Los ruidos molestos son dañinos para la salud

Los ruidos molestos son dañinos para la salud

Es una cultura que ha invadido nuestra vida cotidiana y que está lejos de generar salud. Los bocinazos, los gritos de los vendedores callejeros, los caños de escape, la música a alto volumen que se propala en los hogares, en los negocios que venden equipos de audio o instrumentos, en los boliches, en fiestas privadas, las obras en construcción... El ruido ocupa un lugar en el espacio sonoro de la ciudad. Basta permanecer un rato en las horas pico en la calle Santiago del Estero, entre Laprida y 25 de Mayo, o en Crisóstomo Álvarez, entre Chacabuco y Entre Ríos, para comprobar la polución sonora, que padecemos como si fuera natural.

Con alguna frecuencia, los lectores, en nuestra sección Cartas, expresan su malestar por los ruidos molestos que los afectan. Ayer, un vecino se quejó porque sufre la polución sonora que sale de un local. Señaló que el lugar “no cumple con los límites permitidos”, y pese a haber efectuado la denuncia en la Dirección de Producción y Saneamiento Ambiental (Dipsa) y en el Tribunal de Faltas, no ha obtenido respuesta. “El local fue clausurado dos veces, pero inmediatamente fueron arrancadas las fajas de clausura y siguió funcionando, lo que me produce serios problemas de salud, pues soy operado del corazón desde hace cuatro años. ‘Viva la ciudad’, dicen los afiches de la Municipalidad, cosa bastante difícil si se permite que se violen los reglamentos para perjuicio de los vecinos de la capital. El 16 de abril presenté la denuncia ante el defensor del Pueblo”, escribió el lector.

También son frecuentes las quejas por la música a alto volumen y en forma sostenida boliches ubicados en Barrio Norte, Yerba Buena, Barrio Sur. “Los vidrios y las puertas retumban en toda la casa. No hay forma de poder dormir. Y si es que logro hacerlo, me despierto a cada rato. Esto es insalubre, cuando me levanto al día siguiente siento que mi cabeza va a explotar, porque no descansé bien. Yo tengo derecho a dormir de noche, esto no es justo”, afirmaba una joven que vivía al lado de un boliche en Barrio Norte.

Según la Organización Mundial de la Salud, lo máximo que soporta un ser humano son 70 decibeles. A partir de los 70 y hasta los 80 dB, se pueden producir daños físicos y emocionales. Por ejemplo, 90 dB es el sonido de las sirenas de ambulancias; 100 decibeles produce el motor de un colectivo en mal estado al frenar, y el martillo mecánico; 110 dB soporta quien baila en un boliche o los que emite una moto; 120 dB generan los parlantes traseros de un automóvil a alto volumen; 130 dB produce un trueno, a 600 metros a la redonda y 140 decibeles produce un jet antes de despegar.

El ruido puede producir cefalea, dificultad para la comunicación oral, disminución de la capacidad auditiva, perturbación del sueño y descanso, estrés, neurosis, depresión, molestias como zumbidos y tinnitus, en forma continua o intermitente, disfunción sexual, entre otras cosas.

No se trata de prohibir los boliches, sino de que estos tengan el tratamiento acústico necesario para no afectar la vida de los vecinos. Del mismo modo, debería realizarse un mapa del ruido y proponer una nueva normativa si las ordenanzas actuales están obsoletas.

Por otra parte, no sólo se trata de transgresión a las normas, sino también de falta de educación. El Estado debe educar, diseñar una política específica para erradicar o morigerar la contaminación sonora y privilegiar siempre el bien común y no los intereses sectoriales o individuales. Si no educa ni controla ni aplica la ley, no sólo está contribuyendo a dañar la salud del ciudadano -como en este caso-, sino también está violando la Constitución. Los derechos de uno terminan donde comienzan los del otro. Deberíamos recordarlo siempre.

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