Por José Nazaro
30 Julio 2012
La entrevista se había pospuesto varias veces, porque Héctor Tizón
luchaba por salvar su ojo izquierdo de la ceguera. Finalmente, hace casi
un año le abrió a LA GACETA las puertas de su casa en la calle Las
Delicias, en San Salvador de Jujuy.
Durante una hora y media, ese hombre de voz grave y pausada enumeró anécdotas con sus amigos escritores (la ironías sobre la ceguera que Borges disparó en Yala, el lavatorio lleno de sangre de Cortázar y la manera que había ideado Juan Rulfo para contrabandearle alcohol a su esposa), destacó la importancia de que los buenos magistrados sepan sobre literatura, insistió en la vigencia de "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", admitió su miedo a repetirse y volvió a Yala una y otra vez.
Su sentencia más significativa -al menos para Irene Benito y para mí, que lo escuchábamos- llegó al final.
Con el peso de ocho décadas, un exilio y más de 20 obras encima, se despidió: "Tenemos el deber de soñar una y otra vez. Los sueños deben servir para vivir y no para aprender a morir". LA GACETA
Durante una hora y media, ese hombre de voz grave y pausada enumeró anécdotas con sus amigos escritores (la ironías sobre la ceguera que Borges disparó en Yala, el lavatorio lleno de sangre de Cortázar y la manera que había ideado Juan Rulfo para contrabandearle alcohol a su esposa), destacó la importancia de que los buenos magistrados sepan sobre literatura, insistió en la vigencia de "El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha", admitió su miedo a repetirse y volvió a Yala una y otra vez.
Su sentencia más significativa -al menos para Irene Benito y para mí, que lo escuchábamos- llegó al final.
Con el peso de ocho décadas, un exilio y más de 20 obras encima, se despidió: "Tenemos el deber de soñar una y otra vez. Los sueños deben servir para vivir y no para aprender a morir". LA GACETA
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