Por Carlos Páez de la Torre H
18 Diciembre 2011
LA ADUANA DE SANTA FE. Así era en la época en que se destinó una de sus habitaciones para celda de Paz. LA GACETA / ARCHIVO
Los amores pueden florecer en los entornos más extraños. En 1834, el general José María Paz estaba preso en la Aduana de Santa Fe. Jefe de la Liga del Interior, tras sus contundentes victorias sobre los ejércitos de Juan Manuel de Rosas tuvo la mala suerte de que una partida "federal" derribara su caballo con un tiro de boleadoras, en 1831. Eso no solamente lo arrojó a la prisión, sino que descalabró a la Liga: el mando militar pasó al general Gregorio Aráoz de La Madrid, quien meses después sería aplastado en La Ciudadela, en Tucumán.
Visita deliciosa
Su cautiverio se extendería durante ocho años. Pero, a comienzos de abril de 1834 le pareció que se iluminaba la celda. Llegaba a visitarlo su madre, Tiburcia Haedo de Paz, y la acompañaba una sobrina del prisionero, Margarita Weild. La joven, al abrazar al tío, empezó a lagrimear. Pero, "en tono decidido", Paz le dijo que "nada de lloros", según cuenta en sus "Memorias". Fue suficiente para que se contuviera, y en adelante "se esforzó por manifestar una firmeza que sin duda estaba muy lejos de su corazón".
Ocurría que no era una sobrina común. A pesar de la gran diferencia de edad -Paz tenía entonces 44 años y Margarita sólo 20- existía una fuerte atracción entre ambos, estimulada desde el comienzo por doña Tiburcia. A pesar de su sobriedad para describir intimidades, Paz cuenta que "desde que estuve en el Ejército Nacional que hacía la guerra al Brasil (es decir 1826-27), fue pensamiento de mi madre mi casamiento con mi sobrina Margarita". Y, añade, "cuando estuve en Córdoba (o sea 1829-30) algo se habló para que se realizase, mas los sucesos se precipitaron y las cosas se dispusieron de otro modo".
Así, se ve que doña Tiburcia, al trasladarse con la sobrina hasta Santa Fe, estaba resuelta a que su cuarentón hijo preso saliera de la soltería.
Boda en la celda
No sin dificultades, las mujeres lograron que se les permitiesen frecuentes visitas a la celda. Por esos días, Paz tenía la ilusión de que lo pusieran en libertad, o de poder fugarse. "En vista de estas esperanzas y aumentado progresivamente nuestro cariño por el trato diario, se pensó seriamente en ajustar nuestro enlace", narran las "Memorias". Cumplió el requisito de declararse: el 3 de agosto de 1834, dice, "le hablé a Margarita, que no desechó mi proposición".
El plan de Paz era fugarse a la Banda Oriental, mientras Margarita viajaba a Buenos Aires. Desde Montevideo, enviaría un poder para casarse, y luego ella cruzaría el Río de la Plata para reunirse con su marido. Pero las expectativas del general quedaron pronto defraudadas. No lo pusieron en libertad, ni funcionó tampoco el proyecto de escape.
Así es que José María Paz y Margarita Weild resolvieron casarse en la celda de Santa Fe, ni bien recibieron la dispensa de parentesco solicitada al obispo de Buenos Aires. Doña Tiburcia y don Manuel Cabrera apadrinaron, el 31 de marzo de 1835, la humilde ceremonia que bendijo el presbítero Francisco Solano Cabrera.
Los carceleros autorizaron a Margarita a vivir bajo el mismo techo de su cónyuge.
Traslado a Luján
Margarita Weild era hija de Rosario Paz, hermana del general, y del médico escocés Agustín Weild. Se conserva su retrato al óleo, pintado por Coudert. "Era de estatura mediana, de ojos azules y dulces, blanca y sanguínea, de cabello claro, de aire sereno y de salud vigorosa", la describe Juan B. Terán. Pensaba que a la mezcla de sangre inglesa y criolla se debía quizás "la cándida belleza latina y el lustre virginal de su figura, que evoca los cuadros de Rafael".
Marcaba un contraste con la tez blanca mate del general. De buena estatura y erguido, Paz tenía "los ojos verdosos, el cabello abundante y crespo de color entrerrubio, que se aclaraba aún más en la patilla". Era de frente recta, mirada vigilante, nariz ligeramente aguileña y boca pequeña y enérgica.
