El padre político

El padre político

Por Paula Di Marco

15 Abril 2012
Quinta de Olivos, octubre de 2008.

- Muchachos, hay algo que tienen que entender. En política, hay dos clases de tipos: los que trabajan para un proyecto colectivo y los cogedores sueltos. A los de la segunda categoría hay que saber detectarlos a tiempo porque, tarde o temprano, te terminan cagando -enseña Néstor Kirchner, en la sobremesa del quincho de la quinta de Olivos, después del asado y el picadito futbolero de los viernes por la noche.

Son las 2 de la mañana, pero sus discípulos, los jóvenes kirchneristas amigos de su hijo Máximo, lo escuchan con devoción.

Kirchner está tomando un whisky. A su hijo Máximo, en cambio, le gusta más el fernet. De una estatura imponente, igual que el padre, pero con muchos kilos más, el hijo presidencial y jefe de La Cámpora es capaz de tomar medio vaso largo de fernet de un tirón, y seguir hablando, como si nada hubiera sucedido.

En su rol de anfitrión y de primer caballero, ahora que está fuera de las formalidades del poder, el pater familias controla todos los detalles de esos encuentros a los que convoca casi todas las semanas, y a los que asisten funcionarios del gobierno de su esposa y jóvenes amigos de su hijo. Él está pendiente de todo: desde la duración de los partidos de fútbol -si su equipo va ganando, los acorta, y en cambio los alarga cuando van perdiendo- hasta los tópicos que se abordan durante la sobremesa, que siempre dependen de la coyuntura.

Disfruta de esas clases de setentismo cultural que transmite periódicamente a sus herederos. Son encuentros que lo conectan con su propia juventud, cuando estudiaba abogacía en la Universidad de La Plata y militaba muy livianamente en la Federación Universitaria de la Revolución Nacional (FURN).

En la sobremesa de Olivos está sentada la conducción de La Cámpora.

Al lado de Máximo, el jefe, se ubica Juan Cabandié, a quien Kirchner le tomó un cariño muy especial, y de algún modo adoptó, después de aquel memorable discurso en la ESMA, el 24 de marzo de 2004, cuando el joven contó su historia como hijo de desaparecidos, nacido en aquel centro clandestino donde había estado detenida su madre, que permanece desaparecida.

Cabandié es el único de los jóvenes que toma whisky, mano a mano, con el padre político.

En la sobremesa también está Andrés "El Cuervo" Larroque, referente juvenil de un movimiento social, nacido junto con el estallido de 2001, que luego terminaría sumándose al oficialismo; Eduardo de Pedro, de la agrupación H.I.J.O.S., a quien llaman Wado, y Mariano Recalde, al que la Presidenta bautizó Marianito.

A la charla de madrugada se van incorporando otros funcionarios patagónicos como Héctor "El Chango" Icazuriaga, el jefe de la inteligencia K, y su segundo, Francisco Paco Larcher.

Ambos acompañan a Kirchner desde que era intendente en Río Gallegos y son infaltables en Olivos. El Chango empieza a tener buena sintonía con los muchachos kirchneristas, con quienes armará un vínculo que, tras la muerte del jefe, se irá intensificando.

Como custodio de la biografía y los secretos de periodistas profesionales, empresarios y opositores, Icazuriaga se convertirá, con el correr del tiempo, en un funcionario útil en la estrategia de poder del neocamporismo, uno de cuyos ejes es el control de la información. La inteligencia sobre los que perciben como "enemigos" del modelo será un componente que los sub 35 usarán.

Pero aquella noche calurosa de octubre, con Kirchner de anfitrión en Olivos, pensar en el final de ese hombre todopoderoso parece una postal imposible. O un deseo cruel del antikirchnerismo.

Entre los comensales, hay otro incondicional: el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini. Los tres guerreros patagónicos se mezclan en la mesa con la nueva generación. A pesar de la diferencia generacional, tienen una característica en común a los ojos de Néstor: son incondicionales.

- La política que viene tiene que ser de ustedes, muchachos. Yo ya fui intendente, gobernador, diputado, presidente. Tienen que formarse para tomar el poder. Con Cristina, tenemos que hacer un puente generacional. Esta es la única manera de garantizar una continuidad ideológica porque los otros, aunque tengan cuarenta años, ya están contaminados con los vicios de la corporación política. Miren a (Sergio) Massa o a (Martín) Lousteau. Son jóvenes, pero son conservadores.

- Es un pendejo liberal y ambicioso -sentencia Kirchner, con desprecio, cuando uno de los jóvenes hace referencia a Massa, que asumió tras la renuncia de otro expulsado del paraíso, Alberto Fernández.

Entre los "empleados" de los poderosos se inscriben los medios no oficialistas, y sobre todo el Grupo Clarín.

En la conversación también surgen los nombres de aquellos que respaldan al Gobierno con fuerza, en contraposición a quienes lo hacen sin mucho entusiasmo, en una batalla donde los tibios no tienen lugar.

- Otro con el que hay que tener cuidado es (Juan Manuel) Urtubey. Es la cuña liberal dentro del peronismo.

Los herederos toman nota. Recordarán esas palabras años después, en 2011, cuando el gobernador salteño resulte reelecto.

Desde entonces, Juan Manuel Urtubey, presidenciable para 2015, se transformará en una amenaza interna. Amenaza doble, además, porque es uno de los pocos gobernadores jóvenes del peronismo que no pertenecen al universo kirchnerista, ni al semillero de Máximo.





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