LA COALICIÓN ANTIRROSTA. Escudo que llevaban impreso los papeles oficiales de Tucumán, en 1840-41 LA GACETA / Archivo
El 28 de noviembre de 1840, las fuerzas federales de Manuel Oribe derrotaron al Primer Ejército de la Liga del Norte contra Rosas, que mandaba Juan Lavalle. La batalla se libró en el paraje cordobés de Quebracho Herrado. Se iniciaba así el fin de la coalición, que en septiembre del año siguiente sería aplastada en Famaillá y en Rodeo del Medio.´
Los hombres de la Liga no daban (o así lo aparentaban) la debida importancia al encuentro, donde Lavalle perdió 1.500 infantes y toda la artillería. “Las milicias de la provincia se han ya reanimado y por todas partes son ya escarmentados los pocos cobardes que, intimidados por el inesperado contraste del Quebracho Herrado, se habían defeccionado y empezado a formar algunas montoneras”. Así escribía el jefe del Segundo Ejército de la Liga, Gregorio Aráoz de La Madrid, al gobernador de Salta, el 28 de diciembre de ese año.
Para el optimista tucumano, la única ventaja obtenida por los federales, “era retardar por algunos meses más el terrible escarmiento”. Ahora, decía, correspondía hacer “el último sacrificio”. Concretamente, La Madrid pedía a Salta que reuniese “200 hombres de infantería armados”, y los remitiera para ingresar “al primer Batallón Libertad”.
También, resultaba “de la más urgente necesidad”, proporcionarle “todos los fondos que sean posibles para el sostenimiento del Ejército, y lo menos 800 caballos buenos para montar los cuerpos que han de asegurar la libertad de los pueblos”.
Suponemos inédita esta carta. La tomamos de una copia manuscrita, perteneciente al archivo de Benjamín Villafañe, secretario de La Madrid, que conservaba en sus papeles el doctor Juan B. Terán.
Los hombres de la Liga no daban (o así lo aparentaban) la debida importancia al encuentro, donde Lavalle perdió 1.500 infantes y toda la artillería. “Las milicias de la provincia se han ya reanimado y por todas partes son ya escarmentados los pocos cobardes que, intimidados por el inesperado contraste del Quebracho Herrado, se habían defeccionado y empezado a formar algunas montoneras”. Así escribía el jefe del Segundo Ejército de la Liga, Gregorio Aráoz de La Madrid, al gobernador de Salta, el 28 de diciembre de ese año.
Para el optimista tucumano, la única ventaja obtenida por los federales, “era retardar por algunos meses más el terrible escarmiento”. Ahora, decía, correspondía hacer “el último sacrificio”. Concretamente, La Madrid pedía a Salta que reuniese “200 hombres de infantería armados”, y los remitiera para ingresar “al primer Batallón Libertad”.
También, resultaba “de la más urgente necesidad”, proporcionarle “todos los fondos que sean posibles para el sostenimiento del Ejército, y lo menos 800 caballos buenos para montar los cuerpos que han de asegurar la libertad de los pueblos”.
Suponemos inédita esta carta. La tomamos de una copia manuscrita, perteneciente al archivo de Benjamín Villafañe, secretario de La Madrid, que conservaba en sus papeles el doctor Juan B. Terán.








