De dónde vienen y por qué persisten las "nuevas patologías sociales del siglo XXI"

De dónde vienen y por qué persisten las "nuevas patologías sociales del siglo XXI"

La sensación de gran caos, desborde, sobrecarga laboral o violencia es generalizada y, al mismo tiempo, percibida por la comunidad como "normal". Pánico, violencia de género, "bullying", desórdenes alimentarios son las formas en las que el cuerpo "grita" el padecimiento cuando las reglas se derrumban, los límites desaparecen y la palabra carece de valor. La prevención

De dónde vienen y por qué persisten las nuevas patologías sociales del siglo XXI
10 Octubre 2013

"No hay salud sin salud mental" es el lema de muchas comunidades para esta jornada, en la que son protagonistas "las nuevas patologías". Las cosas pueden complicarse, es cierto, a la hora de definir la salud mental. Pero hay rasgos comunes: no importa cuál sea la mirada teórica, siempre está relacionada con la capacidad del ser humano para manejar el malestar que implica la vida en sociedad. 

"Malestar, que, hay que destacarlo, es ineludible", resalta Luisa Damm de Mazzamuto, profesora de la cátedra de Estrategias de Prevención Psicológica I. 

Con otras palabras expresa lo mismo la OMS: "La salud mental es un estado de bienestar en el que la persona realiza sus capacidades y es capaz de hacer frente al estrés normal de la vida...". 

Si hay "estrés normal", entonces, la salud completa y constante es inalcanzable. "Hay que comprender que la salud es un ideal; se busca, se anhela, se construye, pero nunca se logra del todo... Y es precisamente en el ámbito de los ideales donde se juegan los 'nuevos padecimientos'", añade Mazzamuto, que además está a cargo de los consultorios externos de la Facultad de Psicología. "La cuestión tiene que ver con la desaparición del adulto como portador de la ley. Tanto en las consultas como en los proyectos de investigación encontramos que los procesos de identificación se han invertido; el modelo es el adolescente, y con él se identifica el adulto", explica. 

Sociedad enferma 
"Intentos de suicidio, desórdenes alimentarios, insomnio, pánico, adicciones, bullying y violencia de todo tipo... estas y muchas otras patologías estamos viendo en los adolescentes", informa Alicia Asfora, jefa del Servicio Infantojuvenil del Hospital del Carmen. "¿Qué tienen de novedoso? -se pregunta-. Nada, excepto que todos forman un megacuadro social llamado normosis".

El concepto, de Pierre Weil, se refiere a comportamientos individuales y colectivos considerados "normales", pero que generan sufrimiento, y hasta la muerte. Nos encontramos entonces con una sociedad enferma. 

"La sensación de gran desorden, de desborde, de sobrecarga laboral; el aumento de consultas sociales quiere imponerse como un estado 'normal' -explica Asfora-. Y ya no basta un abordaje individual. La normosis nos incluye y no siempre nos damos cuenta". 

Caída de la ley 
En esta "normalización" actual de lo patológico puede estar la clave: "a pesar de lo que dicen, los adultos no distinguen entre autoridad y autoritarismo; control y orden se han transformado en 'malas palabras' -retoma Mazzamuto su reflexión-. Tradicionalmente los adultos han transmitido el saber, pero este ha caído como valor. El cuerpo joven del adolescente se ha transformado en el ideal y sostiene la ilusión de que el envejecimiento no llegará. Estos adultos-adolescentes no están sosteniendo las reglas que permitan la convivencia. Y entonces los jóvenes hacen síntomas en toda la sociedad. No tienen herramientas para enfrentar el inevitable padecimiento de la vida social, porque la única manera de sostener esta es renunciando a hacer 'lo que se me da la gana'. Y si la ley no funciona se genera un padecimiento mucho mayor. Si los chicos son violentos, con ellos o consigo mismos, es porque están pidiendo los límites que los adultos no somos capaces de ponerles... porque nos podemos ponérnoslos a nosotros mismos". 