Un día de setiembre de 1835 llegó una orden de Rosas. Disponía que Paz fuera trasladado a Buenos Aires, y confinado en el Cabildo de Luján, sin compañía alguna.
Nacimientos y fuga
Margarita, que estaba embarazada, después del desconsuelo inicial y del fracaso de sus súplicas ante el gobernador Estanislao López, movió cielo y tierra para reunirse con Paz. Tuvo que esperar hasta enero de 1836, en que recién le permitieron alojarse con el preso en Luján. Allí nacería su primer hijo, José María Exequiel, el 10 de abril. Tendrían otros dos más en el cautiverio: en 1837 una mujer, María Josefa Catalina, que murió a los cinco meses, y en 1838 otra, Rafaela Josefa Margarita.
En 1839 murió doña Tiburcia, quien se había establecido en Luján para estar cerca de la pareja. Poco después, el 20 de abril, Rosas resolvió liberar a Paz, bajo la condición de que no se moviera de Buenos Aires. El general trató de pasar inadvertido, y aparentemente ocupado en escribir sus "Memorias". Pero ni bien pudo se fugó a la Banda Oriental, la noche del 3 de abril de 1840, para incorporarse de nuevo a la lucha contra el dictador. Margarita lo siguió poco después, con los chicos, y se instaló en Colonia.
Otra vez en campaña
En Corrientes, Pascual Ferré le confió un ejército, al frente del cual Paz batió a Pascual Echagüe en Caaguazú. Luego avanzó sobre Entre Ríos y ocupó La Bajada, pero sus desinteligencias con Ferré lo movieron a abandonar la provincia. Pasó entonces a Montevideo, donde organizó eficazmente la fortificación de la ciudad, sitiada por Manuel Oribe. Aguanta los agravios de Fructuoso Rivera, se sobrepone a la penuria del ejército impago y a las intrigas de la política interna.
Cuando entiende que Montevideo está seguro, se aleja. Pasa un tiempo en el Brasil y vuelve a Corrientes. El gobernador Joaquín Madariaga lo nombra comandante del Ejército y director de la guerra contra Rosas. Sus esfuerzos se frustrarán por los celos localistas: ni bien Madariaga empieza a conversar con Urquiza, Paz se siente traicionado y decide retirarse. Va primero al Paraguay y luego al Brasil.
Los años del Brasil
A todo esto, Margarita vivía entre la tristeza de las separaciones y la angustia del guerrear de su marido. Pero el cariño que Paz le declaraba a cada rato le impedía desfallecer. Terán ha publicado varios párrafos de cartas del general a Margarita. "Tu llanto penetra mi corazón, no te separas un minuto de mi memoria", dice en una. "No vivo sino para vos y no te olvido un momento. Te tengo sobre mi corazón", se lee en otra. "Me parecen siglos los dos meses que estoy ausente. Más que nunca me eres querida. Háblame, pues, derrama sobre mi corazón el consuelo y la alegría. Cuenta con mi eterno amor", escribe Paz.
Habían podido vivir juntos, de a ratos, en Colonia y en Corrientes. Cuando pasaron a Río de Janeiro, pareció que terminaban las ausencias del hombre de la casa. Ya Margarita había tenido un total de nueve partos, de los cuales solamente sobrevivían tres hijos. En la ciudad brasileña, la alegría de estar juntos amortiguó la aflicción de la falta de recursos. Para poder mantenerse, los Paz resolvieron armar una pequeña granja, con una casa de comidas que atendían ambos. Margarita tenía buena mano para preparar pasteles y dulces que el coronel José María Todd, amigo de la pareja, salía a vender por la calle.
La muerte
Angustias, viajes y privaciones habían ido minando la antes robusta salud de la esposa del general. El 5 de julio de 1848, Margarita Weild de Paz falleció al dar a luz su décimo hijo, Rafael. Tenía entonces 33 años, y durante los trece que duró su vida matrimonial no había conocido un tramo razonable de sosiego. Doña Rosario, su madre, se hizo cargo de los chicos.
