La fresca memoria de nuestros abuelos

La fresca memoria de nuestros abuelos

Creo que los recuerdos son como moscas molestas en las siestas de verano, nos acosan y no nos dejan pensar en otra cosa. Pero hay otro tipo de recuerdos que empiezo a descubrir, esos que se acercan y te susurran al oído: ¿Te acordás? En una calle, con el sonido de una puerta, con un olor particular (no con olor a algo cotidiano como una sopa, el zapallo hirviendo en la olla, las milanesas o un té con tostadas) Digo un olor, olor: a persona, a lugar que uno conoce, a casa, a ropa y a ropero de un ser conocido y querido. Aunque estas cosas ya no estén en lo cotidiano de nuestras vidas, las siento en mi cabeza, y las percibo con todos los sentidos. De chica escuchaba las geniales historias de mi abuela que incluían diálogos inverosímiles por lo absurdo y surrealista de las situaciones y personajes. Creía que no iba a poder retener ese tono de voz, esa risa furiosa y su manera de remarcar palabras con alaridos risueños. “Mi mamá fue la PRIMERA (énfasis en la palabra) mujer en pisar un banco”, decía con su registro de voz particular, entre risas y gritos, buscando la complicidad de los presentes. A veces, ese pequeño recuerdo, tan íntimo y personal, se hace grande y nos supera como personas y llega un día en un correo electrónico recordando a tu ser querido y cercano con palabras como “su legado de mujer fuerte en la adversidad, lúcida en sus convicciones, humana y entusiasta…” Ese recuerdo es diferente, suma, pesa, porque, sobre todo, construye tu historia.

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