Elena Poniatowska

Elena Poniatowska

Detrás de la mayoría de sus personajes acaba dibujándose el contorno de un ángel, un ángel caído, baldado.

01 Diciembre 2013

Por Carmen Perilli - Para LA GACETA - Tucumán

La escritura de Elena Poniatowska puede leerse como un catálogo de ángeles mexicanos. Periodista, novelista y ensayista, la autora exhibe una particular historia de vida: nace en Francia, de padre noble descendiente del último rey polaco y madre aristócrata de ascendencia mexicana, ambos franceses. De la boca de las oscuras nanas mexicanas, Elena recibe la lengua y la cultura, mientras un colegio de monjas norteamericano la introduce en el mundo de las clases altas. Su ingreso al mundo del periodismo se produce por casualidad, de modo casi involuntario. Su actividad es incesante -sus mejores reportajes han sido publicados en los siete volúmenes de Todo México-. Es fundadora del primer periódico feminista mexicano y coordina talleres de escritura.

Su obra está compuesta por ficciones y textos periodísticos. Le interesa registrar la vida de aquellas "mujeres mágicas", oscurecidas en la narración nacionalista revolucionaria. Artistas rebeldes; madres luchadoras y trabajadoras. Las "pobres" mexicanas suelen conformar colectivos: soldaderas, maquiladoras, lavanderas, indígenas, sirvientas u obreras.

El mandato de escribir suele tener nombre de mujer: La noche de Tlatelolco surge como ruego de las madres de las víctimas del 2 de octubre; un grupo feminista le solicita que tome el caso una niña violada y embarazada en Las mil y una heridas de Paulina. En contraste Nomeolvides, las memorias de su madre, son prologadas y traducidas por Elena. La nostalgia por el pasado tiñe las evocaciones de los tiempos de fundación de la cultura nacional revolucionaria. Elena se desdobla en Tina Modotti, fotografiando a la madre mexicana con rebozo, en Leonora Carrington fascinada con los colores, en Mariana Yampolsky en La casa que canta.

Elena, Elenita, niña, doña, señora, güera son algunas de las máscaras de esta fisgona. Persigue a Jesusa hasta miserables colonias; visita la cárcel de Lecumberri donde, según misteriosas cartas, se enamora de Álvaro Mutis, escucha las historias de Demetrio Vallejo, el preso ilustre y entrevista a los miembros del movimiento estudiantil. La figura aristocrática y débil contrasta con espacios épicos. Sin embargo acaba "robando" el fuego prometeico de la revuelta y une su nombre a la narrativa de Tlatelolco. Incansable, recorre las calles del Distrito Federal, asoladas por el temblor, el miedo y la miseria inscribiendo el silencio de los nadies. Exultante, viaja a la Selva Lacandona para subir al arca del Subcomandante Marcos. Con gesto retórico de humildad conversa con los miembros de la ciudad letrada mexicana. Se apoca, se avergüenza de su libreta de notas ante la figura de árbol enorme de Paz; pregunta a Diego Rivera y a Miguel de La Madrid por su fortuna.

Las nanas, los primeros permanecen para siempre como "mulitas" en el imaginario literario. Nacen y mueren dentro de su reino de silencio, sin otra resistencia que la rabia de Jesusa que busca "no comer olvido". Poniatowska dialoga con el subalterno desde la piedad y la culpa. "Hay ricos que siempre se sienten culpables. Quizá es esta culpabilidad la que me ha hecho trabajar toda mi vida", nos cuenta.

Vidas ajenas

Quizá los momentos más felices de su escritura son aquellos en los que su letra deviene batalla de memorias y experiencias. Detrás de la mayoría de sus personajes acaba dibujándose el contorno de un ángel, un ángel caído, baldado. Jesusa Palancares, la vieja sirvienta que fue revolucionaria es un ángel viejo, un guajolote que la vida ha apaleado. Gaby Brimmer es un ángel nuevo con el cuerpo roto; Quiela Beloff, un pájaro azul, atrapado en la ausencia de Diego; Tina es el ángel rojo, perseguido por la pasión y la muerte en el amor, la revolución y el arte. No hay ángel más desamparado que Paulina. Todos, inclusive Mariana / Elena, son ángeles caídos, han perdido su pureza. Los ronda la idea de un pecado casi original. Las sirvientas convertidas en mulas, gatas o lunitas; la Malinche en montaña y diosa.

La escritora se postula como intérprete de los "Pues póngale nomás Juan" los "escuadrones de ángeles y querubines" desperdigados por los cinturones de miseria. Golondrinos y marías provienen de las razas antiguas ahuyentados por la miseria. Los ángeles de ocupación disfrazada sirven "lo mismo para un barrido que para un fregado".

La ficción autobiográfica atraviesa todas las historias de vidas ajenas. Elabora un minucioso inventario de personajes y atesora sus experiencias. En esta operación su narrativa se comporta como máquina de fotografía. "Puesto que toda foto es contingente y (por ello fuera de sentido) la fotografía sólo puede significar (tender a una generalidad) adoptando una máscara" (Barthes).

En este catálogo de ángeles mexicanos la significación corre por cuenta de la mirada y el deseo de la escritora.

© LA GACETA Carmen Perilli - Escritora, Investigadora Principal Conicet, Profesora titular de

Literatura Latinoamericana de la UNT. Autora de Catálogo de ángeles mexicanos.

Elena Poniatowska.

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