Por Guillermo Monti
29 Abril 2013
GUARDIA BAJA. Fue una constante de "Maravilla". Murray lo aprovechó.
El boxeo, cuando de poner puntajes se trata, es un deporte de apreciación. De miradas cargadas de subjetividad. Hablamos, claro, dando por sentado que hay buena fe de por medio. Pero esas miradas no pueden distraerse frente a lo incontrastable de los hechos. Una caída es uno de esos hechos. Que un boxeador le pegue más y mejor al otro también es un hecho. Por todo eso, una tarjeta con tres puntos de ventaja a favor de "Maravilla" Martínez es tan difícil de entender. Por todo eso quedó la sensación de que a Martin Murray lo despojaron del triunfo en la lluviosa noche de Vélez. Que lo robaron, digamos, para escribir sin esos eufemismos que tanto molestan a los lectores.
Veamos. Hay cuatro rounds que fueron claramente de Murray: del séptimo al décimo. Incluimos la caída de Martínez en el octavo. Hay entonces cinco puntos de margen para el inglés. ¿Puede discutirse el sexto? Para este cronista lo ganó el inglés, al igual que el undécimo, cuando "Maravilla" se aupó al rugido del Amalfitani y fue al frente. Pero lo suyo fue aparatoso y nada efectivo. Las mejores manos las calzó el retador. El último asalto fue para el desesperado corazón de Martínez.
Ahora bien. Del primero al quinto round se vio un combate parejo. Murray cerrado en defensa, tranquilo, dejando hacer al campeón. Pasó poco y nada. Los golpes que llegaron a destino fueron poquísimos.
La única explicación para justificar el resultado es que los tres jurados (el venezolano Nicolás Hidalgo, el filipino Rey Danseco y el mexicano Alejandro Rochia) fueron extremadamente generosos con Martínez en rounds en los que había sido superado.
¿Fue un fallo localista? Por supuesto. ¿Resultó funcional al negocio? Obvio. ¿Es común en el universo del boxeo? Cada vez más. ¿Hay que aceptarlo con el argumento de que al campeón hay que noquearlo para arrebatarle la corona? De ninguna manera.
Murray hizo la pelea que le convenía ante un boxeador extraordinario, que estaba lejos de su mejor forma. Un punto a favor o en contra, un empate, habrían encendido la discusión. Los tres puntos de diferencia fueron un despropósito. Sin vueltas.
Veamos. Hay cuatro rounds que fueron claramente de Murray: del séptimo al décimo. Incluimos la caída de Martínez en el octavo. Hay entonces cinco puntos de margen para el inglés. ¿Puede discutirse el sexto? Para este cronista lo ganó el inglés, al igual que el undécimo, cuando "Maravilla" se aupó al rugido del Amalfitani y fue al frente. Pero lo suyo fue aparatoso y nada efectivo. Las mejores manos las calzó el retador. El último asalto fue para el desesperado corazón de Martínez.
Ahora bien. Del primero al quinto round se vio un combate parejo. Murray cerrado en defensa, tranquilo, dejando hacer al campeón. Pasó poco y nada. Los golpes que llegaron a destino fueron poquísimos.
La única explicación para justificar el resultado es que los tres jurados (el venezolano Nicolás Hidalgo, el filipino Rey Danseco y el mexicano Alejandro Rochia) fueron extremadamente generosos con Martínez en rounds en los que había sido superado.
¿Fue un fallo localista? Por supuesto. ¿Resultó funcional al negocio? Obvio. ¿Es común en el universo del boxeo? Cada vez más. ¿Hay que aceptarlo con el argumento de que al campeón hay que noquearlo para arrebatarle la corona? De ninguna manera.
Murray hizo la pelea que le convenía ante un boxeador extraordinario, que estaba lejos de su mejor forma. Un punto a favor o en contra, un empate, habrían encendido la discusión. Los tres puntos de diferencia fueron un despropósito. Sin vueltas.