Estela de Carlotto: “esta misión va a seguir hasta mi último día”

Estela de Carlotto: “esta misión va a seguir hasta mi último día”

El periodista Eliseo Álvarez eligió a la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo como una de las protagonistas de “505 días”, el libro sobre la transición hacia la democracia que escribió junto a Juan Suriano. Durante la extensa charla ella habló de su familia, del compromiso asumido de por vida, de los difíciles momentos que superó y de la recuperada fe en Dios

LA HISTORIA EN PRIMERA PERSONA. La entrevista fue realizada por Eliseo Álvarez meses antes de que Estela de Carlotto se encontrara con su nieto. reuters LA HISTORIA EN PRIMERA PERSONA. La entrevista fue realizada por Eliseo Álvarez meses antes de que Estela de Carlotto se encontrara con su nieto. reuters
10 Agosto 2014
“Por circunstancias desgraciadas y por todo lo que se vivió durante la dictadura militar, mucha gente a la que no le interesaba particularmente la política debió tomar cartas en el asunto y se transformó en un elemento fundamental en la Argentina que venía”, sostiene Eliseo Álvarez. Estela de Carlotto formó parte de ese grupo que adquirió masiva visibilidad durante los 505 días comprendidos entre el 12 de junio de 1982 y el 30 de octubre del año siguiente, cuando el país se preparaba para vivir -definitivamente- en democracia. El encuentro de la titular de Abuelas de Plaza de Mayo con su nieto, Guido, es motivo de alegría colectiva, sin mezquindades sectoriales, y eso es mérito de una lucha que lleva décadas. Álvarez entrevistó a Carlotto y los conceptos están incluidos en “505 días”, libro que el periodista escribió junto a Juan Suriano. Estos son los principales pasajes de ese riquísimo diálogo.

- Ustedes tomaron un lugar central en la política argentina y lo siguen manteniendo como valor moral, como valor político. Madres, abuelas, personas comunes. Me parece que este es un elemento importantísimo y que cambió mucho la concepción de la política en la Argentina. ¿Lo ve así?

- Sí, sobre todo los que pertenecemos a la generación de las Madres, las Abuelas, no tuvimos una participación política partidaria activa o comprometida, sino todo lo contrario. Llevábamos una vida muy aburguesada. Veíamos pasar la historia más que estar dentro de la historia, porque era la formación que nos habían dado. Contribuyó mucho el hecho de que desde 1930 hubo dictaduras de forma permanente, o sea que nos criamos con golpes de Estado, vimos cómo usurpaban el poder legalmente constituido. Había protestas, más vale, pero en general la sociedad era conformista y acatadora.

- ¿Y mientras tanto?

- Fuimos avanzando en el mundo hacia una dinámica distinta, más moderna, más comunicativa. Nuestros hijos, esos chicos que criamos con libertad, ya con el concepto de que la mujer trabajaba, tuvieron pensamiento propio, iniciativa propia, contaron con profesores esclarecidos, ya de otras generaciones. De allí viene la participación de ellos en la política universitaria, hasta secundaria, y también por supuesto en su vida adulta, cuando eran profesores o empleados u obreros. Para nosotros eso fue también un aprendizaje, aprendimos de ellos una nueva visión de la historia, de la vida, del compromiso, el compromiso ciudadano. El desaliento nuestro no les llegó para nada, estaban seguros.

- Entonces fue el tiempo de la dictadura militar.

- Nuestros hijos nos advertían que la dictadura traía un proyecto siniestro, tal es así que ya antes la triple A empezó con sus fechorías, como anunciando el tema. La dictadura lo impuso como un plan perfectamente elaborado, hoy lo sabemos. Ahí entonces lo estático es imposible, se nos toca al hijo, a la hija, se nos toca la familia y ya contábamos con otra visión más esclarecida del compromiso ciudadano, de no mirar pasar la historia sino de meterse. Nosotros nos metemos con mucho dolor y mucho miedo, mucho desconocimiento, a buscar la verdad. A buscar esas dos generaciones, en el caso de las Abuelas, que eran los hijos y los nietitos que iban naciendo no sabíamos dónde. Por supuesto, había mucha incomprensión por parte del común de la gente, influenciada por la prensa que contaba la historia oficial.

- ¿Cómo actuaron durante la dictadura?

- Fuimos contestatarias, sobre todo las mujeres, por una opción familiar. No es que los hombres no estuvieran; estuvieron al lado nuestro, pero les adjudicamos el doble rol de hacer cosas para la familia y de trabajar para procurar el alimento y la estabilidad al resto de los hijos. Nosotras decidimos salir, salir a la Argentina, al mundo, y en esas salidas hicimos docencia. Fuimos haciéndole entender a la gente qué estaba pasando en el país. Siempre surgió esa cosa del nacionalismo y por eso recordamos el Mundial 78, cuando se brindaba, se exaltaba, mientras nosotras llorábamos diciendo: no brinden porque se está matando gente, mientras se gritan los goles hay gritos de tortura. Después viene todo un proceso hasta al año 82 y la guerra de Malvinas.

