¿Cómo nace la poesía?

¿Cómo nace la poesía?

En el origen, tanto el pensamiento como la poesía buscaban decir y comprender el universo. La poesía puede ayudarnos a tolerar la fragilidad constitutiva de nuestro ser.

¿Cómo nace la poesía?
18 Marzo 2012

A Genie Valentié

Pensar y poetizar fueron -en el origen- parte de una misma intencionalidad: decir el universo y en el decir, comprenderlo de diferentes modos. Mientras el pensamiento se ajustó a las argumentaciones filosóficas, la poesía parece ser una astucia del pensar. ¿Y por qué ese camino zigzagueante? Para entenderlo debemos situamos en un punto de inflexión entre filosofía y poesía; en el momento en que la palabra metafórica debió esconder sus logros ante el implacable avance de la racionalidad argumentativa. El vocablo "astucias" significa ardid, sagacidad, sutileza, artimaña, picardía; connota también trampa, desvíos. A menudo fue pensada como una inteligencia menor, lejos de los niveles de abstracción y universalidad que la caracteriza. Se pondera la inteligencia, no la astucia, a pesar de ser el admirado Ulises el gran paradigma.

La historia comienza en tiempos en los que Mito y Logos, reunidos en una única verdad, cobijan todos los sentidos posibles; el hombre no tiene conciencia del tiempo pero sabe de su fragilidad ante el universo que se yergue amenazante. Esta criatura dotada de logos -palabra y razón al mismo tiempo- es la única especie que habla y sabe del poder de la palabra. El Mito alimenta la imaginación creadora necesaria para que el universo tenga belleza y sacralidad; el Logos aporta la justeza de la razón, el cálculo y la incipiente argumentación filosófica. Los lazos entre Mitos y Logos son raigales, establecieron el primer nexo del hombre con el universo para hacerlo habitable; sagrado y profano fueron las dos versiones en las que podía leerse la realidad. Sin embargo, hubo un momento en que ese estrecho contacto, garantía de armonía, se quiebra. No es un acontecimiento violento ni tiene fecha fija, sólo sucede; el logos -razón- se aparta y despliega sólo uno de sus perfiles: su poder de abstracción, y con él domina el horizonte. Nacen la geometría y las matemáticas, el tiempo se parcela, aparece la historia y, un poco más tarde, se inicia la ciencia.

Quiebre
Es el momento en que el Mito -primer relato abarcador, lugar de la metáfora y la poesía- pierde poder; sus historias pasan a ser fantasmagorías, como las llama Platón quien destierra a los poetas de La República porque hacen creer que la poesía dice verdad. Las verdades mítico-religiosas pierden fuerza; el Logos ha establecido su reinado, adquiere prestigio, es garantía de la racionalidad de lo real. El logos griego que era en su origen palabra, pensamiento, fuerza vital, se tradujo al latín -y ninguna traducción es inocente- como ratio; y ratio, es razón pero también cálculo, cuenta, ración, porción. Así, la filosofía dice que la mente racional refleja la realidad y que la verdad ya no es de carácter sagrado, es la adecuación entre la proposición y los hechos del mundo.

Cuando el mito -y su bagaje simbólico- se desploma, sus simbolismos buscan -con astucia y sagacidad- cómo sobrevivir. De allí el ardid, el escamoteo del pensar. Como David, debió luchar contra un gigante con artilugios, no con armas convencionales. El mito se refugia en la poesía, en el teatro griego y, sin olvidar que es una modalidad del logos, apuesta a verdades de otra índole, de gran potencia metafórica, lejos del carácter argumentativo propio de la filosofía. Sin duda este Logos pudo más: nace la filosofía y con ella el Occidente que conocemos y que somos. Así la poesía -el teatro de Esquilo a Sófocles y Eurípides, la Ilíada y la Odisea- se transforma en relatos de menor impronta en los espíritus que los filosóficos. Queda establecido: uno contiene sólo ficción, falsedad; el otro, pensamiento verdadero.

Libertad y belleza
La metáfora de la condición humana es el paso de la oscuridad a la luz; es el tránsito del silencio de las bestias a la palabra-verbo que ilumina el mundo y clasifica la experiencia. En esa tarea de iluminar, filosofía y poesía tienen cada cual su sello propio. La poesía, por ser un acto de extrema libertad y belleza, no necesita justificarse. La filosofía, por el contrario, busca conocer por las causas, es el juego desnudo de la inteligencia. Sin embargo, será la poesía la que mejor guarde el secreto de nuestra naturaleza.

Los griegos -con belleza sobrecogedora- marcan la terrible estatura de lo humano: puede argumentar, crear ficciones tanto como teoremas y cálculos; tejer ardides para dominar el mundo; puede pensar. Sin embargo, este inmenso poder no le impide escapar a la muerte. Lo que nos hace únicos y dolientes en el universo es la vacilación entre la fragilidad constitutiva de nuestro ser y la desmesura de nuestras potencias creadoras.

La poesía, quizás, por estar en el origen, puede mitigar esta herida del existir.

© LA GACETA Cristina Bulacio - Doctora en Filosofía, ex profesora de Antropología de la UNT.

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