¿Se puede prevenir? 
"Sí, pero es una responsabilidad social. Y si la salud pertenece a la esfera de los ideales, la prevención debe venir por allí" -señala Mazzamuto-. Freud explicaba que para disminuir el padecimiento hay que achicar la brecha entre la realidad y el ideal. Si el ideal es la juventud eterna, la salud es imposible: es necesario hacerla caer como valor. Y es responsabilidad de adultos ofrecer a los jóvenes ideales no perniciosos. Eso significa, claro, empezar por modificar los nuestros..."


Derechos y riesgos de quienes sufren trastornos de ánimo 

Todos hemos estado cerca de alguien a quien alguna vez el cuerpo le dijo "basta". No había virus ni bacterias; ni fracturas ni lesiones. Simplemente, el sujeto no pudo más. "Hay veces que los trastornos del ánimo son persistentes y pueden generar discapacidad -advirtió el abogado Juan Manuel Posse, especialista en el tema-. En ese caso, las obras sociales están obligadas a costear el 100 % de los tratamientos". Para ello, y según la ley 24.901, el paciente deberá tramitar su certificado de discapacidad. Por su parte, la ley 26.657 establece que el Estado debe garantizar el acceso gratuito y de calidad a las distintas prestaciones, a un tratamiento humanizado, a recibir el acompañamiento de su grupo familiar, a promover su integración laboral y comunitaria, a no ser discriminado por su condición y a poder tomar decisiones respecto del tratamiento dentro de sus posibilidades. Asimismo, explicó Posse, la internación es un recurso terapéutico restrictivo, y se requiere constante supervisión de la Justicia cuando no sea voluntaria.

"Los medicamentos nunca deberán suministrarse como castigo, por conveniencia de terceros, o para suplir el acompañamiento terapéutico o cuidados especiales -añadió el abogado-. Sucede que muchas veces se suministran para evitarse brindar cuidados y se pierde el verdadero foco de atención: investigar las causas que generan o inciden en los trastornos, lo que lleva mayores tiempos y esfuerzos.

Cuidado con los rótulos
"Es importante que las obras sociales garanticen el tratamiento, pero hay que ser cuidadosos con el rótulo de 'discapacitado'. Se corre el riesgo de que el sujeto, cuyo padecimiento se vincula con el malestar que le causa su 'estar en el mundo', encuentre en la discapacidad un lugar donde parapetarse, y se pierda el trabajo terapéutico del que cada sujeto debe hacerse cargo", advirtió la psicoanalista Gabriela Abad.

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Nos está faltando la receta para hacer digerible la angustia

Gabriela Abad - psicoanalista

¿Hay nuevos nombres para designar viejos padecimientos? La pregunta insiste en los ámbitos de la salud mental, y la respuesta no es simple, porque es imposible pensar al hombre fuera de un marco histórico, social, político e ideológico. Como bien planteó Freud, la vida en sociedad nos acarrea un malestar ineludible, ese sufrimiento toma distintos ribetes y da como resultado las marcas de la época. Si buscamos qué une las patologías "actuales", como pánico, cortes en el cuerpo, enfermedades psicosomáticas, trastornos de la alimentación, bullying, para nombrar algunas, como analista puedo afirmar que las reúne una imposibilidad del sujeto contemporáneo para hablar de lo que le hace sufrir. El padecimiento se presenta mudo, y toma el cuerpo para expresarse. Los cuerpos sufren en el silencio que los tiempos de la comunicación imponen. Es una violencia que atraviesa el vínculo social. Y no siempre se muestra con golpes o estallido; también toma la forma de ignorar al otro, de no hacerle lugar, de no ofrecer un tiempo para dialogar… es más fácil existir en una pantalla que soportar la presencia del otro. Construir legalidades lleva tiempo, dedicación, cabeza, ingredientes escasos en la actualidad. Cada época busca cómo cocinar sus angustias para digerirlas mejor; en la nuestra estamos apelando con demasiada frecuencia a los fármacos, a las sustancias y a las recetas mágicas y breves, lo que da como resultado sujetos robotizados, bombas de tiempo a punto de estallar...

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