- Ahí podemos hacer un paralelo entre la reacción popular -salvando las distancias- que hubo por el Mundial 78 y la reacción de la toma de Malvinas. Esta cosa curiosa de la sociedad argentina, la huelga general del 30 de marzo, con 700 detenidos, la represión y tres días después el fervor frente a una acción que el mismo Gobierno no sabía cómo recibir.

- El tema es que se vuelve a tocar el sentimiento, se vuelve a tocar eso de que las Malvinas son argentinas. Entonces eso de que un militar delirante, usurpador del poder, o sea un delincuente, anuncie alegremente que se han recuperado las Malvinas, dio la oportunidad de exaltar otra vez el nacionalismo y ahí vuelve a confundirse todo. Gente opositora a la dictadura fue a vivar ese acontecimiento, a creerles. Después supimos que habían traído chicos del norte, chicos que vivían en el calor absoluto para llevarlos al horror del frío y de la muerte. Recordemos la ingenuidad, mujeres que tejían bufandas y pulloveres y los dejaban en la Plaza de Mayo para abrigar a los soldaditos. Dejaron sus joyitas también, parecían las damas de la época de San Martín. Recordemos los chocolates y los cigarrillos con mensajes de amor y de fuerza que nunca llegaron.

- Claro, lo que faltaba era San Martín.

- Faltaba San Martín y estábamos en otra época, justamente cuando los preceptos de San Martín estaban siendo violentados y humillados por semejantes personajes. Por eso uno puede entender esa exaltación que produjo también algunas diferencias y quiebres entre partes de la sociedad. Porque aún en las propias familias, como pasó durante el Mundial 78, se discutía si era válido o no defender la patria. ¿Pero cómo lo vas a hacer con un represor que está deteniendo, está sojuzgando, está mortificando y asesinando gente? Pero es la patria ¿no? Entonces en la mesa familiar, como se discutió el Mundial, también se discutía lo de Malvinas.

- Hay un elemento muy importante: a ustedes las atacaron políticamente y trataron de desprestigiarlas, pero me parece que esos que las atacaban nunca se dieron cuenta de que lo de ustedes era el amor, no la política. Era el amor por el hijo, por el nieto, y no una motorización política. Entonces atacaban algo que a ustedes en definitiva no las afectaba.

- Por eso los militares se equivocaron cuando nos llamaron locas. Cuando empezamos a hacer esa ronda en la Plaza de Mayo dijeron: “déjenlas, son locas, son mujeres. Se van a cansar y se van a ir a llorar a sus casas debajo de la cama seguramente”. Se equivocaron en eso. Somos madres y no estábamos haciendo eso con un interés político, partidario por decirlo de alguna manera, o con alguna aspiración egoísta de algo material. Todo lo contrario; era saber que estábamos arriesgando la vida, porque podíamos desaparecer. No es que no nos importaba, es que había que hacerlo, era el amor, exactamente el amor al hijo, el amor a la prole. Ahí se equivocaron, por eso siempre digo, un poco irónicamente, que si se hubiesen dado cuenta de su error muchas de nosotros estaríamos desaparecidas.

- Usted mantuvo una entrevista con Reynaldo Bignone (el último dictador) cuando él era secretario de Videla. ¿Qué sensación íntima le quedó? ¿Pensó que todo lo que venía era peor o realmente existían posibilidades de encontrar la democracia y empezar a transitar un camino de mayor claridad?

- No puedo decir que cuando empecé tenía claras las cosas. Es más; éramos muy inocentes, creíamos que nuestros hijos iban a regresar. De nuestros nietos jamás pensamos que llegarían a 500 o más, ni que nacerían en campos de concentración, de manera infrahumana. Nosotras preparamos un ajuar, esperábamos ilusionadas. La lógica indicaba que un bebé iba a ir a vivir con sus abuelos hasta que su mamá y su papá recuperaran su libertad. Por eso cuando voy a hablar con Bignone le pido por la vida de mi hija. En ese momento él se enloquece y con un arma sobre el escritorio, aunque estábamos solos, me dice que eso no es posible, que él había estado en Uruguay y que los malos se fortalecen en sus convicciones en las cárceles. Por eso acá había que hacerlo, o sea matar. Yo ya estaba más o menos preparada, no para recibir esa respuesta, pero sabiendo la historia de lo que pasaba. Mi marido había estado desaparecido durante 25 días y cuando salió contó los horrores que había vivido en el centro clandestino, que era una comisaría, un centro habilitado para que torturen, violen, masacren y tiren los muertos. Cuando Bignone me dice eso le contesté: “si ya la mataron por favor entréguenme el cuerpo”. Salí destruida, pensando “Laura no está”, pero por suerte estaba viva, esperando un bebé, y lo tuvo. Me entregaron el cuerpo quizás en respuesta a aquel pedido y yo pude elaborar de algún modo el duelo. Pero no perdí las fuerzas para la lucha y me comprometo cada vez más con el grupo de amigas, de hermanas que somos las Abuelas de Plaza de Mayo.

