecinos comenzaron a disgregase más por el centro", apreció Chala.

Vestidos coloridos con flores pequeñas estaban colgados de un alambre sobre la puerta de una tienda en Balcarce y 24 de Septiembre. "Acá vendemos ropa de toda la vida, como vestidos para señora grande. El Bajo son propiedades viejas y clientes humildes", resumió con contundencia Silvia, dueña del local. "Uf, hace añares que está este negocio, casi 100 años. Está casi igual desde la época de mi suegro. Como son casas viejas, muchas tenemos poco lugar de vidriera y por eso es que muchos colocan ganchos para exhibir la mercadería en la puerta", explicó la dueña.

Casi con el mismo aspecto desde hace décadas, se emplaza también sobre 24 la Santería San Roque, fundada hace más de 80 años por Vicente Garamendi. Uno de sus nietos, Luis Hugo Dip, lleva adelante la tienda. Lo que más se vende, comentó, son las banderas rojas y las imágenes del Gauchito Gil. "El local se mantiene sin muchas modificaciones, porque la gente un poco que lo quiere así. Acá todavía sobreviven fotografías del Tucumán de antes, es el vestigio de una época", explicó Dip.

"El Bajo es la feria"
El panorama es distinto a partir de la Sáenz Peña, por la presencia del Centro Comercial El Bajo, con más de 200 puestos de vendedores ambulantes, que en otra época se ubicaban en el Microcentro. La aglomeración de clientes y vendedores convirtió las primeras cuadras del pasaje Sargento Gómez y del pasaje Díaz Vélez en estacionamientos de particulares y de autos rurales.

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Alrededor de la vieja terminal confluyen confiterías, bares y puestos de comida al paso de vendedores de choripanes. Antes de las 10 de la mañana, Hugo (no quiere decir su apellido) ya había encendido y distribuido las brasas en una parrilla pequeña. Casi todo el carbón estaba reservado a un extremo. Ya había dado vuelta una rueda de salchicha parrillera. El secreto para vender comida en El Bajo, confesó, es evitar el humo. "El humo atrae a los inspectores municipales. Entiendo que cada uno hace su trabajo, así que la idea es no darles motivos para que te corran. Por eso tengo todo limpio, ordenado, estoy tranquilo y me instalo donde no molesto. Lo fundamental está en la parrilla: vendo sólo salchicha parrillera, porque el chorizo criollo deja una columna de humo", explicó el vendedor. Cada choripán cuesta $20, y un buen día puede vender hasta 50 "choris", contó, aunque los días "buenos" cada vez son menos.

"En esta zona me hice, y nunca me pasó nada. A los que se volvieron 'descuidistas' los conozco desde chicos, entonces a mí no me joden. El Bajo es como otro centro, cerquita del centro", contó el hombre que ofertaba los choripanes con voz engolada. Tuvo durante 15 años una verdulería en un local sobre Charcas, hasta que el aumento del alquiler lo obligó a cambiar de rubro. "Hace 5 años que estoy aquí, cerca del predio de ambulantes", comentó.

Lejos de Hugo, Estela acomodaba cubiertos, verduras, envases con aderezos y un servilletero sobre una mesada de metal. Viene todos los días desde el barrio Lola Mora junto a su hijo, Maximiliano. "No se te ocurra poner el lugar donde me instalo que no quiero que nos corran los municipales", impuso como condición Estela, que supo trabajar como empleada doméstica. Desde hace dos años, su rutina es vender choripanes y sánguches de milanesa. "Trato de tener todo limpito, un bar de acá me deja juntar agua para fajinar todos los instrumentos de cocina y lavar bien la verdura", contó la mujer, con desconfianza, mientras ordenaba la mesada y preparaba el anafe donde fríe. Su hijo ordenaba papel y carbón con parsimonia, para encender el fuego. ¿Quién hace mejor las milanesas?, se le requirió. "Mi madre, ella es la que sabe", sonrió. Él trabajaba como bachero en una cadena de bares, pero el ambiente y el maltrato, contó, lo obligaron a renunciar. "10 horas frente a la bacha por día, sin un segundo de descanso... no es para mí", explicó. El picante es el arma secreta de Estela, mientras enseña la botella plástica con el picor casero, presta para usar.

