Sacale el jugo a este tesoro de los dioses

Sacale el jugo a este tesoro de los dioses

¿Sabías que los griegos las llamaban manzanas doradas y el mito afirma que conferían la inmortalidad? Conocé su historia y de ahí... ¡a aprovecharlas!

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19 Julio 2012
Sí, es cierto. Un estudioso de la estricta letra de los mitos diría que lo que crecía en el Jardín de las Hespérides eran "manzanas doradas". Pero ya Teofrasto (327-288 a. de C.) se refería a las naranjas como "manzanas médicas". No es imposible, entonces, que las llamaran manzanas doradas solo porque los griegos no tenían un nombre propio para darles. De hecho, en griego moderno naranja se dice portokalo, palabra que se asocia con Portugal, y se sabe que fueron los portugueses quienes (¡recién en el siglo XV!) introdujeron en Europa las naranjas dulces de las que hoy disfrutamos. Las trajeron desde India y China. De esta última provienen unas más pequeñitas y perfumadas, que hoy conocemos como... ¡mandarinas!

Noches perfumadas
Las otras, las amargas, las que en pocas semanas más llenarán nuestras calles de aroma a azahares, fueron conocidas mucho, mucho antes. Estas eran las del Jardín de las Hespérides, y provienen del sudeste asiático.

La mención más antigua que se conoce procede de China, donde se cultivaban hace más de 4.000 años. Se cuenta que el emperador Ta-Yu (siglo XXIII a. de C.) incluyó entre los impuestos que debían pagar sus súbditos dos tipos de naranjas, grandes y pequeñas. Esto da muestras del enorme valor que se les concedía.

Parece que, como en el "Twist del Monoliso", de María Elena Walsh, a los reyes las naranjas siempre les resultaron atrayentes: "... A la corte del Rey Bobo/fue a quejarse por el robo/mentiroso el rey promete/que la tiene el Gran Bonete/porque sí, sin frenesí/ de repente dice el mono/ ahí está detrás del trono/la naranja que perdí./ Y la reina sin permiso/ del valiente Monoliso/ escondió en una sopera/ la naranja paseandera...".

Sí, atrayentes hasta para robárselas. Y Monoliso no era el único que debía temer a los ladrones. De hecho, en su Jardín de las Hespérides, la diosa Hera había instalado un dragón como custodio. ¿Por qué tanto cuidado? Porque las famosas manzanas doradas otorgaban la inmortalidad.

Hoy sabemos que no es tanto así, que, gracias a la vitamina C permiten evitar el envejecimiento prematuro y la producción de colágeno (lo más parecido que tenemos a la inmortalidad, ¿verdad?), entre otros múltiples efectos.

Hay que advertir, en cambio, que investigaciones realizadas a partir de la década de 1990 parecen refutar la teoría de que la vitamina C reforzaba el sistema inmune y prevenía la gripe.

El dulce nombre
La palabra naranja proviene del sánscrito narang. Junto con la fruta, el término fue viajando hacia occidente: del sánscrito pasó al persa y al árabe, y de ahí al español. Es interesante, porque como entró desde el norte de África, pasó, con pocas variaciones al portugués con una letra más (laranja) y en el italiano perdió la consonante inicial para que no chocara con el artículo, y se transformó en arancia. En cambio, en francés mantuvo su raíz derivada del oro (orange) y así pasó al inglés.

Oro jugoso y brillante, entonces; saludable y delicioso que crece, sin necesidad de ser severamente protegido en nuestro Jardín de la República. Es, además, barato: si no tenés la suerte de conocer a alguien que tenga un árbol, podés conseguir la docena de naranjas (no importa cuáles, criollas, tanjarinas o sanguinas) por $ 10.

¡A disfrutarlas se ha dicho! Te acercamos algunos ejemplos de que son tan versátiles que te permiten preparar desde el plato principal hasta el licorcito para las noches frías. Tomá nota y sacales el jugo a las nobles y antiquísimas naranjas.

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