EN LA ZAFRA TUCUMANA. Las mulas tiraban los carros cargados de ida y vuelta a las fábricas, durante muy largos años. LA GACETA / ARCHIVO
En la segunda serie de sus "Tradiciones históricas" (1924), Bernardo Frías dedica largos párrafos a las mulas, que eran fundamentales para el transporte, desde los tiempos coloniales hasta bien avanzado el siglo que pasó. En las ferias peruanas y altoperuanas -Vilque, Huarí- se pagaban fortunas de "hasta veinte onzas de oro" por las mulas de silla argentinas, cuyo mejores ejemplares se traían a Tucumán y Salta desde San Juan.
"Se dividían, como los hombres, según su oficio y beneficio, siendo de carga o de silla". Estas últimas eran hermosas: "altas, fornidas, lleno el pecho de bríos, los ojos de vivacidad, los nervios siempre dispuestos a inquietarse", de pelaje "alazanas, tordillas, pardas", por lo general.
Los "chalanes" las hacían adquirir, como paso de viaje, un "marchado", que "unas lo tenían corto, otras tan largo como el tranco alemán; de modo que igualaban el trote, largo también y de mucho avance, de la cabalgadura caballar". Pero la mula, "por más buena que pareciera y se mostrara, no era, a la verdad, animal de confianza".
Su patada "era la más terrible de las coces, y la daba ante cualquier nerviosidad que molestara su sistema". También "daba mordiscos como el perro; tenía enfurecimientos como el toro y a veces, cuando le venía el ímpetu, del seno de su mansedumbre arrancaba a los corcovos; se tendía a la menor sorpresa, y trataba al amo como enemigo de muerte".
En cuanto a la fuerte y animosa mula de carga, con frecuencia era asustadiza y había que taparle los ojos con el poncho antes de cargarla.
"Se dividían, como los hombres, según su oficio y beneficio, siendo de carga o de silla". Estas últimas eran hermosas: "altas, fornidas, lleno el pecho de bríos, los ojos de vivacidad, los nervios siempre dispuestos a inquietarse", de pelaje "alazanas, tordillas, pardas", por lo general.
Los "chalanes" las hacían adquirir, como paso de viaje, un "marchado", que "unas lo tenían corto, otras tan largo como el tranco alemán; de modo que igualaban el trote, largo también y de mucho avance, de la cabalgadura caballar". Pero la mula, "por más buena que pareciera y se mostrara, no era, a la verdad, animal de confianza".
Su patada "era la más terrible de las coces, y la daba ante cualquier nerviosidad que molestara su sistema". También "daba mordiscos como el perro; tenía enfurecimientos como el toro y a veces, cuando le venía el ímpetu, del seno de su mansedumbre arrancaba a los corcovos; se tendía a la menor sorpresa, y trataba al amo como enemigo de muerte".
En cuanto a la fuerte y animosa mula de carga, con frecuencia era asustadiza y había que taparle los ojos con el poncho antes de cargarla.








