Rossetti y sus misteriosos sonetos de ultratumba

Rossetti y sus misteriosos sonetos de ultratumba

Un trágico y legendario amor fue la génesis de uno de los libros más bellos de la Literatura.

OPHELIA. Lizzie fue retratada por John Millais en su famoso y perturbador cuadro que actualmente se exhibe en la Tate Gallery de Londres. OPHELIA. Lizzie fue retratada por John Millais en su famoso y perturbador cuadro que actualmente se exhibe en la Tate Gallery de Londres.
La literatura está repleta de historias misteriosas. Tan misteriosas que a veces parecen puro cuento. Sin embargo, sucedieron en la vida real. Y sus consecuencias siguen reverberando en nuestro tiempo. Ese es el caso del poeta y pintor inglés Dante Gabriel Rossetti (1828-1882), uno de los más conspicuos integrantes de la llamada Hermandad Prerrafaelista, la sociedad secreta que impulsó una renovación del arte inglés a través de modelos medievales.

De madre inglesa y padre italiano, Rossetti fue uno de los eruditos más famosos de su época. Y aunque pasó a la historia por sus cuadros (varios de ellos pueden verse en la Tate Gallery de Londres), su obra más conmovedora está conformada casi exclusivamente por un puñado de sonetos reunidos en "La casa de la vida".

La prodigiosa historia de ese libro -de cuya publicación se cumplirán mañana 147 años- es uno de los grandes misterios de la Literatura y el objeto de esta nota.

Un gran amor
Como todo gran libro, "La casa de la vida" tuvo su génesis en un gran amor. Un amor que atormentó al escritor hasta el final de sus días y que tuvo siempre una sola destinataria: Elizabeth "Lizzie" Siddal, modelo y también poeta.

Rossetti la conoció casi por casualidad, durante una visita que hizo al taller de su amigo, el pintor John Millais, otro de los integrantes de la hermandad. Cuentan testigos de ese encuentro que apenas la vio, el poeta quedó prendado por su belleza. Lizzie tenía el pelo rojo como brasa candente, los labios carnosos como fresa y la piel tersa como perla, atributos que la convirtieron en la modelo predilecta de la hermandad. Era, por decirlo de alguna manera, la Nicole Kidman de la época.

Aquel día Lizzie estaba posando para el famoso cuadro "Ophelia", en el que fue retratada muerta, sumergida en un río. Se dice que, para pintar ese cuadro perturbador, Millais sometió a la joven a tortuosas sesiones en las que debía permanecer durante horas sumergida en agua helada para poder conseguir en su rostro la rigidez de un cadáver verdadero. Así, con ese aspecto de muerta, fue retratada y así enamoró a Rossetti.

Se casaron casi de inmediato y se instalaron en Londres. Lizzie se convirtió en modelo exclusiva de su esposo y dejó de lado a otros pintores. Vivía sólo para él. Sin embargo, el alma de un hombre también tiene sus abismos. Y Rossetti estaba rodeado de ellos. Amaba profundamente a Lizzie, pero ese enamoramiento no alcanzó para evitar que le fuera infiel con otras modelos. El más extravagante de esos amoríos clandestinos fue el que vivió con una modelo muy poco agraciada: Fanny Conforth, a quien el poeta llamaba cariñosamente "mi querido elefante" (My dear elephant). Fanny era una mujer robusta, redondeada, opuesta en todo a la delicada Lizzie, salvo en el cabello rojo. En este detalle Rossetti era intransigente, ya que sentía una inexplicable atracción por las pelirrojas.

La tragedia
Durante varios años la vida de Rossetti transcurrió entre su hogar y su "querido elefante". Sin embargo, esa doble vida lo fue llevando paulatinamente a la tragedia. Una noche, el poeta Algernon Swinburne fue a cenar a la casa de Rossetti. Fue una velada espléndida, en la que Lizzie se mostró particularmente feliz, como si aquel encuentro hubiera estado cargado de un significado secreto. Después del festín, Rossetti se disculpó y anunció que debía ir a un colegio comunitario en donde daba clases a obreros. Swinburne, que era un caballero, se ofreció a acompañarlo. Cuando salieron a la calle, y Rossetti estuvo a salvo del oído atento de su esposa, confesó que no iba a dar clase esa noche, sino que en realidad había planeado encontrarse con su "elefante". Swinburne, conocedor de las andanzas del poeta, lo comprendió perfectamente y se despidió con un saludo cómplice.

