La casa de las molduras blancas

Sebastián Rosso | Archivo LA GACETA

La casa de las molduras blancas
08 Agosto 2015
Al lado de la Casa de Gobierno, en la calle 25 de Mayo 36, se encuentra la Casa Padilla, hoy Museo Casa Padilla.

Desde los comienzos del siglo XIX ese solar, aunque con el doble de frente, fue propiedad de José Frías. Lindaba hacia el sur con la propiedad de la familia Alberdi, y hacia el norte, luego de un terreno baldío, con el edificio del Cabildo.

Frías hizo fortuna con el negocio de cría y venta de mulas, y años después con el azúcar. En 1831, acompañando las ideas unitarias, fue elegido gobernador de la provincia hasta que el avance pavoroso de las tropas federales lo obligaron a exiliarse en Bolivia. En 1848 regresaría a la ciudad alentado por las políticas tolerantes del gobernador federal Celedonio Gutiérrez. Casi con seguridad, en este regreso construyó su gran casa frente a la plaza.

Poco antes de su muerte, hacia 1870, Frías dividió la propiedad y entregó la porción sur a su hijo, Justiniano; y la norte a su hija, Lastenia. Esta se casó con el abogado Ángel Cruz Padilla, quien fue intendente del municipio y se destacó por la creación del Hospital Mixto de las Mercedes, un enorme avance en los servicios médicos de nuestra provincia, hoy conocido como Hospital Padilla. Esta porción es el actual museo.

Arquitectura

La división de la casa original en dos terrenos largos y angostos determinó que la construcción de las habitaciones ocupara uno de sus lados largos, y los patios, frente a estas, se sucedieran desde el frente hasta el fondo. Lo que se conoce como “casa chorizo”.

No sólo por esa tipología, con nombre tan argentino, es valorada esta casa, sino por su resolución exterior. Sus molduras, decoraciones y detalles significaron un nuevo gusto en relación a las construcciones austeras del período criollo que se cerraba.

Mirándola de frente se pueden ver tres aberturas de arco de medio punto. La puerta principal a la derecha y dos ventanas balcón a la izquierda. En la parte baja termina con un zócalo de mármol gris. “Presenta, hacia la plaza, una espléndida fachada italianizante en la que se destacan las pilastras pareadas de orden corintio, muy ricas ornamentaciones vegetales por encima de los tres arcos y en el friso”. Las molduras fueron realizadas in situ. El remate superior de la casa es una balaustrada de cerámica.

Las ventanas balcón están cerradas a la calle con rejas filigranadas de hierro y flores de zinc fundido. Tras la puerta de entrada hay un zaguán con otra reja cancel muy elaborada. En los patios interiores se ven zócalos y un aljibe recubiertos de azulejos franceses. Pas de Calais.

En un viejo catálogo sobre la casa, el arquitecto Alberto Nicolini la incluye en el período de la arquitectura liberal (entre 1860 y 1920) y sostiene que “La Casa Padilla es un notable exponente de esa etapa brillante de la vida, de la cultura y de la arquitectura tucumanas”.

Estuvo habitada hasta 1962. Once años después la compró el Estado con intención de preservarla. En la primera restauración que se hizo entre 1975 y 1977, se pintaría la casa con su color original, un rojizo que hoy se puede ver, y se resaltaron las molduras en pintura blanca. Nunca se había visto en Tucumán semejante destaque de los elementos decorativos. Mucho después, en los 90, se puso de moda, y hoy cansa verlo repetido en toda la ciudad.

Inmigrantes

Esa inédita combinación de formas fue producto de una conformación social igualmente nueva. Por efecto de las oleadas inmigratorias de mediados de siglo, llegaron al país constructores y albañiles extranjeros formados en otras escuelas y con otros recursos. “El fenómeno inmigratorio en la Argentina tuvo una influencia transformadora decisiva en la actividad arquitectónica y por consiguiente en las características que progresivamente fueron adquiriendo los edificios y las ciudades” escribe Nicolini en su texto para “La inmigración en Argentina” de 1979. “A fines del siglo XIX, los argentinos importaron gringos, franchutes, tanos, gallegos y aún polacos, rusos y turcos para constituir la tecnocracia y la mano de obra que debían modernizar el país”. Los números lo hacen palpable cuando vemos que en 1869 había un solo ingeniero y ningún arquitecto registrado en Tucumán; y luego, en 1895, de los 70 ingenieros, 56 eran extranjeros, y de los 7 arquitectos, todos eran extranjeros. La casa de la que hablamos es un mojón de esa Argentina receptiva y progresista. No se sabe a ciencia cierta quienes construyeron la Casa Padilla en ese fin de siglo. Ellos y quienes cambiaron la fisonomía de la ciudad se volvieron anónimos.

Al día de hoy las ondulaciones y floraciones de la casa son la firma de una comunidad que, desde ese anonimato inicial, empezó a tener un nombre en la ciudad.

Tamaño texto
Comentarios
Comentarios