Se degrada su valor social

Se degrada su valor social

Osvaldo Aiziczon

06 Mayo 2015
“Si la belleza fuera un instante tú serías la eternidad”, parece anteponerse a: “¡Cómo quisiera ser lluvia para caerte encima!” Como si el cuerpo quisiera arrebatarle a la mirada su posesión de la belleza. En el piropo mirar y admirar pueden complementarse y hasta reforzarse. Cuanto mejor la palabra diga lo que el acto necesite acosar, más nos apartaremos de la escala zoológica y de la crónica roja de las noticias policiales. En esta complicidad entre el ojo y la palabra reside la estética del piropo. Para muchas es como un homenaje en vida. La mujer, origen, camino y destino, permitió el famoso piropo de la década del 80: “gracias por existir”. Así, los hombres más que enamorarse se rinden. Las diversas culturas tienen caminos distintos en la construcción de la belleza pero ninguna puede prescindir de la palabra. Algunas con componentes religiosos, tipo “si ser linda fuese un pecado vos vas de cabeza al infierno”. La contraparte perversa de este escenario cordial se destaca en el acoso. El uso del poder para obtener realidades propicias para el acosador degradan las reglas del juego. La incapacidad enfermiza para no aceptar un “no”, inscribe al acosador en la estructura del violador, generalmente incurable. Esto quita al piropo el brillo del encuentro y despedida en un solo acto. El valor social del piropo se pierde en esta decadencia. Son más numerosas las luces que se apagan frente a las que se encienden.

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