Atrapadas sin salida
18 Julio 2012

Osvaldo Aiziczon - Psicoanalista

Homicidio encubierto, pacto suicida, corrupción política, decadencia social, abandono sistemático de población vulnerable, todo cabe en las hipótesis desarrolladas por la muerte de las adolescentes salteñas. ¿Qué decir, entonces, que no haya sido ya mencionado?... Todavía hay mucho por pensar.

En la adolescencia, la frustración y decepción son más traumáticas de lo que parecen y no debieran subestimarse. Generan impotencia y ésta, a su vez, convoca a menudo sentimientos de autodestrucción. En ese contexto, el suicidio ofrece al candidato suprimir todos sus temores por la situación que atraviesa. Otorga al acto mortal un coraje y la excitación necesaria para hacerlo, el poder de enamorarse de la muerte, de irse con ella como una compañera infinita.

El momento de hacerlo es sentido como un acto de desalojo vital de una existencia vivida como negativa, separándose de quienes no habrían cumplido con sus promesas reales o imaginarias. Matarse, mejor dicho, quitarse la vida, es abandonar todo compromiso. Una renuncia indeclinable.

En este tema no hay recetas absolutas. Podemos decir sí, que el sufrimiento no debe estar separado de los cambios. Que no hay que acorralar a los adolescentes sin ofrecerles alternativas. Que hablar con ellos es muy bueno. Y escucharlos, mejor. Que en nuestra cultura lo perdido vale más que lo tenido. Que la sociedad se irrita ante el mensaje suicida que parece preferir la nada al todo. Que el temor al contagio suicida es superior a todas las enfermedades de la humanidad. Que hay millones de suicidas sin horca. Que hay dramas que no se curan pero se tratan. Y que hemos venido a este mundo para mejorarlo.

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