Cómo abortar un Guillermo Enrique Puertas

Cómo abortar un Guillermo Enrique Puertas

El uso de las instituciones educativas como guardería se ha expandido hasta incluir a estudiantes mayores. Entre el 80 y el 90 % de los estudiantes universitarios argentinos nunca completa sus estudios. ¿Qué nos estamos perdiendo como sociedad?

10 Marzo 2013

A sus cinco años, Guillermo atendía al jardín de infantes. Desde los cuatro leía letreros simples y escribía frases cortas pero suficientemente eficaces como para instruir a seres sobrenaturales encargados de la distribución de regalos. Aunque el jardín de infantes considera que los niños menores de seis años deberían ser mentalmente deficientes para tales desafíos, Guillermito había aprendido a leer con ayuda de la televisión, sus padres, y los juegos de internet. Por ello, pensaba que el término "escuela" se refería más bien a lo que conocemos como una "guardería", un espacio más orientado al confortable entretenimiento que a los desafíos; para que los niños sociabilicen con sus pares y liberen a sus padres durante unas horas. Un día descubrió algo fabuloso: la escuela tenía una biblioteca. Al terminar el horario regular, Guillermo corría a la biblioteca que siempre estaba vacía de estudiantes, y poblada de libros hermosos y menos gastados que los de casa. Anoticiados de la maravilla, varios compañeritos comenzaron a acompañarlo. Pero eso fue demasiado. La directora del Jardín, viendo que la biblioteca perdía su habitual orden, reprendió a la bibliotecaria recordándole que los libros sólo eran para estudiantes mayores, a los menores la escuela aún no les habían enseñado a leer.

El uso de las instituciones educativas como guardería se ha expandido hasta incluir a estudiantes mayores. Entre el 80 y el 90 % de los estudiantes universitarios argentinos nunca completa sus estudios; para muchos de ellos, su principal actividad consiste en "asistir" a la universidad.

Escuché a un rector expresar que esto no era un problema grave pues "una función primordial de la universidad es la contención social". Traducción: la universidad debe mantener jóvenes (y no tan jóvenes) en la ficción de que hacen algo, gastando el dinero de padres y Estado, y el tiempo de docentes y buenos estudiantes. Así se evita que su inactividad quede en evidencia y se vuelva intolerable, lo que desataría conductas antisociales. Se disminuye así los índices de desempleo; quizás por eso los gobiernos también fomentan la universidad-guardería: discutiendo la formulación de un plan de estudios, propuse mecanismos para promover un mayor número de graduados seleccionando estudiantes desde temprano. Mi propuesta fue desechada pues disminuiría el presupuesto asignado a la facultad, que no depende del número de egresados sino del de inscriptos.

Incendio intelectual
Pero regresemos a Guille y sus amigos: la directora no les prohíbe usar la biblioteca por considerarlos incapacitados para la lectura. Conocedora de la psicología infantil, sabe que de ser así los niños, especialmente vulnerables al aburrimiento, no tendrían interés en la biblioteca. Considera, eso sí, que no deberían tener esa capacidad. ¿Por qué?, -"porque los psicólogos ya han determinado que antes de los seis años los niños no están preparados para la lecto-escritura"… "si un niño se 'adelanta' se corre el riesgo de que se 'queme' intelectualmente". Esos son argumentos que expresan educadores profesionales. Así como el uso de las guarderías educativas se extiende hasta pasados los 30 añitos, el de la máquina de impedir alcanza niveles académicos más altos.

La ciencia del mundo se escribe en inglés. Quienes optaron por producir ciencia relevante se han adaptado a esta realidad a veces incómoda. Las tesis doctorales de Japón, Corea, Alemania, Holanda, los países escandinavos, Israel, Francia y otros, se escriben en inglés, lo que facilita la publicación de sus investigaciones y permite a estos países mantenerse competitivos. Propuse a una comisión de posgrado de la Universidad Nacional de Tucumán que se aceptaran tesis en inglés si el candidato puede y quiere hacerlo (hablamos de los mejores egresados universitarios, con cinco años de avanzados estudios posgraduados). Imposible. Puede que haya otras motivaciones en esta decisión: es improbable que en las comisiones esté del todo ausente el humano temor a ser superado por gente más joven; el odio a lo anglosajón ocupa el primer lugar entre las formas de racismo y xenofobia que corroen a nuestros intelectuales. Pero el argumento expresado sin incomodarse por la comisión no difiere del de la directora del jardín: "Los estudiantes no podrán escribir con fluidez". ¿Y si pueden?, se prohíbe por las dudas.