En 1852 cayó Rosas en Caseros. Pero el vencedor Justo José de Urquiza no tenía simpatía por Paz. El general pasó a Montevideo y recién pudo desembarcar en Buenos Aires cuando esa provincia se escindió de la Confederación. Defendió la ciudad en el sitio de Lagos, se desempeñó unos meses como ministro de Guerra y, designado constituyente, alcanzó a protestar por la separación de Buenos Aires. Ya estaba enfermo y falleció el 22 de octubre de 1854. Sus restos fueron llevados, cuando promediaba el siglo XX, al atrio de la Catedral de Córdoba. Allí reposan hoy, junto a los de Margarita.
Visita deliciosa
Su cautiverio se extendería durante ocho años. Pero, a comienzos de abril de 1834 le pareció que se iluminaba la celda. Llegaba a visitarlo su madre, Tiburcia Haedo de Paz, y la acompañaba una sobrina del prisionero, Margarita Weild. La joven, al abrazar al tío, empezó a lagrimear. Pero, "en tono decidido", Paz le dijo que "nada de lloros", según cuenta en sus "Memorias". Fue suficiente para que se contuviera, y en adelante "se esforzó por manifestar una firmeza que sin duda estaba muy lejos de su corazón".
Ocurría que no era una sobrina común. A pesar de la gran diferencia de edad -Paz tenía entonces 44 años y Margarita sólo 20- existía una fuerte atracción entre ambos, estimulada desde el comienzo por doña Tiburcia. A pesar de su sobriedad para describir intimidades, Paz cuenta que "desde que estuve en el Ejército Nacional que hacía la guerra al Brasil (es decir 1826-27), fue pensamiento de mi madre mi casamiento con mi sobrina Margarita". Y, añade, "cuando estuve en Córdoba (o sea 1829-30) algo se habló para que se realizase, mas los sucesos se precipitaron y las cosas se dispusieron de otro modo".
Así, se ve que doña Tiburcia, al trasladarse con la sobrina hasta Santa Fe, estaba resuelta a que su cuarentón hijo preso saliera de la soltería.
Boda en la celda
No sin dificultades, las mujeres lograron que se les permitiesen frecuentes visitas a la celda. Por esos días, Paz tenía la ilusión de que lo pusieran en libertad, o de poder fugarse. "En vista de estas esperanzas y aumentado progresivamente nuestro cariño por el trato diario, se pensó seriamente en ajustar nuestro enlace", narran las "Memorias". Cumplió el requisito de declararse: el 3 de agosto de 1834, dice, "le hablé a Margarita, que no desechó mi proposición".
El plan de Paz era fugarse a la Banda Oriental, mientras Margarita viajaba a Buenos Aires. Desde Montevideo, enviaría un poder para casarse, y luego ella cruzaría el Río de la Plata para reunirse con su marido. Pero las expectativas del general quedaron pronto defraudadas. No lo pusieron en libertad, ni funcionó tampoco el proyecto de escape.
Así es que José María Paz y Margarita Weild resolvieron casarse en la celda de Santa Fe, ni bien recibieron la dispensa de parentesco solicitada al obispo de Buenos Aires. Doña Tiburcia y don Manuel Cabrera apadrinaron, el 31 de marzo de 1835, la humilde ceremonia que bendijo el presbítero Francisco Solano Cabrera.
Los carceleros autorizaron a Margarita a vivir bajo el mismo techo de su cónyuge.
Traslado a Luján
Margarita Weild era hija de Rosario Paz, hermana del general, y del médico escocés Agustín Weild. Se conserva su retrato al óleo, pintado por Coudert. "Era de estatura mediana, de ojos azules y dulces, blanca y sanguínea, de cabello claro, de aire sereno y de salud vigorosa", la describe Juan B. Terán. Pensaba que a la mezcla de sangre inglesa y criolla se debía quizás "la cándida belleza latina y el lustre virginal de su figura, que evoca los cuadros de Rafael".
Marcaba un contraste con la tez blanca mate del general. De buena estatura y erguido, Paz tenía "los ojos verdosos, el cabello abundante y crespo de color entrerrubio, que se aclaraba aún más en la patilla". Era de frente recta, mirada vigilante, nariz ligeramente aguileña y boca pequeña y enérgica.
Un día de setiembre de 1835 llegó una orden de Rosas. Disponía que Paz fuera trasladado a Buenos Aires, y confinado en el Cabildo de Luján, sin compañía alguna.
