“Si un escritor no pronuncia las palabras que debe pronunciar, estalla”

“Si un escritor no pronuncia las palabras que debe pronunciar, estalla”

Por Gustavo Martinelli - Para LA GACETA.

EL SECRETO. “Un hombre, cuando escribe, puede soñar que es más coherente de lo que es”, revela Santiago Kovadloff. la gaceta / foto de hector peralta (archivo) EL SECRETO. “Un hombre, cuando escribe, puede soñar que es más coherente de lo que es”, revela Santiago Kovadloff. la gaceta / foto de hector peralta (archivo)
07 Diciembre 2014
Santiago Kovadloff expresa sus ideas con una claridad asombrosa. En su discurso no hay un atisbo de duda, por el contrario, desborda certeza; tal vez porque, en el fondo, es un pensador realista: cree, humildemente, que la realidad existe. Desde los anillos de Saturno hasta el último quark, las cosas en el universo son de verdad; suceden en serio. Y, por eso, cuando Kovadloff escribe lo hace “en respuesta a una vivencia verdadera”. Una vivencia que no sólo le permite destejer el arcoíris de la poesía (como día Keats), sino que también le da la excusa justa para transitar por los complejos universos del análisis político, el ensayo, la filosofía y hasta los cuentos infantiles. “Escribir poesía es un privilegio para mí”, reconoce con su hablar pausado y medular. En diálogo con LA GACETA, el filósofo y columnista de La Nación –que estuvo en Tucumán para presentar el libro de poemas de Silvia Japaze-, habló del gran desafío de escribir en la Argentina actual, de su “condena” como intelectual anti K y de las necesidades de un país que, como Sodoma y Gomorra, está siempre al borde de la perdición.

- Como escritor múltiple que es ¿hay algún género que le cause más placer?

- Mire, yo tengo casi 72 años. Cuando era un hombre joven, uno de mis temores más arraigados era que con la llegada de los años y el debilitamiento que trae la vejez, languideciera mi vocación de escritor. Pero lo cierto es que mi amor por la Literatura no tiene mi edad. Es muchísimo más joven que yo. Por eso siento el mismo deleite escribiendo prosa y poesía. De hecho, percibo la presencia de la poesía en la articulación verbal de la prosa. Aun cuando los temas difieren uno del otro, el goce de escribir sigue siendo reparador. Un hombre, cuando escribe, puede soñar que es más coherente de lo que en realidad es.

- ¿Cómo es la génesis de sus textos?

- Al enfrentarme con el lenguaje lo primero que se me presenta, con una actitud realmente altanera y matona, es el lenguaje vulgar. Ese que dice: vos conmigo no vas a poder. El convencionalismo expresivo, la impulsividad de adoptar cierta palabra en lugar de la adecuada… todo eso llega primero. Pero yo ya he aprendido a torear y, he descubierto que lo mejor es dejarlas venir y que las palabras digan lo que creen que yo quiero decir… Y después que las tengo ante mí las empiezo a trabajar hasta que finalmente les digo: piedra libre a las que no me sirven. Aun así, lo decisivo es la alegría de escribir. Yo tengo muchos amigos que se desesperan cuando tienen que corregir un texto. Pero, a mí corregir me parece lo más placentero y sensual de la actividad de un escritor. Esa posibilidad de bailar con el texto hasta encontrar el color propio.

- Es como tallar un diamante…

- Exactamente. Es una tarea artesanal. Me acuerdo muy bien que Ezra Pound llamaba a T.S. Eliot “il fabbro”, es decir, el artesano. Y es cierto. Yo creo que el escritor es ante todo un enamorado del trabajo artesanal. Un trabajo que no va en desmedro de la espontaneidad, porque la espontaneidad se alcanza trabajando.

- ¿Usted se considera un escritor realista?

- Sí. Soy profundamente realista porque hablo de mis ensoñaciones. Es decir, lo que yo quiero pintar es aquello que se me impone como real. Ya sea en el análisis de los hechos políticos, en el retrato de un escritor, en la redacción de un poema o en un cuento para niños… Por eso creo que yo escribo en respuesta a una vivencia verdadera. Es decir: a la irrupción de una revelación que se me impone como ineludible y, en ese sentido, es realista.

- Y esa postura realista le está costando caro…

- Y sí… Naturalmente tener una posición crítica hacia este gobierno, sin estimarnos como enemigos, genera problemas de toda índole. Pero, mire… cuando estalló la dictadura militar y comenzó el terrorismo de Estado, yo al comienzo no advertí la magnitud de esa tragedia. Pero cuando comencé a colaborar en las revistas Humor y Crisis, le dije a mi mujer: mirá, si yo no escribo sobre lo que está sucediendo en la Argentina, creo que no voy a poder escribir nunca más. Pero no puedo empezar a hacerlo y a publicarlo si vos no estás de acuerdo conmigo, porque el riesgo será grande. En aquel momento teníamos dos hijos. Y ella, Patricia, me dijo sin dudarlo: hacelo. Porque ella quería vivir con el hombre que lo hiciera y no con el sobreviviente que no lo hiciera. Y esos gestos no se olvidan nunca. Así fue que empecé a escribir en esas revistas mis notas críticas políticas. Después pasé a Clarín y finalmente, a La Nación. Y ahora sé una cosa, que acaso sea una fatalidad: si un escritor no pronuncia las palabras que debe pronunciar, estalla. Y yo prefiero el riesgo de hablar al riesgo de estar callado.

