Cartografías del Cronopio

Cartografías del Cronopio

Como si se tratara de Rayuela, Buenos Aires puede ser leída de manera azarosa. Perderse de modo voluntario entre sus innumerables calles es la consigna para quien desee advertir en ella el rastro de su narrativa. Esta ciudad es un hojaldre de distintas estéticas temporales y recorrerla literariamente resulta una delicia.

02 Junio 2013

Por Marsolaire Quintana - Para LA GACETA - Buenos Aires

Julio Cortázar sigue siendo un referente de la literatura argentina contemporánea. Aunque él mismo contribuyó en la formación de su imagen mítica, algunos de sus admiradores -similares a los personajes del Club de la Serpiente- han incentivado una especie de culto que los moviliza a emprender un viaje a su obra a través de las ciudades en donde vivió.

Su estampa ha estado muy vinculada a la vida parisina y por esta razón el turista literario suele desestimar al Cortázar porteño. Sin embargo, hay razones para pensar en la capital argentina como el sitio en donde el escritor entra por primera vez hacia lo fantástico y se inserta en un mundo de galerías, pasajes, cruces entre esquinas y avenidas monumentales.

Abriendo Buenos Aires al azar, uno puede situarse en medio de la Plaza Miserere, en Balvanera. Se le conoce también como Plaza Once por estar frente a la estación homónima del Ferrocarril Sarmiento. Sitio de encuentro y de comercio desde inicios del siglo XIX, confluyen allí las avenidas Pueyrredón y Rivadavia. La plaza tiene en su centro el mausoleo de Bernardino Rivadavia, obra del escultor Rodrigo Yrurtia, representando la única tumba de un prócer argentino en un contexto similar.

Se siente el eco del antiguo café en el que Delia Mañara, la inquietante envenenadora de novios de "Circe" (Bestiario), toma helado por las tardes veraniegas. Posiblemente se trate de "La Perla", en donde jóvenes escritores como Jorge Luis Borges, en la década de 1920, se reúnen para escuchar hablar a Macedonio Fernández. En "La escuela de noche" (Deshoras), Cortázar ubica a Nito y a Toto tomando "un cinzano con bitter", en los años de 1930, mientras planifican una incursión nocturna al recinto en el que estudian.

De hecho, a pocas cuadras de Plaza Miserere se encuentra la Escuela Normal Mariano Acosta, sobre la calle General Urquiza 277. Aquí Cortázar se gradúa como profesor normal en Letras en 1935. El gran edificio data de 1889 y está rodeado en la actualidad por numerosas pensiones familiares. En esta obra del arquitecto italiano Francesco Tamburini, artífice de la Casa Rosada y del Teatro Colón, pueden verse las altísimas rejas por donde Toto huye despavorido de su aventura juvenil.

Otra vez puede abrirse al azar el inmenso libro urbano y encontrarse, a tan sólo diez cuadras, con el barrio de Almagro. En la intersección de las avenidas Medrano y Castro Barros, interrumpida abruptamente por la avenida Rivadavia, se abre un abanico de confiterías y cocheras. Para Mario, el otro protagonista de "Circe", este cruce era el puente que posibilitaba una vida singular. Es fácil imaginarlo tomar la merienda en el "Café Las Violetas", fundado en 1884. Provisto de hermosos vitraux y un techo de doble altura ricamente decorado provee a sus comensales de una de las meriendas más alucinantes acompañada de una copa de champagne.

Al salir de allí y caminando hacia Almagro, es posible toparse en la estación Loria del Subte A con Claudia y Medrano, protagonistas de Los Premios, la primera novela del escritor y antecedente preclaro de Rayuela. Para Medrano el viaje de diez minutos que la separan de la estación Perú lo ayudan a refrescarse, mientras hojea con avidez el diario Crítica.

Antes, sin embargo, el navegante literario puede desembarcar para visitar el Monumento de los Dos Congresos. Esta obra del arquitecto paisajista Carlos Thays fue aprobada para conmemorar el Centenario de la Independencia argentina en 1910. El espectáculo visual que produce el conjunto, integrado por las tres plazas -del Congreso, Lorea, y Mariano Moreno- refleja el proyecto urbano pensado para la capital del país que, por aquellos años, parecía invencible.