Hay noticias preocupantes sobre la educación argentina. PISA, una organización dedicada a la evaluación educativa, indica que los estudiantes secundarios argentinos están peor preparados en matemática y lengua que hace diez años; la mitad de los egresados del secundario no entiende lo que lee. En términos relativos, hay indicios aún menos alentadores: hace 40 años la Universidad de Buenos Aires era la más prestigiosa de Latinoamérica; dos de sus investigadores, Houssay y Leloir, recibían premios Nobel en ciencia, récord nunca igualado en el continente. Hoy no figuran universidades argentinas entre las diez mejores de la región, según el ranking elaborado por QS World University.

"Estos índices son incompletos y soslayan el hecho de que invertimos en educación el triple que hace diez años", señaló un ministro de educación. No es sorprendente que un jerarca sienta satisfacción por gastar el triple para producir resultados similares o peores: lo importante es cuanta plata entra y en el negocio de la educación esto depende poco de la calidad del producto. Explicaciones de estas tendencias decadentes incluyen el provincialismo intelectual, el gremialismo como principio de gobierno, la corrupción asociada a la "democracia" universitaria, la falta de profesionalismo en la dirigencia, la institucionalización de la mentira ("el relato"), el oscurantismo informativo (existen normativas que prohíben publicar el desempeño de las escuelas), el monopolio estatal universitario. Agregaré aquí una nueva hipótesis: parte del problema está en la concepción de que los estudiantes no deberían saber más de lo que les corresponde. Los ejemplos que mencioné muestran que el mecanismo opera a distintos niveles educativos, los que siguen tratan de ilustrar sus efectos.

El fracaso de Langan
El coeficiente intelectual (IQ) es un índice generalmente aceptable de la capacidad intelectual de las personas. Los "genios" tienen un IQ mayor de 130; Albert Einstein, por ejemplo, llegaba a 150. El IQ de Chris Langan es 195. Hablaba a los seis meses de edad. Antes de cumplir cuatro años, Langan descubrió un programa de radio donde leían una revista de historietas que compraban en su casa. Comparando imágenes con sonidos, se auto-enseñó a leer. De pre-adolescente, había leído (y entendido) el Principia Mathematica de Wittgenstein y Russell. No se hizo famoso como matemático, sino por ganar en un programa de preguntas y respuestas de la televisión; a partir del cual sus descomunales dotes intelectuales fueron estudiadas para tratar de entender… su "fracaso". La historia de una persona es asunto complejo. Tal vez Langan, simplemente no ambicionaba dedicarse al trabajo intelectual y puede argumentarse que quizás no se haya perdido gran cosa. Nadie discute que la humanidad se perdió un genio. Quienes estudiaron el asunto destacan una anécdota central para descarrilar la carrera de Langan como matemático. Cuando tomaba clases de cálculo al empezar su universidad, no le gustaba la forma de enseñar de su profesor. Fue a hablar con él para tratar de descifrar porqué y recibió esta sintética respuesta: "debes tener en claro que hay gente que sencillamente no tiene capacidad de entender la matemática".

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El éxito de Bill

La contracara de la historia la muestra un contemporáneo de Langan con menos IQ. Sus padres lo enviaron a uno de los primeros colegios que tenía una sala de computadora, Lakeside school, en Seattle. A estos chicos nadie les prohibió dedicarse a la programación por no estar preparados para ello (en los 60 nadie lo estaba). Distintas instituciones con las que tuvo contacto en años subsiguientes le permitieron estar frente a una computadora día y noche; cuando abandonó la universidad de Harvard para fundar su empresa, había pasado más de 10.000 horas programando.

En esa trayectoria también se destaca una anécdota. En 1968 Lakeside school se quedó sin presupuesto para mantener la costosa sala de computación. Se formó un "club de madres" para recaudar fondos; y lo hicieron: las computadoras nunca pararon. Entre los activos miembros del club estaba Mary Maxwell Gates. No sospechaba que su hijo iba a ser el hombre más rico del mundo y uno de los más influyentes de su tiempo (para mejor). Pensaba, imagino, que no había cosas que el joven William Henry, "Bill", no debía saber.

© LA GACETA Ricardo Grau - Profesor de Ecología de la UNT e investigador del CONICET.

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