- ¿Y ahora sigue sintiéndose discriminado?

- Y sí. Yo estoy considerado como un enemigo de la democracia, de la vida republicana, del progresismo y de los que llevan adelante una tarea de redención social. No tengo remedio: estoy condenado. Y quienes piensan esto, tienen la tranquilidad de saber que el mal no está del lado de ellos: por suerte está de mi lado. Y eso debe dar una gran serenidad. Yo, Beatriz Sarlo y otros escritores, supongo que somos la encarnación tranquilizadora del demonio. Y usted sabe que donde reina el maniqueísmo reina también la alegría, porque uno sabe contra quien debe disparar.

- Y entonces… ¿la Argentina tiene salvación?

- Yo espero que la Argentina no se salve jamás. Que sea una tarea eterna. Que no alcance nunca la redención plena. Que se perfeccione eternamente. Que no se redima de sus problemas, sino que los renueve. Porque el progreso consiste justamente en renovar el repertorio problemático que afecta a una nación. Hay progreso cuando los problemas que tenemos encuentran solución. Y esas soluciones que alcanzamos brindan nuevos problemas. Es esa la mecánica del desarrollo, según mi óptica.

- ¿Pero no cree que los argentinos estamos condenados a revivir siempre los mismos calvarios?

- No. Condenados no. Yo diría que el desarrollo de una nación –por lo menos lo que uno históricamente puede advertir- es proporcional a la rentabilidad que se le infunde a los fracasos. Es decir, si los fracasos son rentables en términos de conciencia, es posible que pueda haber políticas públicas que lleven a una dirección distinta a la dirección de la repetición. En la Argentina tenemos deudas con el pasado que condicionan nuestro futuro de manera notable. Vivimos fuera de la Constitución Nacional. Es decir, el poder importa aquí más que la ley. Por eso, creo que tenemos que revertir esa anomalía para lograr que la ley condicione el desarrollo del poder y le imprima legitimidad. También necesitamos más federalismo; es imprescindible que la Argentina se convierta en una nación y no en un conglomerado. Necesitamos inclusión social, inversión de capitales, mecanismos que permitan inscribir la salud pública en el marco de los procesos educativos indispensables, políticas que hagan del conocimiento y de la educación recursos de la inscripción de la Argentina en el mundo… Y todo esto que necesitamos ya se sabe. El problema es que también necesitamos una dirigencia política que lo tome como proyecto primordial consensuado con otras fuerzas partidarias a fin de que, a lo largo de varias generaciones, se pueda sostener en el tiempo. Porque hay que derrotar la amenaza fundamental que hoy pesa sobre nuestro país: la desintegración generada por el protagonismo del narcotráfico. Esta es la tarea. Las dirigencias políticas lo saben.

- Usted habla de la política con la misma pasión que habla de la poesía…

- Y es que, en mi vida, la política no está reñida ni con la poesía, ni con la filosofía, ni mucho menos con la docencia. Son distintas versiones de una misma canción.

- Y ninguna suena más fuerte que la otra…

- No, ninguna. Yo nunca quisiera ser un funcionario, porque sería desoír lo prominente de mi vocación que es el ejercicio no condicionado del pensamiento crítico. Pero quiero colaborar con la dirigencia política –de hecho siempre lo hago- y también frecuento el trato con esa dirigencia.

- Entonces, a pesar de todo, usted es profundamente optimista.

- En realidad soy un hombre esperanzado. La diferencia entre el optimismo y la esperanza es la siguiente: el optimista está persuadido de que las cosas van a ir bien. Pero el hombre esperanzado es el que advierte matices en la realidad que le impedirían cerrar en un diagnóstico el semblante de la realidad. Yo veo indicios muy auspiciosos de un anhelo de cambio en nuestra sociedad. Mire, todo lo grande siempre es hijo de algo espurio. Por ejemplo: los movimientos ecologistas que abogan por la preservación del medioambiente se originan de la toma de conciencia acerca del desastre que se le ha provocado a la Tierra. Normalmente, cuando uno toma conciencia de las tablas de la ley y de los diez mandamientos, es porque ya ha ocurrido todo lo que ahí se prohíbe (robar, tomar la mujer del prójimo, mentir…), de manera que las leyes surgen porque todos los delitos ya se han producido. Ahora bien, si el origen de la ley es la transgresión, pues que así sea. Pero una vez que la ley está impuesta, es necesario combatir la transgresión. Yo tengo la impresión de que la Justicia argentina está dando señales de autonomía relativa que permiten combatir la delincuencia ejercida desde el Estado. Y esto es una buena señal.

- Estamos creciendo entonces…

- Creo que sí. Estamos aprendiendo a hacer del fracaso una fuente de conocimiento.

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