Como un buque encallado en Callao con Rivadavia, restalla contra el cielo la silueta de la torre emblemática de la Confitería El Molino, obra del arquitecto Francisco Gianotti. En un banco situado frente a éste Oliveira, de Rayuela, rumia sus alucinaciones con la Maga. Se levanta y camina sin rumbo hasta la avenida Corrientes al 1.300, frente a la pizzería Los Inmortales o tal vez Güerrín, luego continúa ensimismado y Cortázar lo incita a cruzar hacia Libertad.

Apenas se dobla hacia esta calle de angostas veredas aparecen los avisos de joyerías que venden y compran oro. La libertad dorada culmina al llegar al cero en la nomenclatura y luego Salta, como en la rayuela, hacia avenida de Mayo. En esta intersección puede hallarse al hombre sin cabeza de "Acefalía" (Historia de cronopios y de famas) buscando recuperar alguno de los sentidos perdidos, allí donde "proliferan las frituras originadas en los restaurantes españoles". Es factible que el propio escritor haya devorado la ensalada de pulpo y gambas o la paella del Restaurante Hispano, abierto desde 1957.

Ya sobre avenida de Mayo se abre la estación Lima del subte. En uno de los coches La Brugeoise, descontinuados hace dos meses, viaja Carlos López, el alter ego de Cortázar en Los Premios. Al bajarse, entra al bar London City para conversar con el doctor Restelli mientras bebe una Quilmes Cristal. Cuando salga de ahí cualquier lector podría imaginarse un extraño cruce entre él y el hermano de Irene, de "Casa Tomada" (Bestiario), que en la ventana de su casa de Rodríguez Peña decidió recorrer las librerías cercanas por si hay alguna novedad en literatura francesa.

Si se le ocurriera lo mismo que al protagonista de "El otro cielo" (Todos los fuegos el fuego) pudiera buscar esos libros en algún escaparate de la parisina Galerie Vivienne, a la que se entraba en la ficción por alguno de los dos accesos del Pasaje Güemes. Diseñado también por Gianotti, su techo está coronado por una cúpula redonda vidriada y cuenta, entre otros muchos detalles, con pilastras de mármol Boticcino en su corredor. La rica ornamentación crea, en efecto, la sensación de ser esa "cueva del tesoro" en la que convive una simultaneidad de tiempos.

Tal vez la belleza de este viaducto, hacia otras realidades, induzca al turista literario a querer atravesarlo. Por tal motivo Cortázar solía señalar que los pasajes eran su patria. Y esto tan sólo puede entenderse si se camina por Agronomía, como Clara en "Ómnibus" (Bestiario), saboreando el sol "roto por islas de sombra" que producen los árboles enfilados, entre Tinogasta y Zamudio, como columnas vegetales. En el departamento 3°-7 de Artigas 3246, barrio de Rawson, residió entre 1934 y 1951 con su madre y su hermana Ofelia, tras su infancia en Banfield.

Al visitar el barrio que contextualizó su juventud se comprende lo fantástico en su narrativa. Las manzanas están atravesadas por el capricho de calles que dibujan, precisamente, una especie de rayuela. Así estos pasadizos, labrados también por jardines sinuosos, contienen salidas inesperadas y retornos sorpresivos. El conjunto formado por el edificio, la plazoleta situada en frente y la serie de casas contiguas, aluden de manera directa a la periferia parisina. Puede afirmarse, entonces, que la París de Cortázar expresada en el distrito en donde escogió vivir hasta su muerte es, en verdad, la recreación del pequeño oasis de Agronomía.

Para el lector cortazariano la ruta porteña de su narrativa implica, ciertamente, una vuelta al día en 80 mundos, en donde se recorren otras Geografías. También puede significar navegar hasta La otra orilla o cruzar Las puertas del cielo. Por eso se viaja, por la solitaria necesidad del tránsito hacia otros registros. También por el sentimiento de no estar del todo en un mismo sitio, tal como lo planteó en toda su obra y en su propia existencia el Cronopio Mayor.

© LA GACETA Marsolaire Quintana - Periodista venezolana. Licenciada en Letras.

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