Una visión de la batalla

Por Carlos Páez de la Torre H 24 Septiembre 2014

En sus “Memorias“, escritas en 1827, el destacado salteño Dámaso de Uriburu (1794-1857) inserta una vivaz narración de la Batalla de Tucumán. Expresa que “aun viendo formado el pequeño grupo de hombres con que contaba el ejército de la Patria, no juzgó el general (Pío) Tristán que se tuviera la temeridad de atacarlo, y desfilaba a su frente en columna de marcha, cuando se le rompió el fuego de artillería”.

Trató de reparar el descuido, mandando montar sus piezas y disponiendo un orden de combate. “No bien se habían ejecutado estas órdenes, cuando moviéndose rápidamente el ejército patriota cargó con la mayor bizarría sobre los españoles, arrollando y destruyendo cuanto se le presentó al frente. El paisanaje, por su parte, acometió con el mismo denuedo y la misma fortuna y, en un instante de choque feroz y sangriento, ese ejército que contaba seguir su marcha hasta Buenos Aires sin encontrar obstáculo que lo detuviese, se vio desbaratado y en un estado de completa dispersión”.

Tristán, “que huyó despavorido hacia Los Manantiales con su Estado Mayor”, hubiera perdido todo, si no fuera la “repentina aparición” de su columna de vanguardia, que le permitió reunir los dispersos” y “volver a formar un grueso cuerpo de tropas”. Díaz Vélez se había retirado a la ciudad, parapetándose allí con prisioneros y una “inmensa cantidad de botín”. Tristán se acercó a la ciudad y “tuvo la fanfarronada de intimar rendición, que se le contestó, por el general Díaz Vélez, con el desprecio que merecía. Si no se atrevió a atacarla, tuvo la osadía de existir en sus inmediaciones hasta el 27 de setiembre, en que emprendió la retirada a Salta”.