Por ahora viven en casillas de madera y esperan las de material

Por ahora viven en casillas de madera y esperan las de material

Las familias afectadas van a un predio que fue expropiado

27 Julio 2015
Cuatro hectáreas con 47 casitas se extienden a la vera de la ruta 341 de Raco. Son todas de madera de pino, pero lo importante es que allí mismo, antes de fin de año, se comenzarán a construir las definitivas, de ladrillo. Los ex pobladores ribereños de la zona de La Quebrada se convertirán en propietarios.

El Gobierno tardó cuatro meses en reubicarlos después de las tormentas del 11 y el 12 de marzo, que les llevaron todo lo que tenían. “La demora fue porque no había tierras disponibles y hubo que hacer una expropiación de cuatro hectáreas”, respondió el coordinador de Comunas del Ministerio del Interior, Francisco Toledo. “Llevó tiempo hacer los trámites, la urbanización y apertura de calles y delimitación de los espacios verdes. Será un complejo habitacional muy lindo. Tendrá su centro cívico y su plaza. Para evitar el desarraigo, los niños seguirán concurriendo a la escuela 107 que queda a 1,2 kilómetro”, explicó.

Las casas, según los planos, tendrán dos o tres dormitorios (de acuerdo con la cantidad de integrantes de cada familia), cocina, baño y porche. “Serán las mismas viviendas que las del barrio 2.500 Viviendas del El Manantial”, ilustró Toledo. La obra está a cargo del Instituto Provincial de la Vivienda y Desarrollo Urbano (Ipvdu). “Se trata de un programa que lo financia la Nación y que está dentro del plan de obras que gestionó la Provincia por la emergencia hídrica y climática. Incluye la reparación de puentes, rutas, reencauce de los ríos y reubicación de familias, todo está dentro de la misma gestión”, puntualizó.

LA GACETA encontró sólo tres familias en el enorme predio. “Recién están viniendo. Por ahora somos siete familias las que nos mudamos aquí, porque perdimos todo. Por eso, nosotros estuvimos en la escuela 107 todo el tiempo; las demás se fueron yendo a casas de los parientes, a ellos el agua no les llevó todo y les dejó la casa parada”, cuenta María sin dejar de amamantar a su bebé. Para comodidad de su familia, ella puso una casita prefabricada que le prestó su madre al lado de la que le dio el gobierno, que es mucho más chica.

“Recién están poniendo la luz, porque cuando vinimos no nos quedó otra que colgarnos. Tampoco teníamos agua y debíamos hacerla traer de la casa de mi cuñada”, cuenta en el cuarto día de su traslado a su lugar definitivo. “Hoy mismo largan el agua”, anunció categórica Clara Gómez, trabajadora social del Ministerio del Interior, que iba recorriendo el predio abrazada a una carpeta tamaño oficio. “Yo veo cuál es la necesidad de cada familia y según eso le damos lo que precisa, porque no le podemos dar a todos”, explicó. “Cada casa tiene habitación baño, cocina y lavadero”, agregó. “Aquí los terrenos son muy grandes porque se tiene en cuenta que cada familia está acostumbrada a tener sus animales. Por eso las parcelas son de 20 por 40 metros, 18 por 30 y el más chico tiene 30 por 15 metros. La vista es maravillosa”, asintió recorriendo con la vista la inmensidad majestuosa.

“¿Cuándo nos dan las escrituras?”, preguntó Mario Ponce, que tiene cuatro hijos de 11, ocho, cuatro y dos años y una mujer embarazada. Mario es séptimo varón y ahijado del ex presidente Ricardo Alfonsín, pero dice que además de una beca para la escuela primaria no recibió otra cosa. “Y solo por un año” añadió levantando los hombros. “Ustedes ya tienen el boleto de cesión de la tierra, después les van a dar las escrituras, pero quédense tranquilos porque no van a tener que abonar nada de plata, todo se lo da el Gobierno”, enfatizó Gómez con una sonrisa.

Julio Ponce (la mayoría de los vecinos tiene ese apellido) es constructor y ya está levantando su casa de material. Con su mujer tenían un kiosco, pero la creciente les llevó toda la mercadería.

Sabrina Arce sufre con paciencia las incomodidades. “Yo sé que este suelo es mío y que nadie me lo va a quitar”, dijo. De a poco se van instalando los vecinos. Saben que en menos que cante un gallo el vecindario llenará de ansias de progreso.

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