Ya sea un amoroso Niño Dios o un barbudo y gordinflón Papá Noel, son millones los niños argentinos que esperan el ansiado regalo de Navidad, envuelto en la magia de la invisibilidad de esos personajes. La misma de la que gozan, en enero, Melchor, Gaspar y Baltazar.
Lo revelador es que también los grandes esperan por ellos. Una encuesta nacional de 1.000 casos de la consultora TNS Gallup, dada a conocer hace 48 horas, consigna que el 64% de los consultados cree, por caso, que es muy importante que Papá Noel sea una fantasía del niño.
¿Las razones para seguir esta tradición? Principalmente, que crea ilusión, fantasía, esperanza e imaginación en los niños (41%). Le siguen la importancia de creer en algo (20%), que conserva la inocencia (15%), que es parte de la infancia (10%) y que produce felicidad y alegría (9%).
"Con fe" y "confianza"
¿Es saludable que los chicos crean en Papá Noel, el Niño Dios o los Reyes Magos? El debate surge a partir de las voces que plantean que cuando el niño conozca la verdad, se encontrará ante una amarga y desilusionante contradicción: los adultos, que lo castigan si miente, le han estado mintiendo toda la vida.
LA GACETA traslado la pregunta a especialistas tucumanos y halló unánime respuesta afirmativa, que trasciende una común aclaración: el niño no confunde fantasía con embuste.
"Esto no tiene que ver sólo con la cuestión mentira/verdad, sino con la confianza. Hablamos de tradiciones que están dentro de lo religioso. De aquello que se hace con fe, que es de donde viene la confianza. Así que la tradición del Niño Dios y los Reyes Magos es un modo de enseñar a los chicos a tener fe. En alguien. En un ente superior. Mi credo es católico, apostólico y romano, y creo en la virginidad de María, más allá de que sepa científicamente que no puede ser así. El punto es que uno elige, cuando se hace adulto, las creencias que va a sostener. Estas creencias que te hacen feliz y te permiten ir creciendo en la confianza, me parecen positivas y válidas", sostiene la psiquiatra Miriam Figueroa. "El niño crece, madura, y entiende que los papás entraron en este juego para darles una sonrisa", sostiene.
"Vale la pena estimular la fe en los niños, sobre todo en una sociedad con valores espirituales deteriorados. Pienso también en los que no tienen recursos para hacer regalos: yo haría muñequitas de trapo o carritos con cajones. Porque hay que estimular que el regalito de Navidad no sea producto del consumismo. Nada de que cuanto mejor te portás, más grande es el regalo; o de que si te portás mal no viene hay presente. No: se trata de un regalo. Y como con todo regalo, no necesitás hacer nada para que te lo den. Te lo dan porque te quieren", distingue.
"Ya no somos dueños"
"La fantasía es indispensable", sentencia la psicoanalista Gabriela Duguech. "En sentido amplio, la fantasía funda la vida psíquica del niño y del ser humano, y le da sustento. Así como el niño pone la fantasía en escena con un soporte material, convirtiendo objetos en actores de su escena fantaseada, de púber soñará despierto. Y el adulto sigue soñando y creando mediante otras especies. El que se queda sin sueños, se queda sin recursos propios", alerta.
En cuanto a las tradiciones, Duguech enciende una alarma. "La historia del Pesebre tiene todo un mensaje y, más allá de las creencias de cada quien, es un patrimonio de la humanidad. El nacimiento de Jesús es un hito en la historia. Hoy ha sido reemplazado por la figura comercializada de Papá Noel. Y entonces veo que ya no somos dueños de las ficciones que contamos a nuestros hijos, ni de la tradición: se inventan novedades de mercado para venderlas a los niños, que son clientes ideales: siempre están ávidos de que les oferten cosas para creer. Pero los niños saben elegir y quedarse con lo que les llega", concede.
Contra la "Depresión"
Hace 40 años, Papá Noel era para los argentinos un protagonista de publicidades. Pero el personaje cambió y ganó lugar.
Su origen se remonta a Turquía, en el año 305. Era un niño rico que quedó huérfano, dio su fortuna a los pobres y se ordenó Obispo. Pero EEUU lo tomó tras la Gran Depresión de 1929 para levantar el ánimo... y las ventas. Y en 1931, Coca-Cola lo hizo retratar alegre, con los colores de la multinacional. Desde entonces es rojo y blanco. Y es la imagen del marketing de Navidad. Y aparece bien alimentado.