Primero fue Arturo Vidal. El “Rey” Arturo, líder de Chile, aprovechó unas horas de libertad para beber de más y estrellarse con su Ferrari. Y después fue Neymar. El líder de Brasil no asimiló una marca dura y un empate inesperado. Reaccionó con pelotazo, manotazo, cabezazo e insulto. Cuatro fechas de suspensión, apeladas ayer por Brasil. Le queda una posibilidad mínima de jugar. Podría hacerlo sólo si la Conmebol baja una fecha y Brasil llega a la final.

Vidal es crack de Juventus, uno de los clubes más rígidos con sus jugadores, al punto que, según cuentan, dejó escapar alguna vez a un tal Diego Maradona porque le temía a ciertas indisciplinas del crack que terminó yendo a Napoli. Y Neymar, sabemos, es crack de Barcelona, el equipo top en esta última década del fútbol mundial. Los dos arribaron a Chile tras respetar a rajatabla la disciplina de Primer Mundo. Fueron claves para que sus equipos llegaran hasta la final de Liga de Campeones. Cuatro días después, sin tiempo de descanso serio, viajaron del calor al frío, cambiaron patrón por patria y llegaron a la Copa América. Para un último esfuerzo. Terminaron relajando disciplina y se equivocaron. Están pagando el precio.

Vidal, que ya tenía sus antecedentes, sabe que, después del gran triunfo 5-0 a Bolivia, goza apenas de un perdón momentáneo. Que podrán volver los palos si Chile pierde el miércoles en cuartos de final ante Uruguay. Editoriales de la prensa chilena fueron mucho más duros hacia el jugador que hacia los líderes políticos o económicos del país que desde hace semanas deben explicar a la Justicia por acusaciones de dineros que circularon por debajo de la mesa.

“Un país que le exige más a un futbolista que a un político -replicó a un columnista un lector en el diario ‘El Mercurio’- está condenado a la mediocridad”. El DT argentino Jorge Sampaoli sabe que el caso Vidal puede definir un antes y un después para él también. Desde la impunidad que brinda un micrófono, decenas de comentaristas criticaron al entrenador y afirmaron que Vidal debería haber sido expulsado de la Copa por su indisciplina. Pueden tener razón. Pero simplifican excesivamente el caso. Técnicos con fama de “durísimos” han dejado pasar indisciplinas mucho peores inclusive en Copas Mundiales. Uno de esos técnicos liberó una vez a sus jugadores en pleno Mundial, con horario límite de las 22. Uno de los jugadores volvió después de hora. El técnico, que ya sabía todo, reunió al plantel y exigió al jugador en falta que diera un paso al frente. Nadie se movió. El DT repitió la orden. Otra vez nada. Rompió el silencio un jugador inesperado. “Fui yo”. Era el jugador principal. El as de espadas. Y el técnico, aún hoy famoso por su condición de disciplinador, calló y dejó pasar todo. Había que ganar el Mundial.

El caso Neymar es una indisciplina distinta. Un descontrol eventualmente más comprensible, porque sucede en pleno partido, cuando, a veces, se hace más difícil razonar. ¿Abusó Colombia del juego brusco para frenarlo la noche maldita, como quiso indicarlo un informe de la TV española repetido aquí hasta el cansancio? No lo pareció. Fue una marca dura, sí. Pero alimentada por un Neymar siempre rápido para buscar la caída y, también, para responder a eventuales provocaciones. Un Neymar que, según se sabe ahora, terminó por descontrolarse en el túnel, cuando esperó e insultó repetidas veces al árbitro chileno Enrique Ossés, que lo había expulsado un minuto antes, con el partido terminado.

