La Ley del Talión, no; La Ley del Amor, sí

Por pbro. dr. Marcelo Barrionuevo.

23 Febrero 2014
Habéis oído que se dijo odiarás a tus enemigos… Pero yo os digo amad a vuestros enemigos. (Mt 5,38)

La “Ley del Talión”, a la que tan proclive es el amor propio cuando es herido, es condenada aquí por Jesús. El perdón en vez de la venganza; el amor incluso al enemigo en vez del odio es, tal vez, una de las enseñanzas de Cristo que nos resultan más difíciles de cumplir. Pero sí -con su ayuda- nos empeñamos en vivirla, es lo que más nos acerca a la Bondad de Dios  que “hace salir su sol sobre malos y buenos”.

¡Vivimos en una atmósfera tan distinta a esta cálida benevolencia divina! Esta propuesta nos parece una bella pero imposible utopía. Es realmente sublime, pensamos, pero “poco práctico” porque la vida significa luchar, competir, devolver golpe por golpe. ¡En cuántas ocasiones nuestros gestos de comprensión y de condescendencia con las afrentas ajenas han sido interpretados como síntoma de debilidad y son ocasión de ulteriores abusos! ¡Así no se consigue nada!, decimos. Como no se logra nada devolvemos  mal por mal, embistiendo con tono furioso para garantizar nuestra “justicia”. Esto crea una espiral de posturas enconadas cada vez más grande e imparable.

Esta realidad puede ser vivida a nivel personal, familiar y también social. Asistimos a un espiral de violencia en pueblos hermanos, en sociedades que viven decenas de años en conflictos. Familias divididas por generaciones, religiones que mal interpretadas son vistas como espacios de poder de unos sobre otros. Dios nos llama a la paz por medio del perdón que nace del amor. Difícil tarea al corazón humano, pero la única que produce verdaderos frutos.

El odio es nefasto, incluso para quien lo practica porque, como un cáncer oculto, destruye su personalidad nublándole la inteligencia, lo que le incapacita para distinguir lo bueno de lo malo, la verdad de la mentira. Y al incidir sobre los demás se hace contagioso, destruyendo en muchos corazones la esperanza en un mundo mejor.

Toda apelación al amor puede parecer lírica frente a la sólida realidad de los conflictos familiares, académicos, laborales, políticos, sociales... Jesús no propone un apocamiento cobarde ante la violencia, la sinrazón, la injusticia. Eso nos convertiría en cómplices. Resistir a la injusticia no significa aprobarla. Significa combatirla con la justicia alineada con la caridad, que odia al pecado pero no al pecador. No adoremos el altar de la venganza y el desquite, el resentimiento y mal pensar. En ese altar no está Dios. Él está en la Cruz con los brazos abiertos para acoger a todos y desea que nosotros nos apropiemos de esta lógica. 

Es bueno preguntarnos cómo nos encontramos en Argentina, en nuestro Tucumán, en nuestra Iglesia, en nuestras casas. Indudablemente la separación y venganza no conduce a nada. La capacidad de perdonar, de buscar unidad en el Bien Común es lo que construye. Las búsquedas irrefrenables de poder a cualquier costo sólo terminan dividiendo la sociedad humana, sólo nos generan desencuentros. Que el Camino al Bicentenario, preparándonos para el Congreso Eucarístico Nacional y con la gracia de la posibilidad de que el papa Francisco llegue a nuestra provincia, nos encuentre unidos y fuertes para mostrar lo mejor de nuestra condición de hermanos y comprovincianos.

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