Un libro para el verano: El Marino que perdió la gracia del mar

13 Enero 2013

Su autor es Yukio Mishima, el célebre escritor japonés. No sólo la producción de Mishima es apasionante, sino que su vida es digna de una novela. El 25 de noviembre de 1970, el escritor nominado tres veces al premio Nobel de Literatura, junto a su secretario y amante, realizan el seppuku, el suicidio ritual de los samuráis, interrumpiendo una existencia donde la creatividad, el erotismo y la muerte estuvieron presentes todo el tiempo. 

En esta breve novela escrita en 1963, el autor nos propone, en su inconfundible prosa, la trama dramática de los adolescentes en su lucha por independizarse del mundo adulto, allí cuando el segundo despertar sexual se ha presentado como un rayo invadiendo su cuerpo y sus sueños.

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A través de Noboru, el joven protagonista, Mishima ofrece un relato que transmite la pesada atmósfera familiar de encierro incestuoso del adolescente, quien vive junto a su madre viuda. El muchacho descubre en la pared de su cuarto, donde es encerrado todas las noches, un pequeño agujero por donde espía la alcoba de su madre y vive la explosión de la sexualidad a partir de la desnudez materna. Pero también ese agujero le permite mirar el mar a través de la ventana descubriendo el horizonte más allá de la casa familiar. Asimismo el autor nos muestra el intento desesperado del joven por liberarse de los adultos a través de su inserción en una banda de adolescentes rebeldes cuyos códigos de conducta los llevan a la violencia como modo fallido de autoafirmación. Así el clan prepara un plan siniestro que desembocará en un desenlace trágico

Como metáfora de la pérdida de los ideales producida en Japón tras la derrota de la Segunda Guerra Mundial y la adopción de la forma de vida americana, el autor introduce a un declinante marino, de quien la madre de Noboru se enamora hasta que deciden casarse. El marino renuncia a la gloria de sus sueños juveniles perdiendo la gracia del mar a cambio del confort del casamiento y de la vida en tierra. Con habilidad narrativa, Mishima nos conduce con crudeza por las constelaciones psíquicas de los personajes para mostrarnos cómo la pérdida del lugar por parte del adulto impide a los jóvenes la salida para la conquista de nuevos mundos.

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Borges nos decía que leer y escribir eran formas accesibles de la felicidad. La lectura de esta novela, en playas paradisíacas o en el cualquier lugar que construyamos para estas vacaciones, aún con cierto sabor amargo que queda al final, seguramente dejará a quien la lea la agradable sensación de felicidad que depara un buen libro.


Por Alfredo Ygel * Psicoanalista, miembro del Grupo de Psicoanálisis de Tucumán, profesor de la Facultad de Psicología de la UNT.

FRAGMENTO 
"Poco después de su descubrimiento, Noboru empezó a espiar a su madre por las noches, en especial cuando le había sermoneado o regañado. En cuanto se quedaba solo, encerrado en su habitación, sacaba el cajón silenciosamente y se ponía a mirar, siempre fascinado, los preparativos de su madre a la hora de acostarse. Pero jamás lo hacía cuando su madre se había mostrado dulce.

Descubrió que, aunque las noches aún no eran sofocantes, su madre antes de acostarse, acostumbraba a quedarse sentada unos instantes completamente desnuda. Era terrible cuando iba a mirarse en el espejo de la pared, porque se hallaba colgado en un rincón del cuarto que el no podía ver.

A los 33 años, el cuerpo delgado de su madre, estilizado gracias al tenis semanal, era muy bello. Normalmente se acostaba luego de humedecer su cuerpo con agua perfumada, pero a veces se sentaba frente al tocador y miraba durante unos minutos su perfil en el espejo con los ojos vacíos, como agotados por la fiebre, y los dedos perfumados hundidos entre los muslos. Noboru, entonces, se ponía a temblar, pues tomaba por sangre el amasijo carmesí de las uñas de su madre"

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