- La clave es no parar nunca.

- Motorizarnos permanentemente en la medida que nos den las fuerzas o que la vida lo permita, porque muchas han muerto. El sentido común, la creatividad, el ingenio de mujer lo usamos para prolongar nuestra historia a través del tiempo. Los jóvenes incorporados a nuestra tarea están siendo preparados para continuarla.

- La clase política con la que se encontró el país en el 82 era prácticamente la misma del 76. ¿Hubo comprensión real con el problema y el drama que ustedes vivían?

- Sería injusta si digo que todos los políticos fueron cómplices o se negaban a colaborar. Hubo quienes nos recibieron y también quienes fueron a España a decir “están todos muertos”. Algunos nos acompañaron y otros sostuvieron la posición de la dictadura llamándolos “militares democráticos”. Hay de todo, es una historia que merece un revisionismo muy justo y cuidadoso, muy respetuoso, porque nadie quiere sembrar el caos en un país en el que estamos reconstruyendo muchas cosas que son prioritarias. Pero si algo podemos decir en Abuelas de Plaza de Mayo es que nada se resolvió mediante los personajes de la política. En etapas constitucionales hemos aplaudido cosas buenas y también hemos llorado frente al Congreso por las leyes de Punto Final y Obediencia Debida. La convivencia durante casi 20 años con los asesinos de nuestros hijos fue nefasta, hubo que soportar a esas personas como si nada en la televisión o al lado nuestro diciendo “sí, maté, pero nadie me puede hacer nada”.

- Habló de la tarea docente que ustedes fueron desarrollando. ¿Cree que este es un tema que la sociedad ya comprende perfectamente?

- Sí, de una manera u otra le fuimos dando a la sociedad los elementos para comprender que la dictadura nos tocó a todos. No somos sólo nosotras las que sufrimos las consecuencias de ese plan horrible. Toda la sociedad perdió en educación, en salud, en bienestar, en seguridad, en cosas que antes disfrutábamos. Esa docencia la hacemos con hechos concretos, cada vez que encontramos un nieto le estamos demostrando a la sociedad que es cierto que secuestraron centenares de bebés que hay que buscar, que es cierto que existieron centros clandestinos de detención, que la tortura se implementaba diaria y cotidianamente, que es cierto que estos señores eran unos asesinos. A esto hay que esclarecerlo con mucho cuidado, con pruebas, no equivocarnos, no ser injustos. Hay una negativa en cierto sector de la sociedad a reconocerlo porque no les conviene, porque les va a tocar rendir qué hicieron durante esa etapa negra. Todavía hay mucho que acomodar en nuestro país. Las Fuerzas Armadas no pueden ser privilegiadas, independientes del resto de la sociedad, deben vivir en el barrio de cada uno y salir -si es que lo honran- con el uniforme puesto. Educarse en universidades comunes, mezclarse con el pueblo y comer la comida que come el otro. No es posible que se jubilen a los 40 años cuando hay gente que trabaja hasta los 70. No es posible que a un asesino se le retiren todos sus cargos y sus honores, pero su mujer cobre su jubilación.

- En algún momento usted contó que estuvo enojada y peleada con Dios, ¿Cómo se reconcilia y por qué?

- Lógicamente, cuando uno tiene fe, cree en Dios y en todo lo que es la Iglesia como basamento de fe, cifras sus esperanzas en que Dios lo ayude. Yo le pedí tanto por mi hija Laura, sobre todo que no la mataran y que volviera a verla... Cuando la asesinaron me enojé con Dios y dije: no creo más. Estaba deshecha. No tardé en darme cuenta de que estaba equivocada. Dios es Dios y los que mataron a mi hija eran los hombres, entonces lo tomé como un nuevo camino, como una nueva misión. Lo estoy haciendo hasta ahora y lo voy a hacer mientras tenga vida, creo que este dolor que quizás Dios dispuso me ha permitido hacer muchas cosas. A esta edad pensaba estar en un sillón con mis nietos, mirando algún teleteatro, y estoy recorriendo el mundo, comprendiendo a la gente, escuchando, tratando de cambiar, tratando de que esto no se repita y que los niños sean felices.

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