En la esquina de Benjamín Aráoz y Brígido Terán, Dora Azucena Gómez y su hijo Leonardo trabajan desde hace años en un puesto de churros. Como el praliné tenía mucha competencia, decidieron vender la colación invernal. "Llevo 36 años con el trajín de vender en la calle, empecé vendiendo para fiestas patronales, después hice parada en el cine Retro, Candilejas, Plaza y en el Parque 9 de Julio. Acá llevo 9 años, vendiendo churros", inició su relato la mujer, oriunda del barrio Alberdi Norte.

"Me considero una ciudadana que está produciendo, lo que me molesta es que nos miren mal. Compro harina, bolsas y papel. Estoy acá porque me dan permiso en el bar. Estoy de acuerdo con pagar impuestos, pero siempre y cuando tengamos beneficios. Antes, hace muchos años, había que pagar una coima a los municipales para que nos dejen trabajar. Ahora a muchos los corren. Entiendo que nos vean como evasores, pero así es como me gano el pan. Hay cosas peores y que nadie controla, ¿no controlan los sobreprecios en negocios o las evasiones de bancos y nos van a controlar a nosotros?", bramó la mujer.

Con el cabello recogido y una cofia, se percibió el ímpetu de Dora por la limpieza. A la "churrera" la confeccionó con una embutidora para hacer chasinado y una boquilla incorporada, para que la pasta adquiera la forma buscada. "A veces cuando escucho a los políticos hablar de política económica me da risa. Política económica es lo que hacemos las amas de casa para hacer que rinda el dinero. Es sacrificado trabajar en la calle. Yo no tengo lujos: el pobre sufre", criticó.

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Para Luis Fernando Campo, secretario general del Sindicato de Vendedores Ambulantes de la República Argentina (SIVARA), El Bajo fue un centro de venta histórico de la ciudad. “Desde que nos instalamos en este predio, la situación de estas cuadras mejoró, porque antes esto estaba abandonado y la verdad que era peligroso”, comentó el dirigente, apodado Kung Fu.

Los puestos sobre Charcas, que ocupan la vereda, tienen una organización diferente. Los locales se fueron extendiendo por Sáenz Peña hasta Diego García. Susana Juárez vende ropa y muebles de madera, hace casi una década. “Nuestro problema es cuando llueve, porque la basura es arrastrada y bloquea el desagüe sobre el pasaje Díaz Vélez. Tenemos 15 centímetros de agua, eso nos arruina la mercadería, como si no fuera suficiente con lo difícil que está la venta”, reclamó la mujer.

A raíz de la gran concentración comercial, muchas viviendas modificaron el frente de las viviendas para el alquiler de locales, o directamente se mudaron. Bajo la sombra de un lapacho rosado imponente, Rodolfo y Rita charlaban en el frente de su casa, de las pocas que se mantienen. "Ahora quedamos pocos vecinos, cuando vino el auge de la terminal nueva todo el mundo quiso comprar en estas cuadras de la avenida para instalar negocios y bares. En la segunda cuadra se instalaron los bodegones. Los vecinos siguen viviendo, pero sus casas están hacia el centro de la manzana", indicó el jubilado. Ellos se instalaron en los años 90, según contaron, antes del traslado de la Terminal de Ómnibus. 

Con la nueva Terminal, El Bajo se extendió una cuadra más. "Antes salíamos a tomar mate a la vereda o hacíamos una picada a la noche. Era tranquilo, estábamos cerca del centro. Pasaba mucha menos gente, porque el movimiento era a la vuelta, en la Terminal Vieja". La inseguridad se volvió un problema, confesaron. "La zona se puso insegura desde los 90. Pero es lo mismo que pasó en montones de barrios. Hicimos cerrar (señala las rejas de la entrada), porque hay mucha gente que gusta de hacer maldades. Eso sí, las canchas de fútbol de enfrente mejoraron mucho la zona, porque ahora hay mucha iluminación y entonces los descuidistas se fueron a otros lugares", indicó el hombre.

Para su esposa, el miedo a los asaltos no es una característica exclusiva de esa zona: "Mucha gente tiene a estas cuadras como una 'zona roja'; no sé qué conviene más: que haya mucho movimiento de gente o no. Tenemos amigos que viven en el barrio Kennedy y ellos salen con miedo porque no ven a nadie en la calle. Para nosotros, a pesar de las cosas malas, es hermoso vivir aquí, porque estamos cerca de la plaza Independencia y tenemos más de 20 líneas de colectivos cerca", aclaró Rita. 

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