La culpa la tiene Iúdica
Casi que pedía perdón. "Mirá, la verdad es que a mí no me pasó nada muy feo. Simplemente canto porque es lo que sé hacer ¿Igual se puede hacer la entrevista?". Era una cantante local atormentada por el (otro) mensaje que dan algunos realities o programas de televisión: que para tener acceso a los medios y al público es necesario contar primero una historia que conmueva, que haga llorar. Peor incluso: que suscite lástima. Como si el mero talento no fuera suficiente, como si antes de Mariano Iúdica -por nombrar un emblema de este tipo de ciclos- no hayan sido capaz de emocionar, tanto como una anécdota dolorosa, una buena voz, el solo de un violín, la potencia de una letra sentida.

Es cierto que conocer la historia detrás de un virtuoso sirve muchas veces para dimensionar los obstáculos que debió superar hasta sacar su talento finalmente a la luz. Es cierto también que nunca está de más difundir el mensaje de que se puede: se puede sobreponerse al dolor, a las carencias, a las enfermedades, a los tropiezos involuntarios. Se puede -se debe-, sobre todo, perseguir un sueño, luchar por él hasta las últimas consecuencias.

Pero la regla del testimonio tortuoso no aplica a todos por igual. Obliga a los artistas a resaltar un costado de su vida que probablemente nunca habían pensado exhibir. Algunos, la gran mayoría, han hecho los esfuerzos comunes a todos aquellos que se erigen a pulmón: improvisar escenarios, pelear presupuestos, rogar difusión, aprender los secretos de la autoproducción, mantener la pasión del canto o la actuación con otros trabajos no tan deseables... Eso pueden contarlo todos, aunque a los ojos de un reality no parezca tan jugoso. No les exijamos nosotros también que la miseria entre al escenario antes que sus dones.

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