INCANSABLE. María Waltrude ya iba a Tafí en los años 40. Sus dulces caseros se venden como el pan. la gaceta / foto de rodolfo casen
Sus ojos claros tienen aún el brillo de los mejores años, aunque por momentos su mirada se desploma y se tiñe de nostalgia. Es cuando habla de todo lo que la vida la fue despojando. De ahí que de su memoria envidiable prefiere arrancar recuerdos de hechos que aun la alegran, como cuando hace décadas plantó lo tilos que ahora embellecen la Avenida San Martín. A orillas de ésta arteria está su confortable casa.
María Waltrude Hofer es una tucumana de padres alemanes que, en Tafí del Valle, adquirió relevancia no solo por la estirpe emprendedora y de una garra inagotable de su familia, sino además por los dulces artesanales que engendran sus manos inquietas. Se la conoce como a sus productos: la “Oma Waltrude”. “Oma” es el nombre informal alemán que se le da a la abuela. “Grossmutter” es el término correcto. María se exhibe locuaz, agradable y transmite sus pensamientos sin rodeos. Desde hace seis años se moviliza en una silla de ruedas, a causa de una parálisis en sus piernas que le produjo una infección intrahospitalaria. “Eso me inutilizó, pero no me tiró abajo. Me tuve que acostumbrar a una nueva forma de hacer mis cosas” comenta.
Pionero
María tiene mucha vitalidad. Recuerda que su padre Juan Bautista Hofer, que murió en 1968, fue uno de los primeros en levantar una casa de veraneo en esa villa. “El llegó a la Argentina en 1923, durante la presidencia de Hipólito Irigoyen. Después regresó a su país y se casó con mi madre Ana María. Vino a Tucumán a los 60 años. Trabajó en la Cervercería del Norte. Era técnico recibido en Suiza” cuenta. En 1941 Juan Bautista terminó de adquirir la metalúrgica que llevó su nombre hasta que luego pasó a denominarse Industrial Metalmecánica S.A. “El llegó a este país con una mano atrás y otra adelante. Pero con esfuerzo y mucho trabajo llegó a tener la metalúrgica más importante del noroeste argentino” añade.
María Waltrude dice que su madre murió cuando ella tenía 8 años y sus otros dos hermanos 6 y 11 años. De estos dos últimos, Ilde, la menor, vive en Canadá, mientras que Alicia en Rosario. “Mi padre lidió con nosotros con mucho valor” apunta. Refiere que fue él quien les enseñó a hacer dulces artesanales y embutidos. Èl fue, asegura, el que trajo desde Río Negro hasta los valles frutos y árboles como el damasco, el durazno, la frutilla, la frambuesa y la grosella con los que hace ahora los dulces que deleitan a los visitantes que van por el lugar. “Papá llegó hasta aquí a principio de los 40 en procura de conseguir un sitio con características similares al que en donde él vivió. Lo encontró y disfrutó, al igual que yo”. “Primero nos trasladábamos desde la capital en un avión Piper, luego en automóvil, cuando tuvimos ruta” cuenta.
Fue en 1943 cuando el entonces gobernador Miguel Critto habilitó el camino a los Valles Calchaquíes, dando empuje al crecimiento turístico de la zona. “Mi padre, Santiago Buffo y Oscar De La Fuente, fueron los primeros en levantar casas aquí. En ese entonces yo tenía 11 años y en esta villa todo era soledad y solo había sauces por todos lados” rememora. Advierte lo mucho que cambió la villa. “Menos mal que ahora vivo un poco alejada del centro, porque me parece una romería infernal. No me gusta eso. Y menos de andar en confiterías. Prefiero leer o escuchar música clásica” remarca. María vive en San Miguel de Tucumán, pero se instala en Tafí del Valle desde diciembre hasta abril. “Me voy por el frío, pero no me acostumbro a vivir en departamentos, con poco espacios y sin patios” dice. Además en la villa puede hacer lo que más le gusta: sus dulces. Sostiene que no vive de ésta actividad. Y que a los dulces los hace por su inagotable apego al trabajo.

“Los vendo en casa. No están en los comercios. La gente viene hasta aquí. Veo que les gusta y que su fama va creciendo de boca en boca. Llegan clientes de todos lados”. ¿Cuál es la clave del éxito de sus productos? “Creo que el secreto está en el hecho de que lo preparo con productos naturales. Nada de químicos. Utilizo azúcar y no glucosa. La cocción la hago en una cocina de gas. Hay, además, mucha dedicación” comenta. “No sabía que iba a vender tanto. Por eso ahora tengo que trabajar más”.
En el living-comedor María muestra su producción envasada. En una pared se destaca el retrato de su padre. Y también las ornamentaciones, la mayoría de origen extranjero. Entonces regresa el recuerdo de don Juan Bautista. “El construyó una represa e instaló un turbina hecha por él mismo para la generación de corriente continua. Y trajo los primeros pejerreyes”, enfatiza con orgullo. La “oma” retrocede a los tiempos en los que en la casa había una heladera a querosene, una cocina a leña y la plancha a carbón. Y recuerda la piscina ahora seca, en la que se refrescaba en los tiempos de calores. Entonces regala una sonrisa.