Se sabe, no es fácil ponerle límites a los cracks, ni dentro ni fuera de la cancha. Se acostumbran a la adulación y creen que esa condición de “diferentes” puede extenderse a todos los terrenos. Fallaron ellos, pero fallaron también cuerpo técnico y dirigentes. ¿Acaso no había antecedentes en Chile como para alegar hoy sorpresa? ¿Acaso no sabían las autoridades brasileñas que Neymar estaba ante un partido especial? Por un lado, enfrentaba al rival que lo había dejado afuera del Mundial 2014 con un golpe artero (Camilo Zúñiga). Y, por otro, estaba obligado a jugar apenas horas después de enterarse que había sido procesado por la Justicia y que hasta su madre deberá prestar declaración en los tribunales por las irregularidades de su polémica y millonaria trasferencia de Santos a Barcelona.

La prensa brasileña recordó en estas horas que la decadencia de su fútbol va acompañada de la decadencia de su dirigencia. Citó que, justamente en Chile, en pleno Mundial 62, Garrincha, pieza clave ante la baja por lesión de Pelé, había sido expulsado en semifinales contra Chile, por un puntapié que tiró a Eladio Rojas, cansado de la violencia de su marcador. Hasta el primer ministro Tancredo Neves intervino ante la comisión organizadora pidiendo por Garrincha. Y logró que el presidente de Perú, Manuel Prado y Ugarteche presionara a su vez a su compatriota Arturo Yamazaki, árbitro del partido, para que hiciera un informe leve y se fuera rápidamente de Chile hacia París. La comisión falló 5-2 y Garrincha fue figura de la final que Brasil ganó 3-1 a Checoslovaquia.

Eran otros tiempos, claro. Hoy se preguntan muchos cómo Brasil, que tiene largo historial de consulta sicológica, no supo cuidar mejor a Neymar. La selección del ’62 tenía sicólogo. Joao de Carvalhaes, tal su nombre, había desaconsejado en realidad que Garrincha fuera al Mundial. “Es un débil mental”, había sido su dictamen.

Hoy, Brasil perdió lobby, es cierto. Cómo no perderlo si en 2013 fueron echados por corruptos Joao Havelange y Ricardo Teixeira, sus dos dirigentes más poderosos de todos los tiempos. Y si un mes atrás fue encarcelado en Zurich José María Marín, sucesor de Teixeira. Y si Marco Polo del Nero, nuevo presidente de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), poco menos que escapó de Zurich y teme salir de Brasil para no caer también él preso. El lobby lo podría haber hecho José Hawilla, el capo de Traffic. Pero el hombre de la TV también cayó en la redada del FBI. Es una pena que la Copa América pierda a Neymar. Pero es una buena noticia que ni políticos, ni dirigentes ni ejecutivos de la TV puedan influir como en los viejos tiempos. La Conmebol, acaso la Confederación más afectada por el escándalo de corrupción en la FIFA, también precisa exhibir una nueva imagen. Nada mejor que aprovechar la indisciplina de un jugador para “demostrar” que no habrá más impunidad.

Argentina, como se esperaba, ganó anoche fácil a Jamaica, sin jugar bien pero sin esforzarse, inclusive otra vez con muy malos minutos finales, y terminó primera en el grupo B. Cumplió con su deber. No hay lesionados. No hay suspendidos. Y tampoco hay conflictos. Eso sí, se advierte a “Tata” Martino haciendo un fino trabajo para cuidar equilibrios internos, a veces, haciendo cambios que parecían no atender exactamente a la necesidad del partido, como sucedió especialmente en los dos primeros cotejos. En otro contexto, habría suscitado por lo menos algún debate si el presidente de Boca, Daniel Angelici, debía ingresar a la concentración horas antes de un partido para negociar el fichaje de Carlos Tevez. Todo es más fácil cuando los resultados acompañan.

También cuando se fortalece el deseo de romper 22 años sin títulos de la selección mayor. Y de que Messi, líder que juega al fútbol, levante su primera copa como capitán de la Selección. Ayer, jugando también él algo más que a media máquina, regulando porque ahora comienza lo más duro, cumplió su partido número 100 con la Selección. Se merece un título.

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