No tomarán su nombre en vano
Lo del martes pasado no fue un hecho sin precedentes. En 2004, durante el primer 9 de Julio con José Alperovich como gobernador, Néstor Kirchner debió quedarse en el Salón Blanco, espiando desde una ventana esa calle, ubicada justo entre la estatua de la Libertad y la Casa de Gobierno, donde no había fiesta sino golpes y corridas entre los que habían sido llevados para aplaudirlo.

Lo de esta semana no fue un acontecimiento imprevisible. En 2005, más que de una celebración patria se trató de un festejo santo: a los actos de ese 9 de Julio los realizaron, a puertas cerradas, en el estadio de San Martín. Kirchner, pese al encierro, lanzó una advertencia señera: el país necesitaba "solidaridad y unidad nacional con justicia y con memoria" para mirarse "sin hipocresía".

Lo de hace 96 horas no fue un suceso inédito que ensombreció los preparativos. El 9 de Julio de 2008, el primero con Cristina Fernández como Presidenta, fue signado por un hecho luctuoso. El taficeño Juan Valdez perdió la vida cuando una tribuna del hipódromo se desplomó sobre él. Una treintena de tucumanos sufrió heridas durante esa jornada de dudosos festejos.

Entonces, lo del último feriado no es fortuito. Alberto Lebbos fue reprimido violentamente, con golpes de cachiporra y gas pimienta, cuando intentaba llegar al más público de los lugares de esta provincia: la plaza principal de la capital, llamada, justamente, Independencia. Lo trató como a delincuente la Policía incapaz de reprimir la delincuencia. Su delito: intentar ejercer ese derecho aparentemente subversivo, denominado "peticionar a las autoridades". Iba a pedir verdad y justicia para que se esclarezca el asesinato de su hija, Paulina. O sea, iba al mismo lugar al que acude todos los martes de su vida, desde 2006, junto con padres y madres que integran la Comisión de Familiares de Víctimas de la Impunidad. La misma a la que Néstor Kirchner recibió con los brazos abiertos el 9 de Julio de 2006, apenas puso un pie en Tucumán, en la Sala VIP del aeropuerto Benjamín Matienzo. Lo acompañaba su esposa y sucesora en el cargo, Cristina Fernández.

Lo de hace cuatro días tampoco es una tendencia. Es, cabalmente, una certeza estadística. No pueden salir bien las celebraciones del Día de la Independencia de los gobiernos provinciales que nunca han practicado "el grande, augusto y sagrado objeto de la independencia". Que jamás la han reclamado a los gobiernos nacionales. Que mucho menos la han ofrecido a las administraciones municipales y comunales. Que han renegado de la independencia económica. Que han abjurado de la soberanía política. Que han confundido justicia social con clientelismo. Y que, por extensión, responden con garrotes al que clama justicia legítima. Porque a dos siglos de la gesta del Congreso de Tucumán, las cadenas por romper ya no son las de la corona de Fernando VII. Ahora la impunidad es lo que engrilla las libertades. Y frustra las vidas. Y empaña el homenaje a los padres de la patria.

En 1816, según dan cuenta las actas históricas, "los representantes" de las provincias unidas que querían la emancipación de toda monarquía, "consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos, la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, pueblos representados y posteridad". Entonces les preguntaron si querían independencia y libertad. "Aclamaron primeramente llenos de santo ardor de la justicia". Jamás fue tan largo el olvido.

Cara y descaro

La celebración del Día de la Independencia sale mal porque es el precio que el alperovichismo decide pagar a cambio de que los actos oficiales salgan bien. Pegarle a Lebbos (al que este Gobierno ya castiga cada mañana en la cual el crimen de su hija sigue sin castigo) es una cara de la moneda: la que se encarga de ocultar a palos que muchas cosas están muy mal en Tucumán.

La otra cara es la que desembolsa varios "palos" para pretender que todo está muy bien. Porque sería necio negar que muchos tucumanos fueron espontáneamente a escuchar el discurso de la jefa de Estado. Pero sería mucho más ridículo negar que fueron muchos más los comprovincianos que fueron llevados al parque 9 de Julio para maquillar de multitudinaria la ocasión. Para que haya fervor, aunque rentado. Para que haya ovación, aunque exigida. Para que haya júbilo hervido con trapo y lentejuela.