Cerca del amanecer, Rossetti regresó al hogar, cansado y satisfecho. Era el 11 de febrero de 1862, y el día parecía repleto de signos afortunados. Pero todo era una ililusión. El poeta entró al dormitorio procurando no hacer ruido. Lizzie estaba enferma, y los médicos le habían recomendado la más estricta calma. Luego -según podemos imaginar-, la besó en la frente, y la sintió fría. En ese momento se percató de la terrible realidad: su amada Lizzie se había quitado la vida horas antes ingiriendo una dosis letal de cloral, un medicamento que los médicos le habían recetado para su insomnio. Las biografías callan lo que es evidente: la pelirroja conocía las aventuras de su esposo y, por eso, se suicidó.

Enloquecido por la culpa, el poeta optó por sepultarla al día siguiente, en la misma postura en la había sido retratada por Millais en el cuadro "Ophelia". Incluso la vistió con las mismas prendas que había usado el día que la conoció.

Fue entonces cuando sucedió lo insospechado: Rossetti, loco de dolor, aprovechó un momento de descuido de los deudos para colocar entre las manos gélidas de Lizzie un manuscrito que contenía varios sonetos. Ese misterioso cuaderno era una especie de expiación para aplacar a los demonios que se agitaban en su corazón. Sin duda el poeta se sentía el asesino de su mujer y, por lo tanto, no podía hacer otra cosa mejor que ofrendarle su obra y enterrarla junto a ella. Tras el funeral, Rossetti rompió con "el elefante", y se recluyó en las afueras de Londres. Poco a poco fue perdiendo contacto con el mundo. Pintaba obsesivamente, y no recibía a nadie salvo a sus amigos íntimos. Así sobrevivió 14 años, atormentado por espectros de cabellos rojos hasta su muerte, en 1882.

La gloria
Sin embargo, antes de reunirse con su esposa, sucedió lo impredecible. Cuatro años después del funeral de Lizzie, un amigo -cuyo nombre se conserva en el anonimato- se acercó a Rossetti y le confesó que sabía su secreto; que había visto el extraño manuscrito entre las manos de Lizzie. Esa confesión fue también una suerte de reproche: le dijo que ese sacrificio era inútil porque seguramente a su propia mujer -que había sido poeta-, no podía agradarle el hecho de que haya renunciado deliberadamente a la gloria que le traería ese libro. Rossetti, que no había hecho copias de aquellos sonetos, sólo escuchó. Entonces, en una reunión excepcional que se hizo un mes después, el atormentado poeta fue emborrachado por un grupo de admiradores y, entre el vaho del whisky mezclado con ron, fue convencido para que autorizara el rescate del cuaderno. De inmediato, los amigos iniciaron los trámites para desenterrar a Lizzie, ritual que fue aprobado con todas las garantías de la ley.

Rossetti no asistió a la exhumación. Se dice que pasó la noche en una taberna bebiendo hasta quedar inconsciente. Dos amigos del poeta, más un oficial de policía y un empleado del cementerio, desenterraron el ataúd de Lizzie en una escena digna de cualquier cuento de Edgar Allan Poe. Esos mismos amigos relataron después que el cuerpo de aquella mujer no había perdido un ápice de su belleza; por el contrario: parecía una copia exacta de aquel inquietante cuadro de Millais. Sin embargo, a los amigos de Rossetti les costó arrancar el libro de las manos de Lizzie que, a causa de la rigidez cadavérica se habían incrustado en las tapas. Trabajaron durante horas hasta que, por fin, pudieron rescatarlo intacto. Ese mismo año (1870) los sonetos se publicaron bajo el título de "La casa de la vida" y, con toda justicia, determinaron la gloria de Rossetti. Una gloria que vino de un amor de ultratumba.

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