La obsesión por las audiencias

La obsesión por las audiencias

Con la economía en crisis, el Gobierno gasta sus energías en batallas equivocadas, como las que libra en contra de periodistas y de medios. Por Hugo E. Grimaldi - Columnista de DyN

12 Octubre 2014
A la sociedad de a pie, a quienes padecen el delito, la inflación y la recesión, y a quienes tienen miedo de perder sus empleos o que sus hijos mueran por la droga; o a los jubilados que cobran la mínima, seguramente les queda lejos un nuevo Código Civil no consensuado, la pelea con los buitres, el canal ruso o cómo destruir al Grupo Clarín, que son las preocupaciones del Gobierno por estos días. Así, bajo el signo de estos autismos que podrían servir únicamente para darle letra a la tropa militante, pasó la última semana sin soluciones para los problemas de todos los días, y con parálisis en las decisiones de fondo, sobre todo en la economía; pero, además, con retrocesos evidentes en algunos aspectos en materia de libertad de expresión.

En el primer tema, el ministro Axel Kicillof se hizo “el buenito” con tres grupos empresariales (COPAL, Amcham y G-6), quienes en general no le creyeron una sola palabra ni sobre un nuevo estilo del Gobierno de mayor moderación ni sobre algún atisbo de cambio en su modo de gestionar la economía. “Ya nos traicionaron más de una vez. Son como son y eso está en su naturaleza”, dijeron en privado a DyN un par de esos empresarios, en referencia a los ciclos de humor de la presidenta Cristina Fernández.

El ministro les dio la razón a las 24 horas, ya que se lanzó a una inconducente pelea cuerpo a cuerpo sobre la proyección del crecimiento con el Fondo Monetario, desde donde salió con magullones que mostró como trofeo de guerra ante la militancia. No le sirvió para nada más.

En general, la mayor parte de los hombres de negocios, acostumbrados a sumar y a restar, no pueden entender cómo la Presidenta sigue defendiendo el modelo y -dicen- “cavando su propia tumba”.

Tampoco pueden comprender cómo el peronismo de las provincias no la empuja a cambiar, y la acompaña en la inmolación. Y hasta les resulta más incomprensible lo que llaman el “suicidio político” del gobernador Daniel Scioli, a quien ven cada día “menos naranja y más kirchnerizado”.

En el plano institucional, el modo intempestivo en que el Gobierno decidió rechazar el plan de adecuación voluntaria de Clarín a la Ley de Medios, la agresión callejera al periodista líder de audiencia en radio Mitre (del grupo Clarín), Marcelo Longobardi y los prejuicios sobre el rol de “intermediario” que tiene la prensa, expresados por Cristina ante el presidente de la Federación Rusa, Vladimir Putin -no un campeón de la pluralidad informativa, precisamente-, terminaron de redondear el escenario. Justamente, en la videoconferencia con el ruso, Cristina expuso la curiosa teoría de que por el hecho que la información llegue directamente de los gobiernos a las personas no estará contaminada.

“Estamos logrando comunicarnos entre ambos pueblos sin intermediarios, y para transmitir los valores propios”, dijo la Presidenta confundiendo pueblo con gobierno y gobierno con Estado.

Luego, insistió en que el canal Russia Today (RT), que se podrá ver por la televisión pública, ayudará a “nuestra opinión y no que nos la formen desde afuera”, como si las bajadas de línea rusas fuesen a resultar inocuas. La obsesión del Gobierno por los medios y por la credibilidad de todos aquellos que no le responden quedó también expuesta en el orgullo que trasuntó la Presidenta por haber puesto en marcha el Sistema Federal de Medición de Audiencias (SIFEMA), un rating estatal elaborado por algunas universidades públicas argentinas, algunas de dudoso pedigrí académico. Cristina dijo que se elaboró para “tener la verdadera y correcta lectura de cuál es la verdadera audiencia, no de una región del país sino precisamente de todos los argentinos”.

El show presidencial con Putin tuvo otro condimento más, ya que el discurso del ruso le vino al Gobierno como anillo al dedo para justificar ideológicamente la nueva ofensiva sobre el Grupo Clarín, justo a cinco años de una Ley de Medios.

Sin mayores pruebas a la vista que su palabra interesada, el caso de la adecuación de oficio de Clarín se trata a priori de un prejuzgamiento de la autoridad máxima de la Afsca, Martín Sabbatella, quien armó un espectáculo personal a espaldas de sus pares del Directorio, inclusive de aquellos designados por el kirchnerismo, quienes, según han dicho por lo bajo, no sabían nada de aquello que iba a suceder, y que la decisión política se tomó en Olivos.

Nadie del directorio conocía los datos de los expedientes que se iban a tratar. Los directores afines al presidente votaron a ciegas, “en confianza” con él, tal como lo reveló el director por la oposición, Gerardo Milman.

Sabbatella presentó el asunto de la división voluntaria del Grupo Clarín como una “trampa” destinada a burlar la Ley. En su afán de protagonismo lo expuso como si se tratara de un linchamiento. Sin embargo, el viernes bajó algo los decibles y le pidió a la Procuración de Criminalidad Económica, que investigue los entrecruzamientos que la Afsca dice haber descubierto entre los socios de Clarín y en contra de la Ley de Medios.

El Grupo Clarín le contestó que “todas las sociedades” en las que participa o bien sus accionistas “están debidamente registradas, algo por lo que no se caracterizan los lavadores de dinero”.

Más allá de lo mediático, lo que debe preocupar es la flagrante desobediencia del Gobierno a la sentencia de la Corte y sus declaraciones respecto de la publicidad oficial y los subsidios: expresa de modo indubitable que la Afsca tiene que ser “un órgano técnico e independiente, protegido contra indebidas interferencias, tanto del Gobierno como de otros grupos de presión”, para que se cumplan debidamente “los fines de la Ley”. No parece ser éste el caso, ya que más de una vez el ex intendente de Morón se ha manifestado como un soldado del actual proceso.

La Corte también pidió “igualdad de trato, tanto en la adjudicación como en la revocación de licencias, no discriminar sobre la base de opiniones disidentes y garantizar el derecho de los ciudadanos al acceso de información plural”. En este punto, la Afsca no ha desplegado demasiada actividad para resolver eventuales incompatibilidades.

Putin, el SIFEMA, la obsesión por las audiencias del Grupo Clarín y cómo lavarle la cabeza a los ciudadanos puede ser un buen método para perder el tiempo, pero seguramente no es lo que está pidiendo ni necesita la sociedad en medio de la crisis.

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