Muchos de estos "invitados", debidamente llevados y traídos, recibieron dinero a cambio de su participación. Al respecto, hay unas cuantas versiones. Unas sostienen que el alperovichismo asistió a los caciques territoriales más incondicionales con recursos para incentivar la adhesión popular a la fecha patria. Otros (los que dicen no haber recibido ayuda alguna de la Casa de Gobierno), sostienen que, en realidad, la gobernación los mandó a movilizar como pudieran. Los que tienen "trabajo en las bases" llevaron a su gente sin más gastos que los de transporte y comida. Pero los que aparecen sólo cuando hay elecciones sí debieron pagar un "extra" de su propio bolsillo para llenar colectivos y no quedar mal con el Ejecutivo. Sea cual fuere la procedencia, lo cierto es que recibió "viáticos" un número no precisado (pero enorme) de los 40.000 asistentes a los festejos. Un "Sarmiento" para unos. Un "Roca" (o un "Evita") para otros.

Y por esas cosas del inconsciente colectivo alperovichista, una vez más, el acto principal para el que fue "convocada" toda esa multitud de tucumanos fue organizado dentro de un hipódromo. Si los lapsus de la culpa política pudiesen blanquearse con Cedin, habría tantos dólares en las reservas que un peso argentino costaría, en el mercado paralelo, alrededor de ocho dólares.

Perversa compensación

A cambio de que pudiera lucirse la "aparateada" en las instalaciones ecuestres, por supuesto, también debió salir deslucida la ceremonia en la Casa Histórica. El escenario fundacional de la Argentina, el recinto de la Independencia de este pueblo que se irradió a lo que luego serían las naciones vecinas, no mereció, siquiera, 10 minutos de las autoridades. Alberto Calliera sintetizó desde el humor el mensaje contemporáneo para la posteridad. En la viñeta, un tribunal escolar le pregunta a un alumno dónde se declaró la Independencia. "En el hipódromo", es la respuesta.

Es que la historia que se respira en la sala de la Jura es, por estos días, insoportable. Hace casi dos siglos, invocando "la autoridad de los pueblos", se reunieron allí "los representantes de las Provincias Unidas de Sud América". Y establecieron que esos Estados "quedan en consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia". Este martes, lograron soportar la mirada de esos próceres apenas durante ocho minutos y se fueron donde se corren las carreras equinas. La memoria de los caballos de los patriotas debe ser varias veces más indulgente que el legado de sus jinetes.

La intimación

Tarde o temprano iba a ocurrir. Probablemente se sorprendieron no porque lo ignoraran, sino porque se habían olvidado de ello. El descuido, de alguna manera, es comprensible: en un principio fue una advertencia casi sacramental, pero después se convirtió en una fórmula vacía. En una invocación hueca. En un decir. Por ende, en los últimos tiempos pasó a ser un "da lo mismo". De allí que todos, despreocupadamente, juren desempeñar debida y fielmente, con lealtad y patriotismo, el cargo público en el que asumen, para obrar en todo de conformidad con lo que prescriben la Constitución de la Provincia, la Carta Magna nacional y las leyes.

No importa que no piensen respetar la obligatoridad de las licitaciones públicas. Ni que no estén dispuestos a instrumentar el voto electrónico. Ni a hacer realidad la autonomía de los gobiernos locales (o municipalidades). Ni mucho menos a dictar un régimen electoral como es debido. Aunque no esté en los planes cumplir con estos mandatos de la Ley Fundamental (destinados a dar transparencia, libertad e independencia a la voluntad del pueblo y a la administración de su patrimonio), juran alegremente, y con aplausos, que harán todo cuanto fijen las normas. Total, hay una única amenaza legal contra el incumplimiento: "si así no lo hiciera, Dios y la Patria os lo demanden".

Ese día llegó. De momento no hay noticias de que Dios vaya a hacer uso de esa cláusula. Pero casi pareciera que la Patria acaba de enviar una notificación. El Día de la Independencia, mientras el alperovichismo quería que todos los ojos estuvieran puestos en el millonario mitín político del parque 9 de Julio, todo el país miraba, en las proximidades del patio trasero de la Casa Histórica, cómo Lebbos lloraba por los golpes y los gases de la Policía. Y, sobre todo, por la memoria de su hija impunemente asesinada.

Y como aquí, siempre, todo puede ser peor, el gobernador declaró al día siguiente que no estaba enterado de la violencia policial contra Lebbos. Es decir, que no sabía lo que todos sabían. O sea, que no se había dado cuenta de que en el Día de la Independencia, a metros de la plaza Independencia, le pegaban a quien pedía Justicia independiente.

El papelón casi pareciera una intimación de la conciencia histórica. Casi una demanda de la patria: no se tomará su nombre en vano. Ni tampoco su día.

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