¿Superclásico?
Aquel superclásico, el 7 de julio de 2004, también se jugó sin público visitante. Fue en el Monumental. El ex árbitro Javier Castrilli, que estaba a cargo de la seguridad en el fútbol, dispuso que el partido debía jugarse de día. Clarín-Torneos, que manejaban entonces el negocio de la TV, pusieron el grito en el cielo. De noche, el rating es mucho mejor. La solución, entonces, fue jugar de noche pero sin público visitante, para que lo aprobara Castrilli. Hubo 70.000 personas. Supuestamente, todas de River. Cerca del sector de prensa, sin embargo, cuando Carlos Tevez anotó para Boca, se escuchó un grito ahogado: “gl”. Sin la “o”. El autor sabía que no debía gritar el gol, pero no pudo reprimir el festejo. Fue un segundo. Nadie lo hubiese escuchado en una situación normal. Pero fue el único sonido que se escuchó en aquel Monumental mudo. Por eso, fanáticos de River empezaron a patrullar la zona con miradas de asesinos seriales. La sensación era que, si encontraban al autor de ese festejo reprimido, lo linchaban allí mismo. Para quienes no lo recuerdan: fue aquel gol que Tevez celebró abriendo codos y brazos con el gesto de “gallinita”, que el árbitro Héctor Baldassi, que es hincha de Boca, imitó para explicar por qué lo expulsaba. El partido fue electrizante y la definición por penales lo hizo todo aún más dramático.

Recuerdo especialmente aquel partido porque esa noche acompañé al Monumental a dos periodistas daneses que querían respirar por primera vez todo lo que habían leído y visto de lejos acerca del superclásico. Quedaron casi shockeados. La falta de público visitante no quitó vibración al espectáculo. Preguntaron mucho, investigaron historias y contaron luego la pasión del fútbol en Argentina. La locura de una Buenos Aires con estadios por todos lados, dos de ellos gigantes y separados por apenas 100 metros, una imaginaria franja de Gaza que, simplemente, dividía a hinchas de Racing y de Independiente. Viajaron a Rosario, para intentar entender cómo era eso de una ciudad dividida entre Newell’s y Central. Hicieron algunos contactos y entraron también en el mundo barra. Para ellos era todo nuevo. Un año antes, yo había estado con ellos viendo en Copenhague un partido entre las selecciones de Dinamarca y Noruega, con hinchas de ambos equipos compartiendo tribunas, gorros y banderas y celebrando goles sin que nadie se sintiera molesto. Podía comprender por supuesto que sintieran cierta fascinación para narrar todo lo que veían acá. Pero todo ese folklore que a ellos les parecía casi extraordinario, a muchos, acá, ya empezó a hartarnos.

Comparar es tentador, pero, muchas veces, se simplifica demasiado. Eso de que mientras afuera las cosas se hacen bien, acá se hace todo mal. Uno encuentra que afuera también se hacen cosas mal y que, en todo caso, los problemas pueden ser distintos. Dos clásicos recientes marcan el ejemplo: en Manchester United, al que señalábamos como club modelo porque mantuvo un cuarto de siglo al mismo técnico (Alex Ferguson), los hinchas hoy hacen manifestaciones exigiendo el despido de su sucesor, David Moyes, que no lleva siquiera una temporada. Pero los resultados no se dan y además perdió el clásico 3-0 contra el City del chileno Manuel Pellegrini. En España, el único tema del que se habló después del clásico que Barcelona ganó 4-3 a Real Madrid en el Bernabéu fue del arbitraje. Y la prensa madrileña, que hasta horas antes sólo cargaba contra el “Tata” Martino y daba loas al equipo de Cristiano Ronaldo, ahora es crítica y cambia conceptos de la noche a la mañana. “Podemos hacer todo bien las primeras 37 fechas, pero si en la 38 nos equivocamos y perdemos el título ustedes no se acordarán de lo previo y se quedarán hablando de la fecha 38”, graficó el propio Martino luego del clásico. Y reflexionó con alguna dosis de la picardía con la que suele dirigirse a cierto periodismo: “Pensaba que aquí se hablaba más de fútbol”.

Espectáculos y negocios

Esto, por supuesto, no quita decir que el clásico en Manchester fue un espectáculo que tuvo un orden increíble. Estadio lleno, eso sí, con público visitante mínimo. Y con el precio de los boletos fijado arbitrariamente por el club local. La ley de la oferta y la demanda domina su lógica implacable en la Premier League. Y en España, qué decir, la prensa de todo el mundo quedó maravillada porque el clásico en el Bernabéu, además de espectáculo ordenado y negocio asegurado, cumplió otra vez ofreciendo un fútbol de gran riesgo. Dos equipos que salen a atacar. ¿Quién no hubiese pagado por asistir a tamaño espectáculo?

Hoy tenemos en Argentina nuestro superclásico. Le decimos “súper”. Inflamos las palabras conscientes de que, en rigor, lo que se ofrece es cada vez menor. River está jugando apenas mejor que este Boca devaluado, que casi no ataca. Y que sigue atado a un Riquelme al que le cuesta cada vez más todo. Si hasta pierde la pelota fácil, lejos de aquel que la pisaba ante cuatro brasileños en los tiempos del Boca copero. Ojalá nos equivoquemos, pero no hay ninguna señal que ayude a pensar en un fútbol atractivo para hoy. También a eso estamos resignados. El Torneo Final tiene 14 de 20 equipos separados por apenas seis puntos. Podría ser señal de emotiva paridad, pero tiene como contracara a Colón en punta. Un equipo semiquebrado al que todos daban por desahuciado dos meses atrás, que el jueves expulsó como socio a su último presidente y que hoy juega cada partido como una batalla. Es líder, pero sólo mira la tabla del descenso.

Ya no está Castrilli, a quien apodaban “el Sheriff”. Y tampoco está Clarín-Torneos. Hoy, los barras, como el Bebote, del descendido Independiente, hacen conferencias de prensa y juntan socios para postularse como presidentes. El Fútbol Para Todos nos anuncia la fiesta. Y los presidentes de Boca y River van al Congreso en positiva señal de fútbol en paz. Pero en sus clubes los barras siguen manejando molinetes, boletos y estacionamientos. En el último superclásico con público visitante en la Bombonera hubo 950 policías. Hoy, sin público visitante, habrá 1020. Y, lo peor, todos temen a que explote la interna de la barra de Boca. Lo que ha explotado, y seguimos sin darnos cuenta, es la rica cultura de buen juego que tenía el fútbol argentino. Aunque todavía le digamos “superclásico”.

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