Historias entre la angustia y la esperanza

Historias entre la angustia y la esperanza

Dos mamás que desde hace dos meses esperan volver con sus bebés a casa te cuentan su caso. Fuerza, paciencia y fe, las claves.

UN MILAGRO ENTRE LOS BRAZOS. La sala de Neo es, al mismo tiempo, refugio de bebés que necesitan atención especial y escuela de vida para madres. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI UN MILAGRO ENTRE LOS BRAZOS. La sala de Neo es, al mismo tiempo, refugio de bebés que necesitan atención especial y escuela de vida para madres. LA GACETA / FOTOS DE ANTONIO FERRONI
Son cerca de una decena, pero no todas está dispuestas a contar su historia; son muy tímidas y algunas están demasiado asustadas. Andrea Plaza (26 años) y Alejandra Ayala (19 años) ya pasaron los peor; sus bebés están a punto de recibir el alta y la angustia (salvo de a ratitos, cuando recuerdan lo que fueron los últimos dos meses) ya no se les anuda en la garganta. Saben, sin embargo, que aún hay mucho por hacer y vienen preparándose para eso.

Andrea vive en La Cocha. En la sala de Neonatología la esperan sus mellizos, Felipe y Mía, que pesaron 1,5 kg al nacer. Ayer volvió a su casa con los dos, "gorditos" ya: subieron a 2,340 kg. "¡Ahora los veo de grandes...! -dice contenta-. Y me impresiona cómo todo lo hacen igual: pesaron lo mismo, pesan lo mismo ahora, tienen la misma temperatura... Eso sí: a Felipe no le gusta nada que le dé la teta junto con su hermana". La sonrisa que ilumina su cara deja lugar sin embargo para el "susto", que reconoce explícitamente, por lo que se viene.

Alejandra ha mirado a Andrea todo el tiempo, mientras asentía con la cabeza. Vive en Tafí del Valle; cuando cursaba el séptimo mes de embarazo empezó a sufrir contracciones fuertes y la bajaron en ambulancia. Pudieron retener el bebé tres días, pero no más. Adrián pesó 1,225 kg al nacer; si todo sale bien, mañana volverán a su casa. Allá la espera su otro hijo, de poco más de un año, a quien prácticamente no ha visto en los dos meses que lleva en la Casa de Madres de la Maternidad. "Me lo trajeron una vez -cuenta; pero lloramos tanto los dos que les pedí que no lo hicieran de nuevo. Esto ha sido muy duro. En realidad, me había costado mucho aceptar este embarazo; hubo momentos en que pensé 'yo no quiero este bebé'. Y me siento muy mal. Aquí aprendí, muchas cosas; en primer lugar, el dolor que se siente cuando la vida de un hijo está en riesgo. Y pensé mucho, mucho..." Su mirada se empaña levemente, pero se repone:

"Lo bueno es que muchas nos hacemos amigas -añade Andrea- y eso ayuda, porque todas, de una u otra manera, estamos viviendo lo mismo. Pero también es terrible cuando alguno de los bebés no logra sobrevivir. Las corridas de los médicos y de las enfermeras, las alarmas que suenan... Y uno se encuentra pidiendo 'que no sea el mío'... Es terrible".

Lo que se viene
"Aprendí muchas cosas; descubrí todo lo que no sabía", confiesa Andrea. En eso que aprendió incluye el hecho de que sus bebés necesitan hierro y vitaminas; que debe extremar las medidas de higiene, que debe controlar su temperatura... Alejandra la ayuda: "el hecho de que le den el alta no significa que los podemos llevar a cualquier lado; las visitas tienen que estar sanas, y mejor si no son muchas... Nos han enseñado a darles los remedios, incluso a reanimarlos si les pasa algo... Pero lo mismo estamos asustadas. Una cosa es estar aquí, con los médicos, las enfermeras y los kinesiólogos; otra saber que todo depende de nosotras. Y al mismo tiempo, tenemos tantas ganas de volver a nuestra casa..."

La conversación, en lo que a palabras se refiere, terminó ahí. Pero siguió. Siguió a través del vidrio que separa el pasillo de la Sala de Neonatología. Allí, orgullosas, las mamás mostraron sus bebés. Los manejaron seguras, responsables, madrazas...

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