Nacimientos y fuga
Margarita, que estaba embarazada, después del desconsuelo inicial y del fracaso de sus súplicas ante el gobernador Estanislao López, movió cielo y tierra para reunirse con Paz. Tuvo que esperar hasta enero de 1836, en que recién le permitieron alojarse con el preso en Luján. Allí nacería su primer hijo, José María Exequiel, el 10 de abril. Tendrían otros dos más en el cautiverio: en 1837 una mujer, María Josefa Catalina, que murió a los cinco meses, y en 1838 otra, Rafaela Josefa Margarita.
En 1839 murió doña Tiburcia, quien se había establecido en Luján para estar cerca de la pareja. Poco después, el 20 de abril, Rosas resolvió liberar a Paz, bajo la condición de que no se moviera de Buenos Aires. El general trató de pasar inadvertido, y aparentemente ocupado en escribir sus "Memorias". Pero ni bien pudo se fugó a la Banda Oriental, la noche del 3 de abril de 1840, para incorporarse de nuevo a la lucha contra el dictador. Margarita lo siguió poco después, con los chicos, y se instaló en Colonia.
Otra vez en campaña
En Corrientes, Pascual Ferré le confió un ejército, al frente del cual Paz batió a Pascual Echagüe en Caaguazú. Luego avanzó sobre Entre Ríos y ocupó La Bajada, pero sus desinteligencias con Ferré lo movieron a abandonar la provincia. Pasó entonces a Montevideo, donde organizó eficazmente la fortificación de la ciudad, sitiada por Manuel Oribe. Aguanta los agravios de Fructuoso Rivera, se sobrepone a la penuria del ejército impago y a las intrigas de la política interna.
Cuando entiende que Montevideo está seguro, se aleja. Pasa un tiempo en el Brasil y vuelve a Corrientes. El gobernador Joaquín Madariaga lo nombra comandante del Ejército y director de la guerra contra Rosas. Sus esfuerzos se frustrarán por los celos localistas: ni bien Madariaga empieza a conversar con Urquiza, Paz se siente traicionado y decide retirarse. Va primero al Paraguay y luego al Brasil.
Los años del Brasil
A todo esto, Margarita vivía entre la tristeza de las separaciones y la angustia del guerrear de su marido. Pero el cariño que Paz le declaraba a cada rato le impedía desfallecer. Terán ha publicado varios párrafos de cartas del general a Margarita. "Tu llanto penetra mi corazón, no te separas un minuto de mi memoria", dice en una. "No vivo sino para vos y no te olvido un momento. Te tengo sobre mi corazón", se lee en otra. "Me parecen siglos los dos meses que estoy ausente. Más que nunca me eres querida. Háblame, pues, derrama sobre mi corazón el consuelo y la alegría. Cuenta con mi eterno amor", escribe Paz.
Habían podido vivir juntos, de a ratos, en Colonia y en Corrientes. Cuando pasaron a Río de Janeiro, pareció que terminaban las ausencias del hombre de la casa. Ya Margarita había tenido un total de nueve partos, de los cuales solamente sobrevivían tres hijos. En la ciudad brasileña, la alegría de estar juntos amortiguó la aflicción de la falta de recursos. Para poder mantenerse, los Paz resolvieron armar una pequeña granja, con una casa de comidas que atendían ambos. Margarita tenía buena mano para preparar pasteles y dulces que el coronel José María Todd, amigo de la pareja, salía a vender por la calle.
La muerte
Angustias, viajes y privaciones habían ido minando la antes robusta salud de la esposa del general. El 5 de julio de 1848, Margarita Weild de Paz falleció al dar a luz su décimo hijo, Rafael. Tenía entonces 33 años, y durante los trece que duró su vida matrimonial no había conocido un tramo razonable de sosiego. Doña Rosario, su madre, se hizo cargo de los chicos.
En 1852 cayó Rosas en Caseros. Pero el vencedor Justo José de Urquiza no tenía simpatía por Paz. El general pasó a Montevideo y recién pudo desembarcar en Buenos Aires cuando esa provincia se escindió de la Confederación. Defendió la ciudad en el sitio de Lagos, se desempeñó unos meses como ministro de Guerra y, designado constituyente, alcanzó a protestar por la separación de Buenos Aires. Ya estaba enfermo y falleció el 22 de octubre de 1854. Sus restos fueron llevados, cuando promediaba el siglo XX, al atrio de la Catedral de Córdoba. Allí reposan hoy, junto a los de Margarita.
Lo más popular