El artista que hizo historia en el cine

El artista que hizo historia en el cine

11 Noviembre 2012

Un poeta visual 

Por Fabián Soberón - Para LA GACETA - Tucumán

El hombre, Fernández, es empleado de una ferretería ruin. Camina solo por la noche silenciosa y negra. Unos pocos focos cuelgan de los postes curvos y solitarios. La noche es enorme y el rayo fugaz del amor late en su corazón. Ella, la señorita Plasini, es una mujer blanca y extraña. Y está parada, sola, en la vereda quieta. Tiene la mirada lenta, los ojos grandes y negros, y vive con su madre al lado de la casa espiritista.

El hombre, Fernández, llega a la vereda de tierra, frente a las chapas grises que enmarcan la casa solariega. La mujer está callada. Él sabe que la quiere pero no sabe cómo decírselo. De espaldas, suelta la lengua y habla de asuntos triviales, ridículos. La mujer, rara, con una voz grave, inolvidable, le contesta. Luego, lo invita a pasar.

La película recién empieza y el clima absurdo late en cada de uno de los planos desde los primeros instantes. Esta escena pertenece a El dependiente (1968) y marca el primer encuentro entre Fernández y la señorita Plasini. Con el paso de los calculados planos, el amor crece, lo siniestro crece, lo grotesco crece. El curso minucioso e inmóvil de los hechos contiene a cada paso una tensión hipnótica, inusual. Esta mínima escena anticipa la locura y una de las formas del crimen.

El dependiente es la segunda película de Leonardo Favio. Es un caso único en la historia del cine argentino. Se podría decir que es la versión kafkiana de un romance imposible en un pueblo desvencijado. Es la versión kafkiana de un odio utópico, de un frenesí solapado y cruel. Con un decoro exótico, con una cámara devota que retrata el amor extraño, con la parsimonia elegíaca de los ángulos de toma, Favio ha construido un film inolvidable, provinciano, universal.

Con esta película, Leonardo Favio merece un lugar en el panteón reducido de los directores únicos. Pero Favio filmó nueve largometrajes. Todos o casi todos son clásicos. Su cine refleja la vida despojada de los marginales, de los olvidados de la historia. Desde Crónica de un niño solo hasta la segunda versión de Aniceto, Favio es un artista de la mirada. Esa mirada es una lupa lírica que agranda los sentimientos, que penetra la memoria de los ojos, que elude los tramos insípidos y rutinarios de las vidas incómodas. Con esas historias de personajes populares, Favio elabora un cine poético, geométrico, nostálgico. Crónica de un niño solo (1965) narra la vida de un pequeño recluso que busca, afanosamente, la libertad. Esta historia sencilla y elemental está narrada con la cámara matemática y sentimental de un joven director experto. Este es el romance del Aniceto y la Francisca… (1966) es un cuento de amor triangular y frustrado narrado con la exacta poesía de los travellings circulares y con la nostalgia sutil de los ojos de un artista. Juan Moreira (1973) es el relato mítico y cuidadoso del héroe popular y libresco. Nazareno cruz y el lobo (1975) cuenta la vida infeliz y alucinada de un séptimo hijo varón y de su amor trágico. Soñar, soñar (1976) encuentra en el boxeador Monzón y el cantante Gian Franco Pagliaro las figuras del iluso ganador de pueblo que pierde todas las batallas y del errático ingenuo que está destinado a perder todo. Gatica, el mono (1993), es el retrato lúcido y melancólico de un héroe popular que vivió su vida como si fuera una pelea con la felicidad, una felicidad que se fuga para siempre. Perón, sinfonía del sentimiento (1999), extenso documental, es un elogio desmesurado de la epopeya del peronismo. Aniceto (2008) es un poema cinemático de los cuerpos, embebido en el rojo fulgor de la sangre y en una música tenaz y prodigiosa. Después de verla, nadie olvida la enorme luna del amor ni la música potente ni los ojos impuros.

Favio es un artista exquisito, una biblioteca de sueños, un poeta visual, un río que no cesa, un maestro del nuevo cine argentino. Su filmografía ha marcado a las nuevas generaciones. Los rostros de Aniceto y Fernández, la huida de Polín hacia la nada, la conversación de Nazareno con el diablo en las catacumbas vernáculas, la gesta interminable de Moreira, la vana pelea de Gatica con la desdicha ya forman parte de la historia.

Leonardo Favio ha muerto. Sus películas, no. Cada plano es una minuciosa odisea visual, hermosa y geométrica. Una orgía precisa, perpetua, turbulenta que agranda y desmenuza la memoria de los sentimientos.

© LA GACETA

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