Estaba a punto de salir de escena, con ese paso cansino y desgarbado que subrayaba su tan arrugado como inconfundible piloto. Se daba vuelta y decía: "sólo una cosa más...", y todos los televidentes sabían que el asesino estaba perdido, porque Columbo ya había reunido todos los cabos sueltos del misterio policial. Durante años, desde la pantalla del televisor, ese hombre permanentemente menoscabado por sus compañeros policías de la ciudad de Los Angeles (e igualmente subestimado por el asesino de turno) logró no sólo resolver todos los enigmas que se le plantearon; grabó a fuego en la imaginación de millones de espectadores las características inusuales de un personaje inolvidable.
No fue el primer actor que lo interpretó, pero Peter Falk le puso al entrañable detective ítalo-norteamericano su cuerpo y su rostro, irrevocablemente marcado por la prótesis en el ojo derecho, que le fue extraído quirúrgicamente cuando era un niño.
"Mi esposa se pregunta..." era otra de las muletillas que anunciaba una fuerte arremetida contra las coartadas de los sospechosos a los que investigaba. La mujer de Columbo nunca apareció en la pantalla, pero era una presencia inevitable en cada uno de los capítulos a través de las referencias sobre su persona que constantemente hacía el detective.
En consonancia con su aspecto poco glamoroso, Columbo se desplazaba en un Peugeot 403 convertible, de la década del 50. A menudo el detective comparaba con aparente ingenuidad su devaluado vehículo con los impresionantes automóviles en los que se desplazaba el sospechoso de turno.
La estructura de todos los capítulos (menos la de un par de ellos, especialmente producidos) era siempre la misma: en los primeros minutos el público asistía a un crimen, y conocía perfectamente quién era el asesino. Inmediatamente comenzaba la investigación policial, en la que Columbo avanzaba a pesar del escepticismo de sus colegas y del desprecio del asesino. Con su cigarro de hoja a medio fumar entre los dedos de la misma mano con la que se rascaba la frente, el investigador lograba engañar a todos con su estudiada (y falsa) perplejidad, hasta que acorralaba al culpable con pruebas irrefutables. Esas que presentaba luego de decir, como al descuido: "sólo una cosa más..."